Cuando WeWork quiso salir a Bolsa, la empresa de coworking que había sabido captar nada menos que 12.000 millones de dólares de inversores empezó a desmoronarse como un castillo de naipes. Como en las famosas estafas piramidales, la negativa del principal brazo inversor, Softbank, a seguir metiendo dinero en el entramado creado por Adam Neumann y Miguel McKelvey en 2010, dejó al descubierto una realidad: que la compañía era una máquina de sumar pérdidas.
Facturaba sí, pero también perdía dinero a espuertas. Y así, en apenas unos días pasó de tener una valoración de 47.000 a una de 6.000. Se había dejado por el camino nada menos que 41.000 millones de dólares. Hoy Neumann vive un retiro dorado en Los Hamptons, alejado de los focos empresariales, y las plataformas audiovisuales ya se disputan las películas sobre su ascenso y caída.
HISTORIAS PARA NO DORMIR
Otro ejemplo que, al igual que WeWork y los Neumann, ya tiene