ALFRED HITCHCOCK
erseguido por su propia leyenda y asediado, sobre todo tras su muerte, por una tormenta de acusaciones de conducta impropia y abusos de algunas de sus estrellas femeninas, Alfred Hitchcock sigue atrapado en un laberinto de incógnitas, algo que seguramente le habría resultado secretamente estimulante, siendo tan adicto como era al protagonismo y al enigma, tanto en su cine como en el pulcro e incluso me atrevería a decir que maquiavélico cultivo de su propia imagen pública. Él mismo alimentó esa imagen creepy, por ejemplo con declaraciones gratuitamente provocadoras, como “los actores son como ganado”, que le llevaría luego a ser recibido en su primer día de rodaje de (1941), una de las películas menos hitchcockianas de su carrera, con
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