Runner's World España

172 RUNNERTS COMENZARON ESTA ULTRAMARATON. 21 DE ELLOS NO REGRESARON

Los corredores se habían dispersado por todas partes: fuera del camino, en los barrancos, al otro lado de la montaña, etc. Salpicaban la ladera vestidos con ropa deportiva de colores brillantes. Era complicado diferenciar a las personas de la ropa. Algunos deambulaban en todas direcciones, luchando contra el viento helado y la lluvia. Otros se acurrucaban cerca de arbustos o rocas.

Algunos corredores pasaron por delante de Yan, bajando la montaña. Habían intentado llegar al tercer puesto de control en el kilómetro 27, pero no lo habían conseguido, así que ahora estaban retrocediendo hasta el segundo checkpoint para abandonar.

YAN DAIXIANG ENTRECERRÓ LOS OJOS A TRAVÉS DE LA DENSA NIEBLA, MIENTRAS LUCHABA POR SEGUIR ADELANTE

“Ahí arriba, en el tercer puesto de control, hace demasiado frío”, le advirtió uno a Yan. La temperatura había ido bajando sistemáticamente desde que empezó a llover. Cuanto más alto subiese, más frío haría. Aun así, Yan siguió subiendo.

La gran mayoría de los corredores llevaban pantalones cortos y camisetas. Los habían animado a que guardaran su ropa de abrigo en una bolsa, que podrían recoger en el kilómetro 63, en el sexto puesto de control. Pero muy pocos habían previsto que necesitarían capas adicionales. La ultramaratón de 100 km del Yellow River Stone Forest se celebraba en un desierto, y en años anteriores los corredores tuvieron que luchar contra la insolación, no contra la hipotermia. Si había algo de abrigo en esas bolsas, estaba a casi 32 km.

Yan era de las afortunadas: se había traído ropa más abrigada. Se puso pantalones largos y una chaqueta y decidió continuar. Todavía le quedaba un kilómetro y medio de subida antes del próximo puesto de control. A su alrededor, cada vez más puntos de color neón cubrían la ladera de la montaña. Se arrastraban, se tiraban al suelo o se quedaban de pie, pero casi sin moverse. Yan se acercó a un hombre mayor al que le estaba sangrando el ojo. Él le aseguró que estaba bien.

Ella recorría la parte más peligrosa de la carrera: 900 metros de subida, que la llevarían a alcanzar los 2.000 metros de altitud. El camino subía por la ladera de la montaña, pasando por acantilados escarpados. Las rocas y la arena del camino ahora resbalaban, tras haber sido golpeadas por el viento y la lluvia. Además del matorral desértico, había poca vegetación en la que refugiarse. Si miraba hacia delante, no era capaz de diferenciar el camino:

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