Mark Cuban desbloquea su móvil, que no cesa de emitir pitidos de alerta, y comprueba la bandeja de entrada de su correo electrónico. "No, no, no, a la basura…", dice mientras los va eliminando uno detrás de otro sin pensárselo demasiado.
Uno de ellos lleva el asunto: “Súplica desesperada”. Eliminado. A continuación, un correo electrónico sobre un proyecto criptográfico en el que está trabajando (Cuban acordó comprar los derechos digitales de los dibujos de uno de los arquitectos del World Trade Center y planea convertirlos en NFT). Entreciérra los ojos. Next. Finalmente, un correo electrónico de un aspirante a empresario consigue provocar su primer acto de misericordia: “Me gustan estos tíos. Lo guardaré para leerlo más tarde”.
Cuban en la vida real no es muy diferente del papel que interpretó durante 11 años (o en las matemáticas de la televisión, 13 temporadas) en el jurado de Shark Tank [un espacio parecido a Got Talent, sólo que en vez de cantantes se elige a jóvenes empresarios con una buena idea que desarrollar]. Escucha a todo el mundo, al menos brevemente, antes de emitir un juicio (a menudo precipitado). Su dirección de correo electrónico personal es pública -mcuban@gmail.com-, y este inversionista multimillonario revisa cada estafa, mensaje de spam o lanzamiento promocional que se le envía.
¿Por qué? No puede evitarlo. “Éste es el deporte en el que compito y soy bastante bueno”, afirma sonriendo. “Tendré 110 años y seguiré haciéndolo, sea lo que sea el equivalente a responder al correo electrónico dentro de 50 años”.
Cuban, en su faceta de empresario, ha fundado más de diez empresas. Comenzó en