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Combates para la historia
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Libro electrónico718 páginas

Combates para la historia

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«El boxeo es un deporte especial y diferente, [...] tiene un imán que atrae a los personajes más variopintos e insólitos; es el más rico en historia e historias».    
   
   

Del prólogo de Jorge Lera.
Combates para la historia ofrece una antología de los encuentros más relevantes del pugilismo mundial, año a año. A través de sus páginas, recordarás los duelos que marcaron la trayectoria de este deporte, desde finales del siglo XIX hasta la actualidad. Seas aficionado, experto o novato, en esta herramienta de consulta encontrarás tu mejor aliado para descubrir, o redescubrir, los entresijos del boxeo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 dic 2022
ISBN9788418769627
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    Combates para la historia - Carlos Pérez Zamora

    PRÓLOGO

    ***

    El boxeo es un deporte especial y diferente; es caótico en su estructura y el peor estructurado de los deportes de masas; tiene un imán que atrae a los personajes más variopintos e insólitos; es el más rico en historia y en historias. El excampeón mundial del peso pesado George Foreman, que suele soltar frases cortas tan contundentes e incisivas como sus directos de izquierda, decía que el boxeo es el deporte al que aspiran los otros deportes. Detrás de su aparente brutalidad, el boxeo esconde una épica y unos códigos propios de la novela caballeresca, que es lo que hace que personajes con la mayor sensibilidad artística se vean atrapados por su incuestionable encanto. De Hemingway a Nabokov, de Dylan a Cortázar, de Kubrick a Scorsese, de Mandela a Perón, de Edison a Tesla; todos ellos sintieron una, tal vez inexplicable e irracional, pasión por el llamado «noble arte».

    Ningún deporte ha tenido mayor impacto sociopolítico. El boxeo, sus combates y sus protagonistas, han de entenderse siempre desde su contexto histórico, que no le es ajeno. ¿Cuántos eventos deportivos podría realmente ser considerados auténticos acontecimientos históricos con un impacto directo en la sociedad de su época? Combates bien explicados en este libro lo fueron. El campeonato mundial entre Jack Johnson y Jim Jeffries, en 1910, provocó los mayores disturbios raciales vividos en América hasta el asesinato de Martin Luther King. El campeonato mundial del pesado entre Joe Louis y Max Schmeling simbolizó un choque de civilizaciones, antesala de la II Guerra Mundial; un combate considerado como cuestión de estado tanto por Adolf Hitler como por el presidente Roosevelt. ¿Cuántos deportes pueden presumir de haber tenido personajes históricos? El boxeo sí. No se pueden concebir importantes partes de la historia de los Estados Unidos sin contar con boxeadores como Jack Johnson, Joe Louis o Muhammad Ali, que tuvieron en la sociedad de su época muchísimo más impacto que la mayoría de políticos u otros actores sociales. En este sentido, cualquier estudio sociohistórico de los convulsos años sesenta y setenta en América que no incluya la figura de Ali sería a todas luces incompleto ¿Quién mejor que Ali puede representar la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos o la resistencia a la guerra de Vietnam? Su figura está a la misma altura que la de Martin Luther King o Malcolm X.

    De la misma manera, ningún otro deporte se ha mostrado más sensible a cualquier cambio demográfico o económico en la sociedad de su época. Por poner algunos ejemplos, como si de un efecto mariposa se tratara, la Gran Hambruna de Irlanda en el siglo

    XIX

    provocaría que, a finales de este siglo y principios del siglo

    XX

    , el boxeo estuviera dominado por los emigrantes irlandeses que llegaron a Estados Unidos; el asesinato del zar Alejandro II, en 1881, provocó una persecución a los judíos en el este de Europa que provocó una importante corriente migratoria hacia Estados Unidos que, años más tarde, se plasmó en que una parte importante de campeones mundiales de boxeo y contendientes profesionales fueran precisamente judíos. Lo mismo pasó con los italianos. Resulta curioso ver cómo durante el siglo

    XX

    la segunda generación de emigrantes copa los puestos privilegiados de los rankings de boxeo. Y cómo, cuando las circunstancias sociológicas cambian, paulatinamente desaparecen para ser sustituidos por otros grupos. En el boxeo como en ningún otro deporte, todos estos vaivenes socioeconómicos tiene una repercusión directa claramente demostrable: la emigración, las guerras, la crisis económica del 29, la prosperidad económica tras la II Guerra Mundial o la aparición de la televisión, por poner algunos ejemplos.

    Y todo esto ocurre por una razón evidente: el boxeo ha sido, desde el principio de los tiempos, el deporte de la igualdad y de las oportunidades, una profesión dura y sacrificada pero que siempre ha sido la primera en abrir las puertas a los colectivos más desfavorecidos y que tenían vetado el acceso al resto de actividades. No quiere decir esto que todos los campeones tengan que venir de lo más bajo de la escala social, que campeones ha habido, muchos y muy buenos, que procedían de entornos acomodados. Pero sí es cierto que históricamente el boxeo ha servido de ascensor social a quienes más difícil lo tenían en cualquier otro ámbito. Si miramos el deporte profesional en Estados Unidos, el boxeo ha tenido campeones de raza negra desde finales del siglo

    XIX

    , y boxeadores como Joe Louis, Henry Armstrong o Beau Jack, alcanzaron el estatus de superestrellas en épocas donde sus hermanos de raza tenían vetada su participación en las principales ligas profesionales de baloncesto, fútbol americano o béisbol por la sencilla razón de su color de piel.

    La sociedad cambia, evoluciona y se hace, al menos en teoría, más humana, pero el boxeo sigue siendo uno de los deportes más populares y seguidos. Un deporte tan grande y tan especial que es capaz de sobrevivir a su caótica y demencial estructura organizativa. Los organismos, que poco a poco se convirtieron en pretendidos legitimadores y sancionadores de títulos mundiales, lo han enmarañado todo, hasta el punto de que han conseguido difuminar y devaluar el término de campeón. Aun así, cuando dos grandes figuras se encierran en un ring, el mundo se paraliza y los ingresos que se generan son astronómicos. El boxeador más popular de cada época, el que se encarama como buque insignia de este deporte, siempre acaba como el deportista mejor pagado del mundo en las listas que elaboran las publicaciones especializadas. Y eso es porque, mientras el mundo siga siendo mundo, la noble contienda, con sus reglas y códigos, de dos atletas bien entrenados, enguantados y encerrados en un ring, genera una atracción y una excitación a veces muy difíciles de explicar.

