Durante los extraños sucesos ocurridos ese amanecer del 23 de agosto de 1939, Germán Busch tenía 35 años y era el dictador de la república, cargo que se había impuesto dejando de lado su condición de presidente constitucional para enfrentar a los tres barones del Estaño que le hacían la guerra desde los periódicos, los partidos tradicionales y el ejército, luego de que él reformara la Constitución y les nacionalizara las divisas generadas por la venta de los minerales.  Se había desatado una guerra entre un oficial de 35 años salido de las selvas del Oriente, contra tres de los hombres más ricos del mundo. 
A esa edad, Busch había sido héroe de la guerra del Chaco, en donde entró como teniente y salió como mayor, había encabezado tres golpes de estado sin derramar ni una gota de sangre y en todos los casos el poder no se lo había guardado para él, sino para terceros. 
 Durante los sucesos acaecidos el amanecer del 23 de agosto de 1939, el hombre padece un fuerte problema de descalcificación por las necesidades que padeció en la guerra, le faltan dos dientes y se le ha partido una uña.  El dolor lo indispone, pero también unos anónimos y los enemigos que los presiente muy, muy cerca.  En pocas horas recibirá un tiro que cambiará la historia del país, pues con ese evento nacerá la revolución de 1952.

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