España es una de las grandes potencias de investigación. Sin embargo, cuesta que ese conocimiento permeabilice en la economía convirtiéndose en riqueza. En este escenario, es cada vez más común la figura del científico emprendedor, ese que sí devuelve al tejido productivo riqueza. En 2020, España destinó el 1,41% del PIB a I+D. Supuso 0,16 puntos básicos más que un año antes, aún lejos del 2% que marcó como objetivo el Plan Estatal de Investigación Científica.
Pero incluso más importante que ir equipando este gasto al del resto de economías avanzadas, resulta saber del rendimiento de los 15.768 millones invertidos. José María Lagarón, investigador del CSIC en el Instituto de Agroquímica y Tecnología de Alimentos y cofundador de Bionicia, grupo que lanzó al mercado las primeras mascarillas de nanofibra biodegradables, explica: “En Europa hay centros de investigación y científicos de alto nivel, pero luego no se transfiere al sector productivo en igual medida. Eso genera un problema, porque estamos invirtiendo dinero público en promover actividades académicas deficitarias en su retorno a la sociedad”.