La Proposición 187 obligó a una generación a dejar a un lado el miedo y luchar. Transformó a California, y a mí
LOS ÁNGELES — Algo estaba a punto de suceder y nadie quería dar el primer paso.
Mi mejor amigo Art y yo, nos paramos en el patio en nuestro lugar habitual para almorzar: cerca de la fuente, debajo de los grandes árboles. Atletas y nerds, consumidores de marihuana y entusiastas de la banda, cholos y tipos artísticos se paseaban por ahí.
Finalmente, un chico caminó hacia la cerca de alambre que separaba a Anaheim High School de la calle. Arrojó su mochila y trepó. Luego otro. Más. Docenas. Tantos que la cerca se derrumbó por el peso. Un torrente de estudiantes se convirtió en una inundación que convergió con un tsunami político.
El 2 de noviembre de 1994, más de 10 mil adolescentes en toda California salieron a protestar contra la Proposición 187. La iniciativa buscaba castigar a los "extranjeros ilegales" negándoles ciertos servicios, incluido el acceso a la atención médica y a la educación públicas.
La Proposición 187 dividió la psique del estado como pocas cosas antes o después.
Los californianos, confrontados con un estado más diverso y golpeados por la peor crisis económica desde la Gran Depresión, llegaron a creer que el problema eran los llamados ilegales y sus hijos.
El gobernador republicano Pete Wilson, frente a una campaña de reelección difícil, encabezó la carga, publicando anuncios de campaña que mostraban imágenes granuladas de personas que pululaban por el cruce fronterizo de San Ysidro mientras una voz siniestra entonaba: "Siguen llegando".
Muchos latinos, estuvieran legalmente aquí o no, vieron la propuesta como una amenaza existencial. El "ellos" de Wilson parecía referirse a ellos.
Las marchas estudiantiles fueron la culminación de un
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