En su segunda película de la saga, George Lucas tomó dos decisiones clave: la primera, apartarse de la dirección, cosa que repetiría en la tercera y que en mi opinión debería haber practicado igualmente en las precuelas después de dirigir el Episodio I: La amenaza fantasma. Es público y notorio, según declaraciones del propio productor y director, que dirigir no es su labor favorita a la hora de trabajar en un proyecto cinematográfico. Y se nota.
La segunda decisión fue ampliar el abanico del multigénero que ya caracterizaba la primera entrega, el Episodio IV: Una nueva esperanza (ver ficha en el coleccionable de “Cartelmanía” en publicado en este mismo número), para incorporar elementos en el arranque de la trama que vuelven