BLADE RUNNER YA ES REAL
La noticia llegó a los medios de comunicación poco después de arrancar el nuevo año, a raíz de la publicación de un artículo en la revista PNAS (medio oficial de la Academia Nacional de las Ciencias de EE UU), y no tardó en propagarse como la pólvora. No era para menos. El trabajo firmado por Sam Kriegman, Joshua Bongard, Michael Levin y Douglas Blackiston –investigadores de las universidades estadounidenses de Vermont y Tufts– desgranaba los entresijos de un logro científico sin duda trascendental: la creación de las primeras máquinas vivas –auténticos robots vivientes– en un laboratorio. Echando mano del símil literario, podríamos decir que estos «biorobots» son una especie de Frankensteins diminutos, con la diferencia de que en lugar de estar «construidos» a base de fragmentos de distintos cadáveres, como el protagonista de la célebre novela de Mary Shelley, han sido creados en la asepsia de un moderno laboratorio empleando células vivas de embriones de rana africana de la especie Xenopus laevis, después de que su insólito diseño se trazara en potentes ordenadores con ayuda de algoritmos de inteligencia artificial.
En una primera fase, los investigadores emplearon la capacidad de cálculo de la supercomputadora Deep Green –del Vermont Advanced Computing Core– para «ensamblar» miles de combinaciones de células simuladas y escoger aquellos diseños más adecuados para cumplir una tarea, en este caso moverse en una dirección concreta.
Tras ejecutar miles de combinaciones con ayuda de un algoritmo, la computadora fue refinando su diseño, seleccionando aquellos «modelos» que resultaban más eficientes., no podrían tener un aspecto más alejado de un dispositivo robótico: un cuerpo amorfo dotado de cuatro apéndices que les permiten desplazarse lentamente en un medio acuoso.
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