Lo menos que puede decirse de las carreras en Egiptología de los responsables de uno de los más importantes descubrimientos arqueológicos realizados en el valle del Nilo es que no fueron muy ortodoxas. El primero de ellos, Howard Carter (1874-1939), no recibió ningún tipo de formación académica, pero su talento natural y las enseñanzas de su padre (un importante pintor de animales de la época) lo convirtieron, con diecisiete años, en un dotado dibujante.
Sería esta capacidad la que le abriría el camino hacia Egipto cuando fue recomendado por unos clientes de su padre–los vizcondes de Amherst–para ocupar un puesto de copista de relieves. De modo que con solo diecisiete años, en 1891, Carter marchó a Beni Hassan acompañando a Percy Edward Newberry. Terminada la tarea, se trasladó a Amarna para excavar a las órdenes de W. M. F. Petrie, una formación completada en los años siguientes en Deir al Bahari, siguiendo a Édouard Naville. Su buen hacer y su carácter resolutivo hicieron que, en 1899, lo nombraran inspector jefe del Servicio de Antigüedades del Alto Egipto y, en 1905, del Bajo Egipto, donde un problema con unos turistas franceses borrachos le hizo dimitir del cargo. Los siguientes años fueron duros para alguien que solo sabía dibujar y excavar.
Carnarvon sale a escena
Por su parte, la llegada de Carnarvon (1866-1923) a Egipto no tuvo nada que ver con la arqueología. Tras graduarse en Cambridge