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Dime que me quieres aunque sea mentira: Sobre el placer solitario de escribir y el vicio compartido de leer
Dime que me quieres aunque sea mentira: Sobre el placer solitario de escribir y el vicio compartido de leer
Dime que me quieres aunque sea mentira: Sobre el placer solitario de escribir y el vicio compartido de leer
Libro electrónico209 páginas3 horas

Dime que me quieres aunque sea mentira: Sobre el placer solitario de escribir y el vicio compartido de leer

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Información de este libro electrónico

No importan los años que hayas tardado en conocerla, ella siempre sonará moderna. Pasa en sus novelas, en sus columnas y especialmente en Dime que me quieres aunque sea mentira. En este compendio de notas sobre feminismo y escritura, el último que publicó antes de morir de cáncer de mama a los 45 años, Roig se corona como maestra del dato anticipatorio. Ahí está, treinta años antes de que le pusiéramos nombre a la «brecha de autoridad» entre escritoras y escritores, defendiendo una mirada propia ajena al canon masculino.
«Dime que me quieres aunque sea mentira», le pidió Johnny Guitar a Joan Crawford en aquella película de los cincuenta. Roig recuerda que ella contestó que lo quería aunque fuera mentira y que le decía la verdad. «La mentira, es decir, la literatura, es una droga. Y si nos falta, andamos un poco colgados», escribe a propósito de ese intercambio. Y también dice la verdad. Es justo lo que nos pasa con ella. Porque cuando la encuentras, pasa como con la mejor droga: te preguntas qué diablos habías estado haciendo (leyendo) en tu vida antes de conocerla. Del prólogo de Noelia Ramírez
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 sept 2023
ISBN9788419362179
Dime que me quieres aunque sea mentira: Sobre el placer solitario de escribir y el vicio compartido de leer
Autor

Montserrat Roig

Montserrat Roig i Fransitorra Catalan journalist and writer of novels and short stories, was born in 1946. In her writing, Roig confronted her own political, cultural and literary past in the search for her identity as a writer in a rapidly changing Catalonia. She won, among other awards, the 1976 Premi Sant Jordi de Novel·la for El temps de les cireres and the 1978 Crítica Serra d’Or prize for historic journalism for Els catalans als camps nazis. She died from cancer in 1991.

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    Dime que me quieres aunque sea mentira - Montserrat Roig

    Portada

    TÍTULO ORIGINAL

    Digues que m’estimes encara que sigui mentida:

    Sobre el plaer solitari d’escriure i el vici compartit de llegir

    © 1992, Herederos de Montserrat Roig i Fransitorra

    Publicado por

    Plankton Press S. L.

    C/ Hernán Cortés, 3

    29679 Benahavís (Málaga)

    info@plankton.press

    www.plankton.press

    Primera edición en Plankton Press: septiembre 2023

    © de esta edición, 2023, Plankton Press S. L.

    © del prólogo, Nunca es tarde con Montserrat Roig, 2023, Noelia Ramírez

    © de la traducción, 1992, Antonia Picazo Serna

    © de las fotografías, Archivo familiar, Montserrat Roig de adolescente

    ISBN digital: 978-84-19362-17-9

    Fotografía de cubierta: Archivo familiar de Montserrat Roig

    Diseño de cubierta y Maquetación: Álvaro López

    Tipografía: Sabon

    Reservados todos los derechos. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra ni su almacenamiento, tratamiento o transmisión de ninguna manera ni por ningún modo sin autorización previa por escrito del titular de los derechos, salvo para uso personal y no comercial.

    Montserrat Roig

    Dime que me quieres aunque sea mentira

    Sobre el placer solitario de escribir

    y el vicio compartido de leer

    Traducción de Antonia Picazo Serna

    Plankton Press

    2023

    A Rosemary y Anthony Trippet, que me acogieron en Glasgow, y a Teresa y Jorge Valdivieso, que hicieron

    otro tanto en Tempe, Arizona.

    Y también a Josep M. Castellet, porque una tarde

    barcelonesa que me sentía reseca me invitó a un whisky

    y me habló de Paul Valéry.

    … el milagro de crear Belleza de la realidad de los hombres y las cosas, revelar la posibilidad de perfección y eternidad que hay en la más imperfecta caducidad, y de transformar en heroica o trágica la materia más vulgar del melodrama confuso de la existencia humana.

    Dolors Oller, La construcció del sentit.

    Índice

    Portada

    Página legal

    Portadilla

    Dedicatoria

    Cita inicial

    Nunca es tarde con Montserrat Roig

    Advertencia a los lectores

    El oficio de escribir: ¿placer o castigo?

