Le invitamos a realizar un experimento. Busque en Internet la web del Instituto Nacional de Estadística y entre en la sección Frecuencia de Nombres. A continuación, teclee el nombre de algún romano famoso, como Trajano o Escipión. Verá que ningún español lo porta en su carné de identidad. Pero si teclea César, la cosa cambia bastante: 43.039 ciudadanos llevan hoy el nombre de este ilustre romano. Es probable que, en su momento, los progenitores de los Césares nacientes no fueran conscientes de por qué les bautizaban así. Ni tampoco de las implicaciones de su decisión, más allá de los gustos de cada cual. Pero, si nos paramos a pensarlo, el que César sea todavía hoy un nombre popular habría sido imposible si hace 2.122 años no hubiera nacido el César original, el que lo popularizó. Aquel Julio que se ha convertido en el más legendario de los romanos y en el más presente y vivo en nuestro siglo xxi. Y no solo en el cine, la literatura o los videojuegos, sino también en cuestiones más cotidianas como el calendario, el lenguaje o la política.
Pocos personajes históricos han influido tanto como César en la humanidad. Y menos aún han conseguido mimetizar su recuerdo con la vida de millones de personas en todo el mundo a lo largo de todas las eras. Para conseguir eso, la mayor de sus gestas, César tuvo que vivir una vida de proporciones épicas, sí. Pero también cocinar la realidad histórica de su personaje para crear ese mito imposible de olvidar y obviar con el que convivimos cada día. Esta es la