    Pues todo esto es lo que vais a encontrar encerrado en este libro, Combates para la historia, con el que Carlos Pérez Zamora llena un evidente hueco existente en la materia en lengua castellana. Con un meticuloso trabajo de documentación y con una admirable capacidad de condensación y síntesis, nos recoge y ordena los combates más importantes de la historia y nos los coloca en su oportuno contexto sociohistórico. De una manera rápida y ágil, tenemos cronológicamente ordenados las más importantes contiendas y el perfil de sus protagonistas, con sus circunstancias previas y sus consecuencias, desde 1892 hasta la actualidad. Un libro que se puede devorar del tirón y que después se puede consultar de forma salteada, cuando lo que nos interese sea un año, un boxeador o un combate en concreto. Sé que el proceso de documentación y redacción ha sido muy largo y costoso, y que el campo de estudio era prácticamente inabarcable. Pero sin duda la obra de Carlos Pérez Zamora merece la pena para que, por fin, exista en español una obra rigurosa, rápida y dinámica que logre compendiar más de ciento veinte años del deporte más maravilloso, caótico, inexplicable, atractivo y pasional que existe.

    JORGE LERA

    PREFACIO

    ***

    Una noche, antes de acudir a una cena, me dio por revisar ejemplares de la revista Sports Illustrated de finales de los setenta. Quería saber más sobre el torneo eliminatorio que se puso en marcha para coronar un nuevo campeón tras la suspensión de Muhammad Ali. Una pelea conectaba con la siguiente, un nombre conectaba con otro. Era un caos. Un caos fascinante. El boxeo es un deporte brutal; por tanto, no es tan sencillo organizar competiciones como en el fútbol o el baloncesto, con sus calendarios estructurados y sus fechas marcadas en rojo. Es un revoltijo. Cenando, lo decidí. Había que escribir un libro sobre esto.

    Me puse en contacto con Jorge Lera, una enciclopedia andante de boxeo y uno de los mayores expertos en este deporte de España. Le conté mi idea: compilar una antología de los combates más importantes de cada año, desde 1892 hasta el presente. Por varios motivos.

    El primero es que sigue, de alguna manera, el interés de los seguidores más casuales. El hincha más pedestre al fútbol no se pierde los partidos de su equipo ni de la selección. Los aficionados al tenis, por norma general, siguen los torneos de Grand Slam. En boxeo pasa parecido, los acérrimos tienen peleas en su agenda todas las semanas, pero el resto solo se conecta a un par de eventos por año. Esos combates, los más anticipados, son los que quiero recopilar en este libro.

    Hay otra razón. Abundan los libros de otros deportes, pero sobre el pugilismo... Los hay, pero se centran en una época en concreto, en una sola pelea o en un personaje. Hay biografías de boxeadores por doquier, pero no hay un libro que cubra la historia del boxeo de principio a fin. The Ring Magazine sacó algo similar a principios de los noventa, pero no cubre toda la historia. Y quienes lo hacen, alternan protagonistas o categorías de peso, por lo que uno tiene que andar saltando entre capítulos o investigando por su cuenta para ver qué eventos sucedían al mismo tiempo.

    La presente obra presenta una antología de más de trescientos cincuenta combates ordenados cronológicamente desde 1892, año en el que tiene lugar el primer campeonato del mundo del peso pesado con las reglas del marqués de Queensberry, hasta 2019, un año antes de que el mundo sufriera un parón devastador por la pandemia de la COVID-19, de la que el boxeo tampoco salió indemne.

    El lector, por tanto, puede abordar este libro de la manera que considere: puede elegir entre leerlo de cabo a rabo o consultarlo por años o boxeadores. ¿Cuál fue el combate más importante del año 1936? ¿Cuáles han sido las principales peleas de Sugar Ray Robinson? En cualquier caso, la idea tampoco es ofrecer una información pormenorizada asalto a asalto, ya que en algunas ocasiones resultan más importantes el trasfondo y las consecuencias, que el desarrollo de los combates. No he considerado conveniente prodigarme mucho en según qué detalles, en favor de explicar qué significan estas peleas en el continuo de la historia de este deporte. Pero si a alguien le pica la curiosidad, animo al lector a buscar en YouTube las grabaciones de los enfrentamientos que más le hayan llamado la atención.

    He tratado de ser lo más riguroso posible, pero con ciertas licencias. Hay combates que han sido incluidos por su importancia a posteriori y que todo aficionado debería conocer, y he tenido que descartar algunas peleas relevantes por motivos de cohesión estructural. Basta con que uno indague un poco en las hemerotecas para encontrar justificable la inclusión de este o aquel boxeador que no verá en este índice, pero no todos cabían, y tampoco concebí este proyecto con esa intención. Por esa misma razón, decidí descartar el boxeo femenino y el amateur. Me parecía poco riguroso incluir un par de peleas de mujeres solo para apuntarme una medalla. No, el boxeo femenino ha evolucionado de manera diferente y, por tanto, merece su propio espacio. Del mismo modo que el boxeo amateur. Estuve tentado de incluir a tricampeones olímpicos como Laszlo Papp o Teófilo Stevenson, pero las diferencias en el reglamento me llevaron a descartarlo.

    Por último, es fácil apreciar que el libro oscila ligeramente hacia los boxeadores de Estados Unidos. La explicación es sencilla: al creerse con la autoridad para coronar campeones mundiales, llevaron este deporte al siguiente nivel. Lo mismo sucede en otros deportes: por ejemplo, el campeonato nacional de béisbol se llama Serie Mundial desde hace más un siglo; en fútbol americano, el ganador de la Super Bowl se autodenomina «World Champion» cuando no hay ni un solo equipo fuera de ese país que pueda hacer sombra a alguno de la NFL. Lo mismo sucede en la NBA; si uno mira hacia arriba en los pabellones de los Boston Celtics o Los Angeles Lakers, verá que los equipos se atribuyen campeonatos mundiales. Algo así ha sucedido en el boxeo, y el resto del mundo ha seguido su estela. En honor a la verdad, también Estados Unidos ha producido a los boxeadores más famosos de la historia. La mayoría de chavales sabrá quiénes son Mike Tyson o Muhammad Ali, pero no todos conocerán a Vladimir Klitschko o Lennox Lewis.

