La palabra Kremlin es un perfecto ejemplo de la metonimia o el giro que experimentan algunos nombres para convertirse en sinónimos de otros conceptos. En el caso del Kremlin, estos son muchos: la mención de este vasto conjunto de edificios civiles y religiosos en el centro de Moscú evoca el poder y la autocracia, el lujo de los zares, la fe ortodoxa, la revolución y, especialmente, el gobierno de Rusia, el país más grande del mundo. Hoy es también sinónimo de su dirigente, Vladímir Putin, que está desestabilizando el planeta.
El Kremlin, que significa “fuerte dentro de una ciudad”, no se ubica en el corazón de Moscú: es el corazón de Moscú. El lugar donde “se forjó el Estado ruso”, como aseguran en la web del presidente. La sede del poder desde la Edad Media, cuando lo que era una fortificación de madera, situada en la orilla izquierda del río Moscova, se convirtió en la residencia de los grandes príncipes de la época. Hasta entonces, los datos sobre sus orígenes son bastante nebulosos: la zona fue habitada, primero, por tribus procedentes, con bastante seguridad, de la actual Finlandia. Pese a que los patriotas eslavos disputan este hecho, las huellas de estos primeros asentamientos se reflejan