Mientras la cámara se acerca al restaurante, Nick Apollo Forte canta Agitá. La letra habla de pizza, sofritos, pimientos picantes. El interior de Carnegie Deli, un icónico restaurante neoyorquino que todavía hoy resiste en forma de franquicia -aunque no en su ubicación original-, rebosa actividad. Neveras repletas de embutidos, camareros de traje y pajarita; salsas, especias y queso parmesano en las mesas. Al fondo, dos hombres hablan y comenzamos a oír su charla. “Tenías que contar chistes de Miami. Si vas a Florida, tienes que contar chistes de Miami”. “Morty, claro que conté chistes de Miami, pero ya no se ríe nadie”. Son Corbett Monica y Morty Gunty. A estos dos, segundos más tarde, se les unirán otros: Jackie Gayle, Howard Storm, Jack Rollins, Will Jordán, Sandy Barón. La mesa va llenándose de platos, botellas de kétchup, tazas de café, cajetillas de tabaco. Mencionan el show de Ed Sullivan, la zona de los Catskills. Todos lugares comunes para cómicos como ellos, que hicieron carrera durante los sesenta y los setenta.
Es el comienzo de (1984), comedia con la que Woody Allen hace un homenaje a la serie B del entretenimiento, a esos desgraciados hipnotizadores, magos y cantantes que jamás triunfan ni triunfarán, pero que pelean por alcanzar la fama