Las máquinas empezaron a sustituir el trabajo pesado realizado por los animales en los campos, las ciudades y las industrias hasta mediados del siglo XVIII. Había un gran escepticismo sobre la capacidad de la máquina de vapor -la tecnología preeminente de la época- para sustituir la fuerza y la versatilidad de los caballos y los bueyes en las tareas rutinarias Sin embargo, a pesar de la incredulidad de algunos y la resistencia de otros, el inventor escocés James Watt estaba decidido a garantizar el éxito comercial de su principal invento: la máquina de vapor de Watt-Boulton.
Inspirado en la “máquina atmosférica” de Thomas Newcomen (1663-1729), que utilizaba el vapor para propulsar un pistón a través de un cilindro y mover una palanca capaz de bombear el agua de las minas de carbón inundadas, el motor de Watt-Boulton, basado en mejoras de diseño, realizaba las mismas tareas que su predecesor pero en menos tiempo y con menos gasto de energía. Una vez demostrado el buen rendimiento productivo del equipo, sus inventores tuvieron que superar la desconfianza de los posibles compradores.
LA FUERZA DE LOS CABALLOS
Para Watt, habría que comparar la eficacia de su motor con la de otro medio de producción que los industriales y agricultores conocían bien, los caballos. Dado que cada caballo era capaz de producir una determinada fuerza durante una determinada unidad de tiempo, el escocés intentó demostrar una estimación teórica de la intensidad de esta fuerza. Esta