CONSANG UINIDAD LAZOS DE SANGRE FATALES
Por cuestiones geoestratégicas y culturales, en la Edad Media y en los siglos sucesivos fue muy habitual que los miembros de las familias reales contrajeran matrimonio con personas de otras casas reales o, incluso, de su propia familia. Uno de los ejemplos más conocidos es el de Carlos II de España, cuya madre, Mariana de Austria, era también sobrina de su padre, Felipe IV de España.
Conocido como el Hechizado, porque se creía que su debilitado estado físico, su retraso intelectual –hasta los cuatro años, no empezó a hablar– y sus rasgos poco agraciados eran fruto de la brujería, Carlos II (1661-1700) sufrió en sus carnes las consecuencias de los sucesivos matrimonios consanguíneos de su familia. Se cree que el joven padecía el síndrome de Klinefelter, al que se suele relacionar con el desarrollo de una marcada debilidad muscular e infertilidad. De hecho, murió con solo 38 años, sin descendencia. Con él se terminó la rama española de los Habsburgo.
Pero podría haber sufrido muchas más dolencias. Una reciente investigación apunta a que pudo padecer hidrocefalia –acumulación de un exceso de líquido cefalorraquídeo en el cerebro– por una infección de herpes contraída cuando era un bebé.
Si nos fijamos en lo que dicen los genes, el estudio genético de 3000 descendientes de los Habsburgo españoles, cuyo linaje se extendió durante dieciséis generaciones, confirmó que Carlos II y otros miembros de esta familia real registraron coeficientes de consanguinidad
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