LA GUERRA DE LAS ANFETAS
Entre todas las posibles relecturas que brinda el relato de la Segunda Guerra Mundial, una de las más curiosas y especulativas, aunque difícil de plantear, es la que se derivaría de someter a todos sus actores –desde los líderes que instigaron los enfrentamientos hasta el último soldado que combatió en el campo de batalla– a un estricto test de drogas. ¿Influyeron mucho o poco los estupefacientes en las decisiones que tomaron quienes tenían capacidad política y militar para hacerlo? ¿Condicionaron los narcóticos el potencial mortífero de los ejércitos o su efecto sobre las tropas fue despreciable? ¿Habría sido otro el desenlace de la contienda si todos los que estuvieron implicados en ella se hubieran enfrentado a un control antidopaje o su desarrollo se habría mantenido invariable tras restarle el caudal de psicotrópicos que circuló por los cuarteles, los despachos y los frentes de guerra?
A falta de muestras de sangre que analizar, hoy solo nos queda la historiografía para conocer, aunque sea de manera aproximada, el grado de alteración física y cognitiva que las sustancias dopantes causaron en los soldados y sus mandos. En los últimos años, varias investigaciones han sacado a la
Estás leyendo una previsualización, suscríbete para leer más.
Comienza tus 30 días gratuitos