    Dime que me quieres aunque sea mentira

    Dos recuerdos lejanos

    El nombre de las cosas

    Las cosas nunca fueron así

    Del yo al nosotros

    La mirada tuerta

    El uno y la otra

    Del «ya no» al «todavía no»

    Los ojos de la mente: la derrota de Mnemosine

    Arizona, a las nueve de la mañana

    El ojo de Dios y el ojo espía

    Los ojos de la mente

    Ante la catedral de Estrasburgo

    Pura energía, pura luz

    Las palabras podrían tener color y las formas, voz

    De ventanas, balcones y galerías

    I. Domus amica, domus optima

    II.

    III.

    IV.

    Barcelona, una geografía literaria

    Colofón

    Nunca es tarde con Montserrat Roig

    No importa cuándo llegues a Montserrat Roig, nunca es tarde para el flechazo. Lo sé porque el mío llegó a los 37. Era junio de 2020 y compré Som una ganga. Textos feministes en la librería Documenta de Barcelona. Aquella recopilación de columnas y ensayos a cargo de Maria Àngels Cabré en Comanegra me estaba llamando a gritos. Como periodista sometida a la tiranía de las novedades culturales, no solo arrastraba una cuenta pendiente como lectora con ella. Aquel título encajaba en dos de las reglas de los tres libros vacacionales «que no son trabajo». Ahí siempre entra un ensayo, una novela editada hace más de dos años (no importa el género de quien lo haya escrito) y una autora a la que no haya leído nunca. La escogí porque cumplía dos de las tres y, para qué engañarnos, me hipnotizaba su mirada en la portada. Por algo Francisco Umbral destacaría que había «claridad irónica en sus abiertos ojos»[1] y Josep Pla le soltaría aquella machistada histórica de «¿Para qué quiere escribir teniendo unas piernas tan bonitas?»[2]. No se puede ignorar que, además de por su intelecto, a Montserrat Roig también se llega atraída por su presencia magnética. Confieso que no había leído ni una palabra suya, pero en aquella librería del Eixample podría haber descrito con los ojos cerrados cómo era el mini vestido blanco bordado que vistió embarazada de su hijo Roger, sentada en una mecedora en la foto que tomó su confidente, Pilar Aymerich, en los setenta. Si sabía hasta qué cuadros había colgados en aquel piso, ¿a qué se debía mi retraso para leer sus textos? Necesitaba conocerla, y no solo de vista, de una vez. Compré el libro.

    De los que me llevé de vacaciones, el de Roig fue el primero que abrí. Lo devoré entre las horas de playa y siesta en dos días que se me pasaron volando en la previa a la verbena de Sant Joan. Ni siquiera había empezado el verano y ya me había quedado arrebatada, suspendida en su pensamiento. ¿Qué había hecho toda mi vida antes de encontrarme esa voz tan inconformista, elocuente y despierta? ¿Por qué podía recitar de memoria todo lo que Nora Ephron escribió sobre Gloria Steinem y su pique con Betty Friedan en la convención demócrata del 72, pero ignoraba los fascinantes dardos que Roig lanzó al clasismo de Lidia Falcón en su crónica sobre las Jornades Catalanes de la Dona del 76? ¿Y qué pasaba con las de mi quinta? Porque, a excepción de una amiga sabia que me regaló oportunamente una edición de bolsillo de su novela El temps de les cireres en el ocaso de ese mismo verano, nadie me había insistido en descubrir este tesoro del periodismo y la literatura. Y aunque me horroriza esa teoría en la que parece que solo puede brillar una en el Olimpo sin dejar espacio a las demás, ¿por qué las que vivíamos obsesionadas con reivindicar el feminismo urbanita y obrero de Vivian Gornick no nos pasábamos también los libros subrayados y gastados de la Roig en esos actos de hermandad que se sienten casi de contrabando? ¿Dónde están las menciones a Montserrat Roig en los pódcast y ensayos de las de mi generación? ¿A qué se debe este silencio sobre una escritora que debería ser fundamental para todas las que, como ella, practicamos un feminismo comprometido desde la izquierda?

    Así que catalana y sin haberla leído hasta los 37. Vaya barcelonesa y periodista cultural, se dirán, con razón, los puristas (y son legión) de esta autora seminal. Pero quienes enarcan la ceja ignoran la injusta brecha territorial y el inexplicable olvido que se han cebado con Roig. Si me ha pasado a mí, que me dedico a esto en su ciudad natal, quién seguirá por ahí todavía sin conocerla. En una encuesta rápida, prácticamente ninguna de mis compañeras periodistas no catalanas de mi edad la ha leído o ha oído hablar de ella, y a todas les desbordan las lecturas feministas en su biblioteca. Ellas, que hasta se colgarían en tote bags aquel «We tell ourselves stories in order to live» («Nos contamos historias a nosotros mismos para poder vivir») que escribió Joan Didion, ignoran el no menos potente «Si no contempláramos la vida como una representación, no la resistiríamos», que Roig escribe en estas páginas. Pero aquí seguimos, conviviendo con una generación que ha ignorado el legado de una de las pensadoras más brillantes que hemos tenido en el último siglo. Una «escritora total»[3], como la etiquetó acertadamente el periodista Álex Vicente, otro compañero incansable en vocear su talento olvidado a los lectores de nuestro tiempo.

