Con ellos llegó el Imperio
El Senado y el pueblo romano: eso –Senatus Populusque Romanus– significa el acrónimo SPQR que, en la última etapa de la República (desde el año 80 a. C.) y hasta muchos años después de que este sistema político desapareciera (hasta la época de Constantino, en el siglo IV), blasonó las monedas, los documentos, inscripciones en piedra o metal, monumentos y estandartes de las legiones como denominación legal de Roma. De origen incierto, pero muy anterior –probablemente, de la etapa fundacional de la ciudad-Estado republicana, cuyo nombre oficial entonces, sin embargo, era únicamente “Roma”–, resulta irónico que la frase que designa al Senado y al pueblo como depositarios de la soberanía se institucionalizara, precisamente, cuando dicha soberanía agonizaba, próxima a extinguirse, ahogada entre otras cosas por la lucha entre ambos estamentos: la patricia clase senatorial y el pueblo (la plebe).
Esa contradicción de base, nunca resuelta, traería la decadencia de la República romana y, en último término, las guerras civiles, caldo de cultivo para la irrupción de diversos hombres providenciales o “salvapatrias”. Y serían el más exitoso de todos ellos –también el más inteligente, cautivador y capaz–, Julio César, y sobre todo su heredero, Octavio Augusto, quienes le dieran la puntilla a una forma de gobierno que parecía eterna
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