No se sabe con seguridad quién lanzó el proyectil que cayó sobre el hospital de Gaza, pero de algo sí está convencido: la opinión pública está instalada en el empate y gran parte de la culpa la vuelve a tener el periodismo. Apenas cinco minutos después del suceso, había 500 muertos redondos que nadie puso en reserva y quedó anulada la objetividad del hecho.
Objetivo, sobrio y severo le pareció el comunicado de la Embajada de Israel contra las declaraciones de la parte podemia del Ejecutivo de España sobre un imaginario genocidio del pueblo palestino. Ante él exhibió su ya habitual torpeza Alberto Núñez Feijóo, que debería tener más cuidado en utilizar el adjetivo “atinado”.
Piensa, por otra parte, que la posición excéntrica de Sánchez, justo cuando ocupa la presidencia rotatoria de la Unión Europea, acabará pesando en los pactos de investidura. Quizá –¡reconoce el peligro del wishful thinking!– a este Gobierno andrajoso, en harapos por el mundo, se le acabe imponiendo la realidad.
La guerra y el terrorismo lo ocuparon todo hoy, y no dejó de señalar la masa gelatinosa del miedo que una vez más va instalándose en la sociedad. Y hablando de terroristas, anunció sus reservas respecto a la serie de reportajes sobre Otegi que está publicando el periódico, y apostilló sobre lo que escribe Carmen Ladrón de Guevara: todas las amnistías se conceden a costa de las víctimas.
Y fue así que Espada yiró.
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