El vino más tradicional entre los argentinos es del tipo llamado tinto, de mucho cuerpo y de suyo muy astringente. Por su color es coloquialmente llamado quebracho, alusión al schinopsis balansae, árbol austral de madera rojiza y, al igual que los vinos tintos, rico precisamente en taninos. En la segunda mitad del siglo XX las clases medias del país favorecieron los llamados “vinos rosados”, de bouquet intermedio entre los intensos y ásperos tintos y los más suaves “claretes” de tipo italiano, o incluso los muy suaves al paladar (aunque en ocasiones de alta graduación alcohólica) vinos blancos. Asimismo, en similar época, se generalizaron entre la población los vinos blancos comunes; tal generalización conllevó una negligente elaboración, de la cual se libraron los excelentes y originarios vinos torrontés, de color melado, gusto agradable y frutado, excelente aroma y grado alcohólico asaz fuerte.
■ Debido a su mesología, y especialmente a la combinatoria de heliofanía (alta) y edafología (suelos pobres en humedad aunque ricos en materia orgánica condensada), las uvas que se producen en la zona cordillerana y precordillerana de Argentina son muy ricas en glucosas, dando lugar a excelentes etanol, a su vez tan enriquecidos como equilibrados por sus flavonoides. A dicho equilibrio contribuyen también sus polifenoles.
PRODUCCIÓN VITIVINÍCOLA
Se remonta al año 1536, cuando el presbítero plantó en Santiago del Estero, las primeras cepas de uva moscatel y “uva país”, procedentes de España y a su vez traídas desde la ciudad chilena de La Serena. El propósito del clérigo era utilizar el producto en el ritual católico de la misa. Aproximadamente medio siglo después los franciscanos importaron de Canarias a la provincia de Salta uvas el fin de estos misioneros era lograr un vino blanco y suave, asimismo apto para dicho ritual. Así, se obtuvieron variedades y la o bien de las llamadas “uvas chinches,” las cuales dan lugar a vinos de sabor áspero y ácido. Asimismo, se debe a los jesuitas y franciscanos la importación temprana de excelentes cepas de vitis vinifera. A fines del siglo XVI las órdenes religiosas introdujeron cepas por el Río de la Plata, llegando a ser hoy la zona interfluvial de Concordia un importante centro productor.