Crueles y oscuros, sensuales y misteriosas. Samuráis y geishas son dos de las figuras más icónicas de la tradición secular japonesa, la que engloba el mundo de la guerra y el del arte y la cultura. De ellos se creó una fama de soldados de honor, solitarios y nobles. A ellas, inmersas en el karyukai (“el mundo de la flor y el sauce”), se las consideró, sobre todo en Occidente, prostitutas, cuando tener una relación íntima con una de ellas en una reunión era bastante poco probable. El cine y la literatura, por su parte, han construido una identidad no muy fiel a la realidad de ambos, marcada por prejuicios culturales que han perpetuado estereotipos y patrones, a veces idealizados y otras deformados.
HONOR Y RECTITUD NO SIEMPRE RESPETADOS
Los samuráis se educaban y formaban en una casta exclusivamente militar, siguiendo un riguroso código de honor llamado (“el camino del guerrero”), los modos que los nobles combatientes debían observar en su vida diaria así como en su vocación. Cuando en Japón se instauró el feudalismo, la clase profesional de guerreros adquirió protagonismo: eran conocidos (“caballeros combatientes”). Esta clase aristocrática tenía como principal precepto el cumplimiento del deber hacia su daimio o señor, sin miedo a la muerte. Estos guerreros profesionales privados se distinguían de los oficiales de la corte, los oficiales de palacio y los campesinos reclutados.