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FRANCESC BOIX Y ANTONIO GARCÍA DOCUMENTAR EL HORROR

úremberg, antigua capital alemana del juguete, escenario de los grandes desfiles nazis, albergó el juicio contra los supervivientes de la jerarquía nazi. Un mes después, en Dachau, continuó el proceso para aclarar responsabilidades en el Holocausto. Las ausencias eran notables, no estaba Hitler pero tampoco Himmler, con lo que no era posible juzgar a los responsables últimos de la «solución final» que llevó a la muerte hasta a seis millones de niños, mujeres y hombres solo por rezarle a su dios. En la mayor cobardía posible los responsables intermedios, esos que habitaban la banalidad del mal sobre la que escribiría Hannah Arendt años después durante el juicio a Eichmann, negaban su participación o conocimiento de lo que ocurrió en los campos. Pero aquel 28 de enero el fiscal Dubost pidió a un testigo que señalase a quién había visto en uno de aquellos campos. El testigo, un español llamado Francesc Boix, se levantó y señaló a Ernst Kaltenbrunner, general austriaco y mano derecha de Himmler, con el que visitó el campo de Mauthausen. El antiguo mandamás nazi acusó a Boix de mentir y este mostró fotos de ambos visitando aquel

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