    Preparando este prólogo, yo misma me sometí a examen. ¿Por qué llegué tan tarde? Siendo mis padres migrantes de Ciudad Real recién llegados a la Barcelona de los setenta sin la capacidad de comprender el catalán, en mi casa nunca se sintonizó su programa de entrevistas, Personatges. Así que, aunque muchos de mis amigos mayores de 40 la tengan muy presente, ni mi hermana mayor ni yo recordamos haberla visto en aquel plató por el que pasaron todos los autores y autoras dignos de negrita en la crónica cultural y que se canceló porque creían que Roig era demasiado comunista (!!!) para la televisión de la Transición. Soy hija de la inmersión lingüística en las aulas, pero nadie me habló de la Roig en el instituto público en el que estudié. Sí leí por temario Aloma y Mirall Trencat de Mercè Rodoreda, esa autora que Roig entrevistaría magistralmente y que la haría sentir inferior («Me da vergüenza que me lean a mí y no a Rodoreda»[4]). Así que entended que sienta calambres de envidia porque en mi adolescencia tardía tampoco busqué sus columnas en catalán en el diario Avui o en castellano en El Periódico o El País como sí hicieron las roigadictas de mi generación. ¿Y por qué nadie me la pasó en la universidad? Por pura lógica misógina. Por construirme una biblioteca masculina sentimental sin pensar en mí y por complacer a los que eran mis amantes potenciales, algo que ella misma padeció y desvela en uno de los ensayos que conforman este libro. Aquí escribe, y cuánto resonó en mi cabeza al leerlo, aquello de «en mis tiempos de facultad algunas mujeres leíamos a Henry Miller solo por gustar un poco más a nuestros compañeros».

    Porque ahí está otra cosa buenísima que pasa con Montserrat Roig. Leerla te hará sentir menos sola. Sabrás que ese malestar que te atraviesa, al que a veces le das vueltas y no sabes cómo verbalizar, ella ya lo sintió primero. Y, lo más importante, dejó constancia y le puso nombre. No hay mejor estímulo intelectual que toparse con lo que, en honor al «plagio anticipatorio»[5], deberíamos etiquetar como «dato anticipatorio». Ese momento mágico en el que, frente a todo aquello que te ronda por la cabeza desde hace tiempo, descubres que otra mucho más lista que tú ya lo ha ordenado y conceptualizado mejor.

    No importan los años que hayas tardado en conocerla, ella siempre sonará moderna. Pasa en sus novelas, en sus columnas y especialmente en Dime que me quieres aunque sea mentira. En este compendio de ensayos sobre feminismo y escritura que tienes en tus manos, el último libro que publicó antes de morir de cáncer de mama a los 45 años, Roig se corona como maestra del dato anticipatorio. Ahí está, treinta años antes de que pusiéramos nombre a la «brecha de autoridad»[6] entre escritoras y escritores, defendiendo una mirada propia ajena al canon masculino: «Uno de los errores que puede cometer una escritora es mendigar un puesto en los citados mausoleos [...]. La escritura y el lenguaje se hacen desde el yo. Siendo así, la mujer que escribe ya no pide perdón por meterse donde no la llaman». Siempre en sintonía con la mirada de las feministas no blancas de su época, y con aquel «las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo» que defendería Audre Lorde, Roig ya nos animó a «escribir desde otro lugar». A buscar nuestra voz desde ese espacio que «no es tierra de nadie, sino tierra propia». Irritada frente a cualquier privilegio, su visión siempre fue interseccional a la clase, a la raza y al origen social. Antifascista y antimperialista, detestaba cualquier atisbo esencialista a la feminidad. «Ni nosotras somos naturaleza ni ellos cultura», escribe aquí, anticipándose a la tiranía biológica de la que hacen bandera algunas académicas y figuras políticas en 2022.

