EL ADIÓS A ENNIO MORRICONE
no de tantos entretenimientos que teníamos mi amigo y yo era el visionado de películas en super-8 en un pequeño hueco libre de la pared de esa habitación. Así crecimos, disfrutando de la magia del cine y de filmes de lo más variado, donde la música de Ennio Morricone resultaba realmente destacada entre las demás. Mi vecino coleccionaba y proyectaba en casa, para más tarde pasar a un local en otra planta del bloque de viviendas donde montó nuestro cine club privado. Allí llevamos ya décadas coleccionando horas muertas rendidos a la magia de esa luz prodigiosa que da vida al rollo de celuloide. Pero por aquel entonces también había ocasiones en las que mi vecino recibía, me sentí de alguna manera identificado. Mi vecino, que para mí era como mi segundo padre, incluso sufrió quemaduras en una ocasión, ya que se le prendió una película antigua de nitrato. Como en el filme de Tornatore, un nuevo paralelismo entre nuestras vidas y la de los personajes de tan insigne película. Me educaron además entre sesiones de cine en televisión que tanto apasionaban a mi padre, en las que el wéstern era básico, si bien veíamos todo tipo de clásicos. Todo eso se completaba con otros rituales, como las sesiones matinales de los domingos en los cines de barrio, donde a veces incluso tenía la fortuna de asistir a sesiones dobles. También contaba con los adorables los cines de verano… Para acabar de volverme un incondicional del séptimo arte vendría más tarde el vídeo beta y luego cambiaría al VHS. Si tu vida está ligada al cine de alguna manera y sientes pasión por él, entonces es inevitable que Ennio Morricone sea uno de tus héroes. Y yo consumía de todo: mucha serie B, mucho giallo, demasiado espagueti wéstern y cantidad de películas casposas, pero encantadoras y repletas de carisma, lo que no estaba reñido con el visionado de producciones de mayor presupuesto y respaldo de la crítica.
