María Montez
La reina del tecnicolor. El ciclón caribeño. La dinamita dominicana. Sirena de Hollywood. Estos son solo algunos de los calificativos promocionales que acompañaron la carrera de una de las estrellas latinoamericanas más célebres del Hollywood clásico.
Cierto es que la corona de reina del tecnicolor estaba muy disputada. El título iba pasando alternativa de una estrella a otra, entrando en la lista figuras tan célebres como Rhonda Fleming, Maureen O’Hara o Yvonne De Carlo. No cabe duda de que entre todas ellas la actriz que nos ocupa fuera quizá la que ocupó el trono más brevemente, la que menos tiempo tuvo para brillar entre las presencias femeninas que animaron las fábulas y los sueños erótico-festivos de los espectadores desde una pantalla grande que se vistió con las galas del celuloide más colorido en los años cuarenta y cincuenta. Pero no es menos cierto que ella fue una pionera entre sus colegas, iniciadora de muchas de las claves que luego fueron pasando a sus sucesoras como una especie de legado.
Por otra parte, a ella le tocó ejercer su reinado en época más convulsa, una de las décadas más difíciles de la historia, los años cuarenta, con unos Estados Unidos que salían de la sartén de la Gran Depresión para caer en las brasas de la Segunda Guerra Mundial, que sembró dolor y tragedia en todo el mundo.
En ese paisaje, la oportunidad de escapar de la realidad con el tipo de películas que ella protagonizaba era oro puro para unos espectadores que abrazaban el cine como una ventana de ocio capaz de permitirles la huida del horror cotidiano al menos durante la hora y media, más o menos.
En tiempo récord, debido a su fallecimiento muy joven, cuando contaba solo 39 años y solo había rodado 26 películas, con todavía mucho que decir como estrella en el cine, la protagonista de nuestro reportaje de este mes vivió una de las historias de fama y popularidad de un extranjero en Hollywood más recordadas entre las figuras latinas que han intentado triunfar en la industria del
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