Esteban Loaiza, una oscura mente del diamante
Cuando Esteban Loaiza era un niño, su papá le enseñaba la mano derecha con el dedo índice levantado y le preguntaba: ¿cuántos dedos hay aquí? El pequeño respondía sin dudar: “Uno”. El padre repetía la acción con la izquierda y Esteban otra vez contestaba “uno”.
El juego se convertía en un problema cuando le mostraba al mismo tiempo un dedo de cada mano y la respuesta a “cuántos dedos hay” era “uno y uno”.
Esa era la extraña lógica del pítcher abridor de los Medias Blancas de Chicago. En la cabeza de Loaiza no existía el número dos, como tampoco otras cifras y ni qué decir de las letras. En la primaria, cuando su maestra lo pasaba al pizarrón a sumar uno más uno, el niño no acertaba y escribía “uno”. Aunque las cifras cambiaran, en sus sumas para él todo era “uno”.
Esteban sólo pensaba en beisbol y en parques de pelota. Era incapaz de decir correctamente el abecedario, pero su oscura
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