El lugar donde Philip Roth comía arenque picado
NUEVA YORK ES LA CIUDAD más intensamente tribal que conozco. He residido toda mi vida en el centro de la ciudad, pero cuando acudí hace unas semanas a Barney Greengrass, en el Upper West Side, era la primera vez que visitaba la legendaria –y no se trata de una hipérbole– tienda y restaurante de la esquina de la avenida Amsterdam y la calle 87, donde lleva situada noventa años. En el interior, la tienda ha permanecido prácticamente inalterada desde 1929, cuando se mudó ahí desde Harlem. Siguen ahí sus mostradores originales, de esmalte cocido al estilo y porcelana blanca, y unos cuantos taburetes en los que se sientan los clientes para disfrutar de un rápido tentempié: un profesor de la Universidad de Columbia con un de salmón ahumado o un abogado que se está dando prisa para dar buena cuenta de un blini. Barney Greengrass, que aprendió y daba servicio a sus convecinos, muchos de los cuales, como Greengrass, eran inmigrantes judíos llegados de Europa del Este con una afición muy marcada por el pescado ahumado y salado.
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