LA GUERRA TOMA CUERPO EN LA DESTRUCCIÓN DE LEÓPOLIS
LEÓPOLIS, UCRANIA.– Las bombas incendiarias cayeron cuando aún era de noche. Volodímir, un soldado de apenas 22 años, se encontraba junto a sus compañeros, cerca de la frontera con Polonia. Los militares rusos apuntaron bien. Ahora Volodímir yace en un féretro de madera marrón; acorralado allí lo despidieron sus familiares. Ocurrió en la barroca iglesia de la Guarnición de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, de Leópolis, un templo de rito grecocatólico. La madre lloraba desconsolada, un puñado de imberbes camaradas miraban desorientados.
Un velorio en estos días en Ucrania es como una instantánea cualquiera en cualquier ciudad de este país. La mayoría de las personas siguen caminando al toparse con uno y esquivan la escena con los ojos. Otros se paran, pero sólo algunos minutos, el tiempo para entender qué está sucediendo. La muerte y la destrucción se volvieron referentes reales que ya forman parte del paisaje, como las sirenas de ambulancias y las antiaéreas que, incluso en Leópolis, se oyen cada vez más a menudo, a veces también mezclándose entre sí.
Sólo los familiares y los amigos no tienen vía de escape alguna de ese dolor, en carne y hueso, de una vida que se acaba. Por eso se abrazan nerviosamente, desfallecen unos sobre otros, y hacen muecas de desprecio y desconsuelo incluso cuando miran hacia el cielo. El grado de amargura puede ser incluso mayor si la persona
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