a lealtad de Orlov a la causa soviética resultó menos fiable que su conocimiento de la realidad soviética. Sabía de la fiebre de sangre que anegaba el Kremlin, orientada a exterminar a cualquier funcionario que Moscú consideraba contaminado tras un periodo en Occidente. Bajo ese criterio se habían fusilado a los principales dirigentes militares enviados a España, los generales Mijail Koltsov. En 1938 Orlov comenzó a sentir la alargada sombra destructiva a la que él mismo había contribuido. Su primera medida consistió en situar a su mujer María y a su hija Vera en un lugar seguro. Las trasladó en coche en la primavera de 1938 al Gran Hotel de Toulouse, con la instrucción de aguardar un plazo indeterminado. Regresó a España para no despertar sospechas. En junio de 1938 recibió la orden que esperaba con una confusa mezcla de temor y liberación. El responsable máximo del NKVD, Yezhov, le conminó a mantener una reunión con otros agentes en un país por determinar adyacente a Francia durante los primeros días de julio. El astuto oficial consideró aquella orden como la prueba definitiva de que Moscú había decidido pasar a la acción.
FUGA Y EXILIO
Nov 21, 2022
2 minutos
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