    1892-1899

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    1892

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    CORBETT vs. SULLIVAN // 7 de septiembre

    OLYMPIC CLUB, NUEVA ORLEANS (LUISIANA, EE. UU.)

    Dos hombres libraban una batalla encarnizada en el Olympic Club de Nueva Orleans. Era de noche, pero las bombillas que colgaban del techo calentaban la escena. Diez mil testigos abarrotaban las gradas de madera. No eran conscientes de ello, y probablemente jamás lo fueran, pero estaban haciendo historia. Jim Corbett y John L. Sullivan disputaban el primer combate de boxeo por el título mundial de los pesos pesados.

    Es probable que este deporte naciera con el albor de la misma humanidad, si tenemos en cuenta la naturaleza violenta del ser humano y también el gusto por la competición. Ya se boxeaba en la antigua Mesopotamia, y el pueblo griego incluyó una versión primitiva de este deporte en sus Juegos Olímpicos conocida como pygmê. El boxeo evolucionó hasta que en la Inglaterra del siglo XVIII se convirtió en el punto de partida del deporte que hoy conocemos, si bien todavía a puño desnudo y permitiendo ciertos placajes más propios de la lucha grecorromana. Gracias a nobles e inmigrantes, el prize fighting con reglas londinenses cruzó el Atlántico, y en Estados Unidos creció de abajo arriba, no sin impedimentos de la justicia, desde los sectores más oscuros de la sociedad hasta el resto de la población. Así surgieron las primeras estrellas. Como no existía organismo oficial de ninguna clase, uno se coronaba campeón batiendo al anterior poseedor del título, un linaje que se extendía décadas atrás. De esta manera, gracias también en parte a la grandilocuencia y, por qué no, chovinismo de los Estados Unidos, John L. Sullivan comenzó a ser considerado como el gran campeón mundial de los pesos pesados, todavía a puño desnudo.

    Nacido en Boston, Sullivan se había convertido en la primera gran figura deportiva de su país. Empezó a pelear con diecinueve años en teatros de su ciudad natal solo para ganarse unos dólares, y pronto su fama creció. Su arrogancia, tan grande como su figura, ayudó a catapultarlo a la fama. Los expertos difieren a la hora de ubicar su punto de partida como el primer campeón de la historia de los pesos pesados, pero dos combates destacan sobre el resto: su victoria ante el irlandés Paddy Ryan en 1882, el campeón americano a puño descubierto, o su triunfo frente a Dominick McCaffrey en 1885, ya con guantes. En cualquier caso, Sullivan era el rey de los pesos pesados cuando se enfrentó a Corbett en Nueva Orleans.

    La mayoría de historiadores señalan el duelo Sullivan y Corbett de 1892 como el punto de partida de la dinastía de campeones de los pesos pesados del boxeo que hoy conocemos. Fue el primer combate por el título mundial bajo el reglamento del marqués de Queensberry, un noble inglés aficionado al pugilismo al que se le atribuyen las doce reglas que fundaron el boxeo moderno. Se fijaban los pesos en cuatro categorías, se prohibía agarrar al oponente y los asaltos se fijaron en tres minutos de duración, con uno de descanso entre ellos. También se creó la cuenta de diez segundos que había que superar para evitar ser noqueado.

    Sullivan, el campeón del boxeo antiguo, sin guantes, tenía tanta fama de alcohólico que no sorprendía leer titulares anunciando que estaba borracho a su llegada a la ciudad donde se fuera a disputar su siguiente pelea. Hijo de inmigrantes irlandeses, se le conocía como Boston Strong Boy por tratarse de un tipo duro, fuerte como el vinagre. Tenía treinta y cuatro años, y, aunque estaba lejos de su mejor momento, era un auténtico ídolo de masas. Había aprovechado su popularidad en el ring para labrarse una carrera en el mundo del espectáculo. De esta manera, Sullivan viajaba por todo el país representando obras de teatro de dudosa calidad, según se dice, pero cuyos guiones solían incluir una pelea que hacía las delicias de los asistentes. Además de su faceta como showman, había defendido su título mundial en el extranjero, en concreto en Francia, Reino Unido e Irlanda, donde se codeó con las élites, y además retaba a cualquiera con mil dólares en el bolsillo y el valor suficiente a resistir cuatro asaltos con él. Pocos aguantaron más de un par. Su reinado comenzó sin guantes y duró una década, antes de perder la corona en una batalla contra Jim Corbett, esta vez con guantes y reglas modernas. Sullivan llevaba tres años sin competir, centrado en su actuación, pero el deseo del público y la tentación del dinero le llevaron a publicar una carta abierta y nombrar tres aspirantes.

    Jim Corbett fue quien puso los dólares y se aseguró el combate, que sería, acordaron, bajo el moderno código reglamentario del marqués de Queensberry. El joven Corbett era todo lo contrario a su oponente. Tenía veintiséis años, ocho menos que Sullivan, y había aprendido a boxear en los gimnasios de San Francisco. Defendía una aproximación científica al pugilismo, y su victoria contra el campeón resultó crucial para el devenir de este deporte. Primero, porque legitimaba las reglas modernas desbancando al campeón; segundo, porque muchos púgiles adoptaron el mismo enfoque de Corbett en una guerra de estilos —potencia contra técnica— que perdura hasta nuestros días.

    En septiembre de 1892, Nueva Orleans celebró un Carnaval de Campeones, con combates en varias divisiones durante una semana en el prestigioso Olympic Club, el epicentro del boxeo en las últimas dos décadas del siglo

    XIX

    . El colofón al festival era el Sullivan vs. Corbett, cuya bolsa estaba fijada en 25.000 dólares para el ganador.

    La pelea no estuvo igualada. La técnica y la ciencia de Corbett fueron suficientes para doblegar a Sullivan. El aspirante supo defenderse con holgura de los envites del campeón, e incluso llegó a darse el lujo de no descargar ningún golpe mientras su rival agotaba sus fuerzas con puñetazos al aire. Sullivan claudicó en el vigesimoprimer asalto. La nueva era del boxeo había comenzado.

