¿ ECHANDO HUMO ?
EN LOS PRIMEROS AÑOS DE LOS 2000, al padre de Hon Lik, un fumador empedernido, le diagnosticaron cáncer. Hon, un farmacéutico que vivía en Shenyang, China, también tenía dependencia al tabaco. Este hecho, junto con la terrible noticia, lo motivó a inventar el artefacto que se convirtió en el precursor de la mayoría de los cigarros electrónicos (e-cigarettes o e-cig) de hoy.
Hon creía que “aerosolizar” la nicotina, infundiéndola en un vapor en lugar de entregarla a través del humo del tabaco, podría ayudar a los adictos a mantener su hábito sin arriesgar su vida al exponerse al alquitrán y otros químicos tóxicos. El producto de Hon debutó en 2003. Su padre falleció poco después, pero en pocos años los cigarros electrónicos proliferaron a nivel mundial con una rápida adopción basada en la creencia de que resultaban más seguros que los cigarros tradicionales.
Dieciséis años después, los cigarros electrónicos y los artefactos de “vaping” (los “vapeadores”) son un negocio de 9,000 millones de dólares (mdd) tan solo en EE.UU., pero la creencia en su seguridad ha sido reemplazada por dudas —y los fabricantes están bajo ataque desde todos los flancos—. Primero fueron los escándalos sobre la mercadotecnia de estos dispositivos, incluyendo las denuncias de que los fabricantes de cigarros electrónicos estaban dirigiéndolos a los niños. Después fue algo mucho peor: una epidemia reciente de misteriosas enfermedades pulmonares parecidas a la gripe y neumonía, predominantemente en EE.UU., que parecían estar relacionadas al vaping.
Desde el principio del verano hay casi 1,300 de tales casos (y 29 muertes confirmadas hasta la hora de cerrar esta
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