El gatillazo viene de antiguo
En el libro III de , el poeta Ovidio relata con especial precisión y angustia uno de los horrores que acecha en la virilidad romana. Comprueba, aterrado, –pene– no responde a las expectativas –no se convierte en un , un falo, un pene erecto–, con lo que se imposibilita el coito. El relato del insoportable fracaso lo concluye el poeta con una acción sobrecogedora: “Y para disimular que estaba intacta de mi semen, ella fingió lavarse los muslos”. No es un fracaso solo de Ovidio; es un fracaso de la propia masculinidad y de la feminidad, que tiene siempre que activar a aquella, y es un fracaso en la única finalidad que puede tener el sexo: completar un coito. Es por eso por lo que la joven finge –a fin de minimizar la catástrofe– que la penetración se ha consumado con el gesto simbólico de retirar unos restos de semen imaginarios de su entrepierna. Pero ¿delante de quién finge? Allí están solos ella y Ovidio, y ambos saben perfectamente lo que ha sucedido, por lo que fingir sería un poco absurdo, pero aun así ella se ve en la obligación de fingir… De fingir ante el mundo: la imposibilidad del coito no implica a dos personas, implica a toda la humanidad. La presión para ella, pero especialmente para él es totalmente insoportable. Y es que la necesidad de rendir de manera conveniente frente al coito es la primera causa real y anticipativa del gatillazo, el mismo que padeció aquel día el desdichado Ovidio.
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