EL SANATORIO ONÍRICO DE PÉRGAMO
Los Asklepeia eran espacios tan sagrados que estaba prohibido morirse en su interior. Tampoco las embarazadas podían dar a luz dentro, puesto que ambos sucesos –parir y fallecer– se consideraban actos impuros que podían mancillar la sacralidad del recinto. Para evitar tales circunstancias, los servidores del templo seleccionaban a los peregrinos que hasta allí iban, movidos por la esperanza de curar sus padecimientos gracias a la intermediación de la divinidad. Unos peregrinos que acudían en riadas desde cualquier rincón del mundo antiguo y cuyo objetivo consistía sencillamente en pasar la noche bajo las dependencias del santuario para que Asclepio se les apareciera mientras dormían y les diagnosticara su dolencia. Creían fervientemente que esa experiencia onírica repararía los daños del cuerpo, pero también del espíritu. En ocasiones, el propio viaje al Asclepeion había venido inspirado por un sueño.
EXPERIENCIA TRANSFORMADORA
El procedimiento de sanación pasaba obligatoriamente por la técnica denominada en latín o en griego. Consistía en dormir profundamente y esperar que la divinidad hiciera acto de presencia para atender las demandas del enfermo. Patricia Cox Miller, profesora de Religión en la Universidad de Siracusa, comenta en su estudio que «los sueños no se consideraban representaciones simbólicas de las enfermedades físicas o mentales que los médicos podían utilizar como herramientas de diagnóstico, como ocurrió en la literatura hipocrática. El sueño no era imitador de la enferme-dad, sino más bien creador de la curación. En el culto de Asclepio y en la práctica mágica, el soñar permitía una nueva configuración del cuerpo y el alma a través de la figuración. En estos contextos, la clave de la curación del sufrimiento estaba en la imaginación, porque
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