La nota que iba a cambiarle la vida a Manuel Ron se titulaba así: “Ponga un choclo en su tanque”. Escrita por el periodista Héctor Huergo, hablaba de la industria del bioetanol y de su enorme potencial para sustituir a los combustibles derivados del petróleo, con dos consecuencias ventajosas: dejar de depender del precio del barril de petróleo y descarbonizar la movilidad (cada litro de nafta que se sustituye con bioetanol, un alcohol a base de materia vegetal como caña de azúcar o maíz, reduce las emisiones de gases de efecto invernadero en un 75%).
Por entonces, Ron, de 35 años, llevaba una década vendiendo insumos agropecuarios en Río Cuarto. Después de recibirse de ingeniero agrónomo, había cambiado Buenos Aires por esta ciudad cordobesa de 200.000 habitantes, rodeada de sierras, conocida por su producción agropecuaria y por su universidad homónima. En todo ese tiempo, jamás había abandonado su idea de emprender en un proyecto que le agregara valor al campo.
Todavía con el diario en la mano, Ron sintió estar en el lugar justo en el momento indicado: con unos 30 millones de toneladas anuales, Córdoba era la principal productora de maíz de la Argentina, y la ley nacional de biocombustibles estaba por ser sancionada. “Solo me quedaba la tesis para terminar mi MBA y decidí hacerla sobre el bioetanol. Ahí me di cuenta de que era ideal para desarrollar en nuestro país y en Córdoba en particular. Así empieza