POR RARO QUE PAREZCA, la crisis de Diego Mercado empezó en una sala de cine en el Bronx cuando tenía 16 años. Mercado vio a un actor arrancarse la camiseta en la película Crepúsculo. “Ves ese cuerpazo tan moldeado, y dices: ‘Yo también lo quiero’”. En ese momento decidió que él también tenía que tener los abdominales marcados. Quería tener un cuerpo con el que todo el mundo supiera que estaba en buena forma.
Y en su último curso de instituto, empezó a levantar pesas. Acudía a un gimnasio del Bronx, lleno de levantadores de pesas profesionales y culturistas. Se pasaba el día leyendo todos los estudios de PubMed sobre testosterona y protocolos de anabolizantes, cuando lo que tenía que haber hecho era atender en las clases del instituto. Mercado se introdujo en la cultura de gimnasio y sentía la presión de grupo por ser uno de ellos. Era mucho más grande, fuerte y estaba más en forma que nunca antes, pero se dio cuenta de que algunos de sus amigos, que no parecían igual de constantes que él, avanzaban más rápido. Estaba desesperado por aumentar más.
Una vez descubrió que tenía los niveles de testosterona bajos, Mercado acabó tomando un montón de compuestos anabolizantes sin supervisión médica. Se obsesionó con el entrenamiento y la dieta. Hacía dos o incluso tres entrenamientos al día. Y para poder controlar hasta el mínimo su ingesta de alimentos, iba con su báscula incluso a los restaurantes –mexicano y cubano– en los que trabajaba como camarero y barista. También se paseaba por Instagram compartiendo de manera muy clara su búsqueda de más musculatura y metiéndose en vena el contenido de otros chicos muy musculados. Su cuenta de Instagram estaba llena de imágenes que mostraban cómo sus brazos ponían al límite las camisetas y sus abdominales eran dignos de la gran pantalla.
“Me dio la sensación de pasar de ser Clark Kent a Superman”, dice Mercado. Cuando estaba en el gimnasio, enseguida sentía que estaba en su mejor momento, su confianza y niveles de energía se elevaban, los piropos de los que le rodeaban no dejaban de llegar. Dejó atrás sus planes de ser ingeniero y se centró en el fitness. “Me obsesioné tanto que me robó la vida sin que me diera cuenta. Me convertí en otra persona, literalmente”.
Pero en julio de 2019 acabó sufriendo el mayor susto de su vida. Era tarde y estaba en una discoteca un sábado por la noche con sus amigos cuando empezó a sentir demasiado calor. Aunque ya había sentido ese calor otras veces a causa de los esteroides, nunca había sido como esa vez. Se fue a casa y se durmió, pero se despertó empapado en