    John L. se retiró del boxeo profesional, aunque amagó con volver al cuadrilátero a la vez que ofreció exhibiciones (contra Corbett, sin ir más lejos, apenas un mes después de su enfrentamiento). Se dio a la bebida, pero con el tiempo logró dejar el alcohol y formó una familia, aunque murió con pocos lujos a los cincuenta y nueve años en su granja de Massachussets.

    1893

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    FITZSIMMONS vs. HALL VI // 8 de marzo

    CRESCENT CITY CLUB, NUEVA ORLEANS (LUISIANA, EE. UU.)

    El público, ávido de grandes peleas, no solo dirigía su atención hacia la categoría reina. En el peso medio, el peculiar Bob Fitzsimmons se convirtió en uno de los grandes nombres de su generación. Nació en Cornualles, Inglaterra, pero se crio en Nueva Zelanda, donde se convirtió en un destacado boxeador profesional.

    Buscando pastos más verdes, emigró hacia Australia. Allí se vería las caras con Jim Hall hasta en cinco ocasiones. Hall era otro peso medio de Sydney, de características similares a Fitzsimmons: cuerpo fino y espigado y una sorprendente fuerza de golpeo. Sus tres primeros enfrentamientos terminaron sin decisión. Los dos siguientes finalizaron con un nocaut para cada uno. Fitz revelaría más tarde que había aceptado un soborno de 75 dólares para dejarse ganar y que en privado había batido en cinco asaltos a Hall, algo que este negó por completo.

    Fitzsimmons cruzó el Pacífico para pelear en Estados Unidos, y, en vista de su éxito, Hall tomó la misma decisión, puesto que quería saldar cuentas pendientes con su antiguo rival. Una vez en América, estuvieron a punto de verse las caras en 1891, pero la intromisión de las autoridades provocó la cancelación del combate. Entre tanto, añadieron victorias a su historial incluso ante oponentes de superior tamaño. Fitzsimmons derrotó a Nonpareil Jack Dempsey para ser considerado el campeón del mundo de los pesos medios.

    Finalmente, en marzo de 1893, 12.000 espectadores del Crescent City Club de Nueva Orleans fueron testigos del tan esperado sexto combate entre Fitz y Hall, con una bolsa récord de 40.000 dólares para el ganador.

    Ambos pugilistas intercambiaron golpes con una rapidez inusitada durante los primeros tres rounds, hasta que en el cuarto un gancho de Fitzsimmons a la mandíbula noqueó a Hall.

    Fitzsimmons, asentado en la élite de los pesos medios, centró su atención en las divisiones superiores, consciente de que su pegada le podría retribuir éxitos todavía mayores.

    BOWEN vs. BURKE // 6 de abril

    OLYMPIC CLUB, NUEVA ORLEANS (LUISIANA, EE. UU.)

    Eran las tres de la madrugada, pero Andy Bowen y Jack Burke todavía seguían peleando. Había quien ya se había marchado, harto de un combate que parecía no tener fin. Quienes decidieron aguantar fueron testigos de la pelea más larga de la historia.

    A comienzos de la última década del siglo

    XIX

    , Nueva Orleans vivía una verdadera fiebre por el boxeo. Casi todos los grandes pugilistas del momento pasaron por la pintoresca ciudad sureña, donde el deporte era respetado y además se pagaba bien. Las autoridades eran conscientes del dinero que movía el boxeo, y permitían con más laxitud que en otros lugares del país la celebración de veladas siempre que se disfrazaran de exhibiciones.

    Una de estas peleas tuvo como actor principal a Bowen, quizá no el mejor boxeador del momento, pero sí uno de los más entregados. Verle competir era sinónimo de intensidad, y eso era motivo más que suficiente para ganarse el interés del público. Bowen se enfrentó al texano Burke por el campeonato sureño del peso ligero. Se dice que había incluso más espectadores que en el famoso Corbett vs. Sullivan del año anterior, lo cual también se entiende si tenemos en cuenta que Bowen era oriundo de Nueva Orleans.

    El pleito, a decir verdad, no fue nada del otro mundo, salvo la duración. El duelo comenzó a las nueve de la noche sin mayores sobresaltos, y los asaltos comenzaron a sucederse uno tras otro. Se llegó hasta los veinte asaltos, a los treinta, a los cuarenta… Los boxeadores estaban cansados, y el público comenzaba a aburrirse ante la falta de acción. A mediados del quincuagésimo primero, Bowen le pregunto a Burke: «¿Por qué no peleas?», intrigado por la falta de contundencia de su oponente. «No puedo, estoy sin manos». El texano tenía ambas muñecas hinchadas y era incapaz de lastimar a su rival.

    Los rounds se acumulaban de forma grosera, y algunos aficionados empezaron a creer que lo que veían estaba pactado. Pasada la medianoche, quien no se durmió en su butaca prefirió marcharse, dándoles el relevo a quienes acudían tras escuchar los rumores del combate interminable. Cuando llegaron al centésimo octavo asalto, el árbitro John Duffy pensó que ya había sido suficiente. Eran más de las cuatro de la madrugada. Comunicó a los boxeadores que solo permitiría dos rounds más. Así se llegó al centésimo décimo, y todo terminó. Bowen y Burke habían competido durante siete horas y veinte minutos.

    Duffy, al decretar él mismo el final, declaró oficialmente una no decisión. En ese caso, las reglas del Olympic Club dictaban que los boxeadores no percibirían ni un centavo, pero en un gesto de buena voluntad se decidió repartir los 5.000 dólares de bolsa a partes iguales. Bowen no lo vio del todo justo, pues consideraba que había sido mejor que su rival, pero no protestó demasiado. Su oponente pasó seis semanas hospitalizado, recuperándose de sus lesiones en las manos.

    Bowen participó en otro combate maratoniano dos meses después, a ochenta y cinco asaltos. En 1894 disputó su última pelea, también en Nueva Orleans. Fue ante Kid Lavigne, un reputadísimo peso ligero de la época. La diferencia era abismal, y se ha contado que Bowen estaba pensando en dejar el pugilismo más pronto que tarde.

    Lavigne se cebó con su oponente, al que noqueó en el decimoctavo episodio. Bowen cayó a plomo sobre el tapiz y se golpeó tan fuerte la cabeza que quedó inconsciente. En lugar de ser evacuado a un hospital, lo llevaron a su casa, donde se encontraba su esposa. Falleció esa misma noche.

