¿Y QUÉ HACEMOS CON LOS RESIDUOS?
En septiembre de 1987, dos hombres de la ciudad brasileña de Goiânia entraron en un hospital abandonado en busca de chatarra. Allí encontraron una máquina y, tras desmontarla, sacaron de ella una cápsula que iba en una caja de plomo y la vendieron a un chatarrero. Nadie sabía que esa máquina había sido una unidad de radioterapia contra el cáncer. Dentro de la ampolla había 19 gramos de Cesio-137, un emisor de radiación beta –electrones– con un periodo de semidesintegración –el tiempo que tiene que pasar para que desaparezca la mitad de la muestra– de algo más de 30 años. Un día, el chatarrero, Devair Ferreira, vio cómo la cápsula despedía un brillo azulado: era la radiación de Cherenkov, la luz que producen los electrones emitidos por el cesio radiactivo. Le pareció algo muy bonito y se lo llevó a casa; vecinos y familiares pasaban para ver el espectáculo. Ferreira abrió la cápsula y empezó a repartir el peculiar polvillo que había en su interior, que algunos se aplicaban en la piel y otros admiraban y tocaban mientras comían.
Se demolieron el depósito de chatarra y decenas de casas, mientras que cientos de objetos, desde refrigeradores a sofás, e incluso árboles y animales, fueron tratados como residuos nucleares. En total,
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