    A veces fantaseo con que, si Roig viviera, hubiera firmado columnas contra el feminismo liberal del que presumen ahora las mujeres de derechas y las #girlbosses que estaban por llegar. Y serían perfectas. Aquí, en uno de los textos más bellos que he leído sobre los anhelos de las mujeres urbanas, traza un mapa urbanístico, de clase y de género, pero sobre todo sentimental, sobre su propia ciudad. Uno mucho mejor que cualquier soporífero manual de historia. «Para saber cómo fueron las casas, sus interiores, necesitaríamos más memorias escritas por mujeres», cuenta, y sabiamente apunta: «Yo no quiero hablar de escritores sensibles, sino de cotilleo. Y de ventanas, balcones y galerías». Porque Roig describió mejor que nadie cómo los espacios que habitamos nos definen. «Por sus casas les conoceréis», dice, y procede a analizar cómo la burguesa del Eixample suspiraba por el trajín de la calle y apenas podía fisgonear en la parte delantera porque «desde pequeña le han dicho que es de mal gusto salir al balcón a ver». Deja constancia de esas señoras que construyeron todo un mundo en la parte de atrás de sus casas, en las galerías, en las salitas, en los comedores. Y de la riqueza de todo lo que allí se comentaba, eso que el canon despreciaba en los relatos masculinos que quedaron, obsesionado con sus sobremesas y lo que se hablaba en los despachos nobles de esos pisos en su parte delantera. Aquí escribe sobre esas adúlteras a las que obligaban a bajar por la calle Bòria, en el siglo xix, con la cara bien alta «para escarnio de pecadores y aleccionamiento de las doncellas» y por eso nuestras abuelas decían aquello de «se te debería caer la cara de vergüenza». Sobre la existencia de «las chinches», las primeras proletarias de la Revolución Industrial; mujeres que trabajaron en las fábricas de hilados o de tejidos y que pudieron conquistar esas calles por las que suspiraban las burguesas, pero a las que se apodó «el parásito de animales de sangre caliente por su pelo revuelto, el vestido lleno de pelusa y un desagradable tufo a aceite». Y denuncia, en previsión, la gentrificación que se venía en Cataluña, escribiendo sobre esas «ciudades construidas por los especuladores para que la gente muera poco a poco sin poder vivir en ellas».

    La escritora Gemma Ruiz Palà no miente cuando dice que «tendría que haber hostias por reivindicar a Montserrat Roig»[7]. Por reivindicarla y por envidiarla, añado yo. En Las abandonadoras, Begoña Gómez Urzaiz, otra confesa, resumió a la perfección este poso de admiración y fascinación que nos deja a todas las que la leemos: «¿Cómo se las arregló Montserrat Roig para escribir cuarenta libros en cuarenta y cinco años y miles de artículos, y criar a la vez sola a dos hijos?, me pregunto cada vez que paso por el que fue su portal y hago lo que sea que hacemos los ateos en lugar de santiguarnos. Sus hijos han contado que a veces se pasaba toda la noche en vela, escribiendo, y, cuando iba a preparar el desayuno, se le quemaban las tostadas. Yo a lo sumo soy capaz de poner el despertador a las 6:30»[8]. Porque, si acabas de llegar a Roig, aquí tienes otro aliciente: se fue joven, pero nos dejó más de lo que podríamos esperar. Y si quieres todavía más, siempre puedes abrazarte a sus novelas; a la trilogía barcelonesa de Ramona, adéu (1970), El temps de les cireres (1977) y L’hora violeta (1980), con tres generaciones de mujeres de una misma familia a lo largo del siglo xx. O a una obra periodística monumental como Els catalans als camps nazis (1977) o L’agulla daurada (1985). O a otros títulos que han recopilado sus columnas en catalán y en castellano (Som una ganga y Algo mejores).

    Qué alivio da, frente a esa asombrosa productividad, leer aquí que sintió su bagaje literario como algo «confuso y desordenado». Yo, que como ella siempre procuro olvidar las reglas después de aprenderlas, voy racionándome sus textos poco a poco, desordenada y confusa. Soy afortunada, todavía me quedan muchos por descubrir.

    «Dime que me quieres aunque sea mentira», le pidió Johnny Guitar a Joan Crawford en aquella película de los cincuenta, una interpelación que sirve como título de este libro. Roig recuerda que ella le contestó que lo quería aunque fuera mentira. Y que le decía la verdad. «La mentira, es decir, la literatura, es una droga. Y si nos falta, andamos un poco colgados», escribe aquí a propósito de ese intercambio. Y también dice la verdad. Es justo lo que nos pasa con ella. Porque cuando la encuentras, pasa como con la mejor droga: te preguntas qué diablos habías estado haciendo (leyendo) en tu vida antes de conocerla.

    Noelia Ramírez


    [1] El País, 12 de diciembre de 1972.

    [2] Sucedió a finales de enero de 1972. Roig tenía 25 años, un corte pixie con mechas rubias y una gabardina acharolada negra preciosa por la

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