    Lavigne fue arrestado tras el combate, pero pronto fue puesto en libertad al demostrarse que se trataba de una muerte fortuita; sin embargo, algo había que hacer. Fue la mecha que se prendió para que las autoridades prohibieran el boxeo en Luisiana, lo que provocó que Nueva Orleans perdiera su estatus de capital de este deporte.

    1894

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    CORBETT vs. MITCHELL // 25 de enero

    DUVAL ATHLETIC CLUB, JACKSONVILLE (FLORIDA, EE. UU.)

    Tras derrotar a John L. Sullivan y convertirse en nuevo campeón mundial de los pesos pesados, Jim Corbett también actuó sobre los escenarios. Comenzó a girar por el país para realizar exhibiciones de boxeo y actuar en una obra titulada Gentleman Jack, que terminó convirtiéndose en su apodo. A Gentleman Jim lo acompañaba una fama de hombre elegante y caballeresco, en línea con su estilo pugilístico.

    El nuevo rey de la categoría, más pendiente del plano artístico que del deportivo, no defendió su corona hasta enero de 1894, en el Duval Athletic Club de Florida.

    Charlie Mitchell, el campeón inglés, fue su siguiente rival, y, aunque tenía treinta y dos años, había sido uno de los contrincantes más reputados del cada vez más primitivo boxeo sin guantes. El británico había protagonizado dos grandes duelos contra Sullivan: en el primero, en 1883, el combate había sido detenido por la policía de Nueva York. El segundo, celebrado en Francia en 1888, terminó en empate tras más de tres horas de pelea.

    Corbett partió como el favorito no solo por su inteligencia demostrada en el ring, sino también por su tamaño. Superaba en diez kilos los setenta y cinco de Mitchell, y medía 1.75 m, casi diez centímetros más que el aspirante.

    No se fijó un límite de asaltos para el combate, que comenzó nivelado para ambos bandos antes de que Corbett mandara al inglés al suelo en el segundo episodio.

    En el tercero selló su victoria con un golpe en la mandíbula que noqueó a su oponente. Si en Inglaterra todavía alguien tenía dudas de la legitimidad del título de Corbett, el estadounidense las había despejado: era el campeón del mundo a ambos lados del Atlántico.

    Como era habitual en aquella época, una vez terminado el combate, ambos púgiles fueron arrestados y eventualmente puestos en libertad bajo fianza. El boxeo, recordemos, todavía era ilegal en muchos lugares de Estados Unidos, pero las autoridades permitían la celebración de combates con ciertas concesiones para agradar al público, que se disfrazaban bajo sesiones de esparrin.

    Tras el arresto posterior a las peleas, tenía lugar el proceso legal, en el que los boxeadores no solían sufrir percance alguno, pues la bolsa de las veladas servía para pagar las excarcelaciones.

    1895

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    RYAN vs. DEMPSEY // 18 de enero

    SEASIDE ATHLETIC CLUB, CONEY ISLAND (NUEVA YORK, EE. UU.)

    La memoria es a menudo frágil en el deporte de élite. Los aficionados no suelen ser indulgentes cuando uno de sus ídolos protagoniza un final abrupto en su carrera. Que se lo digan a Nonpareil Jack Dempsey. En Coney Island, el púgil irlandés fue criticado con dureza tras un combate paupérrimo contra Tommy Ryan, y borró de un plumazo los logros que le habían llevado a convertirse en uno de los boxeadores más queridos de su generación.

    Dempsey era todavía un niño cuando cruzó el Atlántico para iniciar una vida en Nueva York junto a su familia. Allí trabajó reparando barriles antes de adentrarse en el boxeo y la lucha profesional. Sus hazañas corrieron de boca en boca por todo el continente, y se convirtió en uno de los boxeadores más reputados de su generación, conquistador de títulos en el peso ligero y el medio.

    Poseía un estilo camaleónico, era ambidiestro y se adaptaba con maestría a cualquier tesitura, tanto si requería de técnica como de fuerza bruta. Así se ganó el apelativo de Nonpareil (‘sin igual’), pues no había otro como él. La pericia de sus movimientos le servía para herir gravemente a sus adversarios sin sufrir demasiados percances, por lo que tardó casi diez años en conocer el sabor de la derrota. Su cerebro le permitió convertirse en el hombre de confianza de otros grandes peleadores de la época, como Joe Choynski o Bob Fitzsimmons, para los que actuó como segundo en varios de sus combates.

    Era tan bueno que sus primeras derrotas llegaron en las postrimerías de su carrera, y apenas fueron dos antes de verse las caras con Ryan. La primera, ante el marine canadiense George LaBlanche, de la que se cuenta que noqueó con un golpe ilegal al irlandés; la segunda, a manos de Fitzsimmons, que tumbó trece veces a un Dempsey que se negaba a rendirse a pesar de la paliza que estaba recibiendo. Eran los últimos coletazos de una carrera que tornaba a su fin.

    En los siguientes cuatro años apenas boxeó tres veces, y su estado de salud empeoró notablemente, pero Dempsey decidió subirse al ring una vez más. Craso error. Algo pasado de kilos y en un estado de forma a años luz de su oponente, Ryan no solo no tuvo ningún problema para despacharle, sino que lo hizo a medio gas. «¡Está borracho! ¡Que paren el combate!», clamaban algunos espectadores al contemplar el estado en el que se encontraba el irlandés. El árbitro detuvo la pelea en el tercer asalto ante el enojo de los parroquianos y a pesar de la terquedad de Dempsey, que se negaba a capitular pese a no tener ninguna oportunidad de vencer.

    Hoy sabemos que Dempsey sufría de una tuberculosis que acabó con su vida en noviembre de ese mismo año, cuando él contaba treinta y dos años. En homenaje al irlandés, decenas de boxeadores utilizaron su nombre como seudónimo al iniciar su carrera pugilística, pero la fama de uno de ellos, a la postre campeón del mundo del peso pesado durante los años veinte, relegó a un segundo plano la memoria del irlandés, cuyo nombre real, por cierto, era John Edward Kelly.

    DIXON vs. GRIFFO III // 28 de octubre

    NEW MANHATTAN ATHLETIC CLUB, NUEVA YORK (NUEVA YORK, EE. UU.)

    Los tiempos cambian, pero hay cosas que permanecen igual. Una de ellas es la capacidad del boxeo de servir de vía de escape para aquellos que aspiran a una vida mejor. Salir de la pobreza, subir en la escala social o simplemente ganarse la vida es algo que no ha cambiado desde el nacimiento del noble arte del pugilismo.

