UNA NUEVA VENTANA AL TIEMPO
TRES MONTAÑISTAS evaluaron la situación en la arista suroeste del monte Everest mientras empezaba a clarear sobre la meseta tibetana. Más de 1.5 kilómetros abajo, los rayos del sol iluminaban un grupo de nubes que rodeaba los flancos de la montaña con nieve.
Los hombres, con trajes gruesos de pluma, máscaras de oxígeno y lámparas, prácticamente no se fijaban en la vista. Tenían el tiempo contado, limitado por la cantidad de oxígeno que llevaban y la posibilidad de que el característico tiempo voluble se pusiera en su contra. Ya los habían retrasado las hordas de alpinistas que abarrotaban el lado nepalí de la montaña, con la esperanza de hacer cumbre aquel día de finales de mayo de 2019. Pero los hombres no podían preocuparse por eso en ese momento. Se concentraron en su trabajo con la meticulosidad exagerada de los astronautas; desempacaron metódicamente herramientas e instrumentos, y siguieron un plan coreografiado a la perfección para erigir la estación meteorológica a mayor altitud en el mundo.
Conforme trabajaban, uno de ellos, Baker Perry, sintió una punzada de miedo mientras hurgaba en las mochilas del equipo; y luego, de manera frenética, hurgaba de nuevo. Dos piezas pequeñas pero cruciales de la estación –un par de tubos de aluminio de 2.5
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