    A finales del siglo

    XIX

    todavía quedaban vestigios de la esclavitud y el racismo, tanto en el Imperio británico como en Estados Unidos, y aunque todavía faltaban décadas para derribar los prejuicios imperantes, el boxeo fue un deporte pionero. George Dixon puede dar fe de ello, pues se trata del primer negro campeón del mundo de cualquier disciplina deportiva.

    Dixon nació en Canadá, pero se mudó con su familia a Massachussets cuando tenía ocho años. Allí comenzó a trabajar como ayudante del fotógrafo Elmer Chickering, cuya especialidad era retratar a jugadores de béisbol, artistas, boxeadores…, y así fue como Dixon se acercó al mundillo del pugilismo.

    Tres años después, a los dieciséis, debutó como profesional. ¿Demasiado joven? Bueno, ya estaba casado. Era un púgil menudo muy completo, destacado en todas las facetas del juego y al que muchos atribuyen la invención del ejercicio de sombra. En 1890 se hizo con el cetro mundial del peso gallo en Londres, y un año más tarde comenzó a reinar en el pluma.

    En 1892 participó en el Carnaval de Campeones de Nueva Orleans, donde su contundente victoria ante el blanco Jack Skelly volvió a abrir las heridas de la segregación. Sin ir más lejos, el Olympic Club de Nueva Orleans decidió prohibir las peleas interraciales para evitar este tipo de situaciones, y no fue el único establecimiento que lo hizo. Sin embargo, la popularidad de Little Chocolate creció al mismo ritmo que sus éxitos deportivos. Llegó a conquistar campeonatos en Estados Unidos, Reino Unido y Australia, las tres grandes potencias del momento. Además, montó la George Dixon Specialty Company, un vodevil que giró por los escenarios de Norteamérica, algo común entre las estrellas del momento.

    Dixon disputó más de 150 peleas oficiales, aunque se dice que el número oficial se acerca a las 800, contando también las exhibiciones. Cierto o no, la verdad es que el canadiense poseía un magnetismo especial sobre el ring que le convertía en uno de los favoritos del público. La mayoría de sus peleas eran un verdadero acontecimiento.

    Entre 1894 y 1895 se enfrentó tres veces a Young Griffo, uno de los mejores boxeadores australianos de su generación. Griffo tenía un apego tan profundo al alcohol que a veces jugaba en su contra; tanto, que en una ocasión su mánager arregló la manera de encarcelarlo la noche antes de una pelea para garantizar que no se emborracharía. A pesar del sobrepeso y la embriaguez, los tres Dixon vs. Griffo fueron combates sensacionales. El último de ellos dejó al público clamando más asaltos cuando los diez rounds pactados concluyeron en tablas, aunque las crónicas destacan la autoridad de Little Chocolate frente a un rival superior en envergadura.

    La carrera de Dixon duraría más de dos décadas. En 1906 disputó su última pelea oficial, y dos años después, arruinado y adicto a la bebida, falleció. Tenía treinta y siete años, y hombres como Joe Gans y Jack Johnson comenzaban a abrirse paso como boxeadores negros de renombre. Pero el pionero, hoy algo olvidado en la historia, siempre será George Dixon.

    1896

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    FITZSIMMONS vs. MAHER II // 21 de febrero

    RING IMPROVISADO CERCA DE LANGTRY (TEXAS, EE. UU.)

    Existe en la Texas rural una minúscula localidad llamada Langtry, ubicada justo en el borde de la frontera de México, salpicada por el río Bravo. Allí se levanta una placa que conmemora un insólito combate por el campeonato del mundo de los pesos pesados entre Bob Fitzsimmons y Peter Maher en 1896.

    Langtry fue el hogar del viejo Roy Bean, un pistolero del salvaje oeste americano con un pasado tempestuoso y ahora juez de paz de aquel pequeño asentamiento, que vio en el boxeo una oportunidad para ubicarlo en el mapa.

    En 1895, Fitzsimmons había convencido a Jim Corbett para batirse por el título mundial de los pesos pesados, pero la ley se interpuso en las aspiraciones del inglés y la pelea se suspendió. Corbett pensó que lo mejor era retirarse y continuar su carrera sobre los escenarios, así que cedió su corona de campeón al irlandés Peter Maher, un reputado pugilista de la década, famoso por firmar más de un centenar de victorias por la vía rápida.

    Un irritado Fitzsimmons recordó que ya había derrotado a Maher en 1892, pero que estaba dispuesto a pelear otra vez contra él con tal de convertirse en campeón del mundo. Maher recogió el guante. Solo faltaba encontrar una sede para el combate. El juez Bean vio aquí una oportunidad de oro, descontando que conseguía engañar a las autoridades estatales. Junto a sus socios, ofrecieron una recompensa de 10.000 dólares, pero mantuvieron en secreto la ubicación exacta del duelo.

    Las comitivas de ambos púgiles, periodistas y aficionados que habían pagado algo más de 30 dólares por transporte y entrada, fueron dirigidas hacia el diminuto Langtry para cruzar el fronterizo río Bravo hasta suelo mexicano, donde los Texas Rangers no tenían ya jurisdicción. Allí, sobre un banco de arena, se levantó un improvisado ring junto a una estructura de madera donde se iba a filmar por primera vez una pelea con un moderno kinetógrafo.

    El combate comenzó con un intercambio feroz de golpes, pero a los 95 segundos la pelea había concluido. Maher falló una izquierda, y Fitzsimmons aprovechó el fallo de su rival para contragolpear con un derechazo que lo mandó al suelo. La escasa duración del pleito y el mal tiempo frustraron la filmación, empresa que sí resultaría exitosa un año después, en el Corbett vs. Fitzsimmons.

    Fitzsimmons se convirtió de esta manera en el nuevo rey del peso pesado a ojos del gran público, pero Corbett todavía alegó que el verdadero monarca era él y no el británico. La rivalidad empezó a cocinarse, y Gentleman Jim regresó de su retiro para enfrentarse a Fitzsimmons en 1897.

    SHARKEY vs. FITZSIMMONS I // 2 de diciembre

    MECHANIC’S PAVILION, SAN FRANCISCO (CALIFORNIA, EE. UU.)

    Mientras Jim Corbett siguiera jubilado, Bob Fitzsimmons sería el campeón de los pesos pesados. Esperando un retorno de Gentleman Jim, el australiano cerró un combate contra el irlandés Tom Sharkey en la ciudad de San Francisco. Que el boxeo fuera ilegal en California no impidió que se disputara uno de los combates más esperados del año en la ciudad de la Bahía.

    Todo estaba listo, salvo un detalle: los púgiles no se ponían de acuerdo en la elección de un árbitro. El día de la pelea llegó sin consenso, por lo que el National Athletic Club de la ciudad propuso un nombre que todavía era sinónimo de uno de los episodios más recordados del lejano oeste americano: Wyatt Earp.

    El antiguo oficial de la ley había participado en el famoso tiroteo del OK Corral, en Tombstone, Arizona, en el que un grupo de forajidos se encaró a punta de pistola con las autoridades del lugar, entre las que se encontraban los hermanos Earp. El incidente tuvo lugar en 1881, y aunque Wyatt no fue el protagonista más destacado, se volvió uno de los rostros más conocidos del salvaje oeste. Un año después, Earp se mudó a California con su futura esposa, y se dedicó a la gestión de caballos de carreras y al arbitraje de peleas, aunque ninguna bajo las modernas reglas del marqués de Queensberry.

    Durante siete asaltos, el duelo solo tuvo un dominador. Los testimonios cuentan que Fitzsimmons no sufrió ni un rasguño y fue el principal agresor de una pelea con un final claro. El final, sin embargo, fue de lo más extraño.

    Transcurridos dos minutos del octavo, un golpe certero de Fitzsimmons anestesió a su joven rival, que quedó aturdido sobre la lona retorciéndose de dolor. A continuación, Earp tomó una decisión sorprendente: descalificó al británico por haberle propinado supuestamente un rodillazo a Sharkey. La sentencia no sentó bien entre los más de 10.000 espectadores del Mechanic’s Pavilion, que comenzaron a protestar la resolución. Earp se ubicó en medio del cuadrilátero y recuperó su Colt 45, el mismo con el que había entrado al ring antes de que alguien con sentido común le pidiera que se desprendiera de él. Señalando su revólver, el público enmudeció, y el árbitro abandonó el recinto, momento en el que volvieron a sonar los abucheos. Fitzsimmons y su equipo, ostensiblemente molestos, denunciaron a Earp y al National Athletic Club. La justicia tardó dos semanas en lavarse las manos y alegaron que no podían legislar sobre una actividad ilegal, como era el pugilismo.

    La reputación de Earp quedó en tela de juicio, pero pronto recuperó su fama. Pronto, su arbitraje en este combate quedó olvidado en favor de su estatus como personaje clave en el lejano oeste.

    Fitzsimmons y Sharkey se vieron las caras dos veces más, siempre con victoria para el australiano. La especulación, no obstante, jamás se disipó del todo: ¿estuvo aquel primer combate amañado y Earp en el ajo?

    1897

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    FITZSIMMONS vs. CORBETT // 17 de marzo

    RACE TRACK ARENA, CARSON CITY (NEVADA, EE. UU.)

    Apelando al orgullo nacional, Jim Corbett declaró antes del combate de Bob Fitzsimmons y Peter Maher en 1895 que, si el inglés se alzaba con la victoria, regresaría al ring para derrotarlo. Tres años después de pelear por última vez, Corbett anunció su regreso para cumplir su promesa.

    El combate tuvo lugar en la remota Carson City, en el día de San Patricio. El estado de Nevada legalizó las peleas de boxeo con el objetivo de albergar este combate y utilizarlo como reclamo turístico, aunque la operación no resultó del todo exitosa, pues el nuevo estadio construido para albergar 17.000 personas no se llenó. Pero el encuentro fue bueno y, además, histórico fuera del ring: por primera vez y tras varios intentos fallidos, un combate de boxeo fue filmado en su totalidad y distribuido en salas de cine. La película del Corbett vs. Fitzsimmons se considera el primer largometraje de la historia, y fue tal su éxito, que ambos púgiles cobraron pingües regalías.

    Resulta extravagante pensar que Fitzsimmons aspirara al título de los pesos pesados cuando apenas pesaba 75 kilos, pero el australiano tenía una pegada devastadora, capaz de tumbar a hombres más grandes que él, incluido el propio Corbett. Tiempo atrás había causado la muerte de un compañero de esparrin, Con Riordan, de un tremendo puñetazo a la cabeza.

    Pero el duelo se presentó igualado, con dos boxeadores de la escuela científica del boxeo. Corbett dominó los primeros asaltos y conectó la mayoría de golpes; en más de una ocasión pareció que la victoria caería de su lado en cuestión de tiempo. Pero la capacidad de recuperación de Fitzsimmons era fuera de lo común. Llegados al decimocuarto round, Corbett desprotegió su torso por un instante, y Fitzsimmons logró tumbar al campeón con un golpe en la boca del estómago. Había nacido el famoso «golpe al plexo solar», que además supuso un excelente reclamo publicitario.

    Corbett, furioso, exigió otra pelea, pero se retiró del cuadrilátero (momentáneamente, como veremos más adelante). Fitzsimmons declaró que no volvería a pelear, aunque defendería su título dos años después.

    1898

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    JEFFRIES vs. SHARKEY I // 6 de mayo

    MECHANIC’S PAVILION, SAN FRANCISCO (CALIFORNIA, EE. UU.)

    Cuenta la leyenda que un día, mientras James J. Jeffries trabajaba como calderero, un boxeador bocazas llegó buscando adversarios, anunciando que estaba dispuesto a batir a todos los hombres de la zona. Jeffries lo tumbó sin miramientos y dejó una frase que ha llegado hasta nuestros días: «Prefiero boxear durante tres horas que soltar un discurso de tres minutos».

    Sea cierto o no, lo que sí sabemos es que Jim Jeffries nació en Ohio pero se crio en San Francisco, la cuna de muchos pugilistas de renombre en su época. En la Bahía encontró su lugar en los gimnasios, y llegó a ser compañero de esparrin de Jim Corbett, a la postre campeón del mundo del peso pesado.

    Jeffries comenzó a ganar reputación como boxeador, y especialmente como pegador. «No tenía estilo, pero era el boxeador más fuerte que vi», dijo el famoso promotor Tex Rickard. A esto le ayudaba su envergadura, pues pesaba más de 90 kilos. Con veinte años se hizo profesional, y muy pronto se ubicó entre los mejores aspirantes al trono del peso pesado.

    Ya en la parte alta del escalafón noqueó al australiano Peter Jackson en solo tres asaltos. Jackson era un púgil negro al que John L. Sullivan le había negado la oportunidad de competir por el título solo por su color de piel. Ahora se enfrentaba al irlandés Tom Sharkey, otro de los grandes pretendientes a la corona, en un pleito ideado para ver de qué pasta estaban hechos realmente los dos jóvenes boxeadores.

    La velada disparó un gran interés, y los asientos del Mechanic’s Pavilion se abarrotaron justo antes del comienzo de los combates preliminares. Fue entonces cuando una de las gradas se vino abajo, incapaz de soportar tanto peso. A continuación, comenzaron a colapsar otras en diferentes sectores del pabellón, y muy pronto unas seis mil personas se vieron en el suelo. La tragedia pudo ser terrible, pero afortunadamente no hubo víctimas mortales. El pleito estuvo a punto de suspenderse, pero la policía calmó a los asistentes, y el combate procedió cuando los heridos fueron trasladados al hospital.

    Una vez finalizados los veinte asaltos pactados, los dos hombres se mantenían en pie, pero el árbitro no dudó en levantar el brazo de Jeffries en señal de victoria. El californiano no había sido capaz de noquear a su rival, pero se había mostrado superior durante toda la noche, e incluso le había obligado a visitar la lona en el undécimo round.

    El triunfo no presentaba dudas, pero sí su candidatura al campeonato del mundo. ¿Estaba listo el joven Jeffries para alzarse con la corona?

    1899

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    JEFFRIES vs. FITZSIMMONS I // 9 de junio

    CONEY ISLAND ATHLETIC CLUB, BROOKLYN (NUEVA YORK, EE. UU.)

    A pesar de recibir ofertas de lo más suculentas, Bob Fitzsimmons rechazó todas las invitaciones para defender su título mundial del peso pesado. Solo un boxeador, Jim Jeffries, fue capaz de pactar un desafío con el campeón.

    Una decisión algo sorprendente, pues, aunque Jeffries estaba invicto y se había enfrentado a grandes nombres de la época, su currículum quedaba algo deslucido en comparación al del veterano Fitz. Los expertos más avezados creían incluso que la cita le venía grande a Jeffries, pues todavía tenía mucho que aprender frente a un peleador de ciencia como el británico.

    Es posible que la mala situación económica de Jeffries llevara al boxeador a pedirle a su entrenador que apostara 5.000 dólares por su rival, para que, en caso de perder, obtuviera un beneficio de 15.000 dólares; mientras que, si ganaba el combate, el título de campeón del mundo traería consigo el dinero y honor suficiente para reparar esa pérdida.

    Tras las dificultades habituales de la época, el combate se fijó en Coney Island, Nueva York, un lugar de recreo y vacacional, y resultó un éxito de taquilla, con ingresos de más de 85.000 dólares. Jeffries llegó en un estado de forma excelente, y si bien no poseía la agilidad ni rapidez de su contrincante, sorprendió a los asistentes al tumbar en repetidas ocasiones a un Fitzsimmons sin respuestas para superar la defensa férrea de su rival.

    Fue en el undécimo round cuando Jeffries noqueó a Fitzsimmons con un directo a la mandíbula. El título mundial volvía a las manos de un californiano. Con la corona de campeón del mundo en su poder, el nuevo rey de los pesados decidió embarcarse en una gira de exhibiciones por Estados Unidos y también por Europa, donde los principales púgiles británicos y franceses reconocieron la supremacía de Jeffries.

    1900-1909

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    1900

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    JEFFRIES vs. CORBETT // 11 de mayo

    SEASIDE ATHLETIC CLUB, CONEY ISLAND (NUEVA YORK, EE. UU.)

    Desde su victoria ante Bob Fitzsimmons en 1899, Jeffries había defendido exitosamente su título de campeón ante boxeadores notables como Tom Sharkey y Jack Finnegan (al que noqueó en el asalto inicial). Su fama crecía de la mano de su racha de victorias.

    En mayo de 1900, en Coney Island, Jim Jeffries puso su título en juego ante James Corbett. Era la primera vez que un excampeón tenía la posibilidad de recapturar el título de los pesos pesados.

    A sus treinta y cuatro años, Corbett logró convencer a William Brady, su antiguo mánager y actual gerente de Jeffries, de que le consiguiera una pelea por el título. Corbett era dueño de un bar en Manhattan, y es posible que además del honor quisiera resolver algunas deudas económicas.

    Gentleman Jim se tomó el combate como la gran oportunidad de su vida, y más ante Jeffries, quien en su día fuera antiguo compañero de esparrin. Dispuesto a vencer por todos los medios, Corbett comenzó a entrenar con Gus Ruhlin, otro de los grandes aspirantes a campeón del mundo de la escena boxística.

    Como era lógico, Jeffries era el favorito para la mayoría de aficionados y expertos, aunque fuera por una simple cuestión dinástica: había obtenido el título de campeón vía nocaut ante Fitzsimmons, a la sazón verdugo de Corbett. Si a eso le añadimos el tamaño de Jeffries, que ahora rondaba los 100 kilos, su despiadada fuerza de golpeo y su habilidad para encajar golpes, la mayoría se decantaba por el campeón reinante en las apuestas. Pero que no nos engañe el tamaño de Jeffries; de él se ha escrito que era todo un atleta, capaz de correr 100 yardas (91 metros) en 11 segundos.

    Originalmente, la pelea iba a ser disputada en septiembre, pero como el estado de Nueva York iba a ilegalizar los combates de boxeo, el combate se adelantó a mayo. Tuvo una duración de veinticinco asaltos. Debido al calor que había sufrido por las cámaras de grabación y los focos en 1899, Jeffries no permitió que se filmara el pleito.

    El plan de Jeffries era perseguir a Corbett hasta encontrar la oportunidad en la que su potencia decidiera el combate. Más pequeño y más viejo que su rival, Corbett sorprendió a muchos en el cuadrilátero. El aspirante esquivó al campeón durante la mayor parte de los primeros 22 episodios, moviéndose con rapidez ante las acometidas de Jeffries y

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