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Curso de astrología china
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Curso de astrología china

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La astrología china es un arte adivinatorio rico, profundo y atrayente, que se origina en una civilización milenaria impregnada del encanto mágico y misterioso del Extremo Oriente. Muchos conocen los nombres de los doce signos del zodiaco chino (Rata, Búfalo, Tigre, Gato, Dragón, Serpiente, Caballo, Cabra, Mono, Gallo, Perro y Jabalí) pero no tantos saben su significado real y cómo influye en el carácter y la personalidad. Conviene conocer también que la combinación entre los signos chinos y los del zodiaco occidental crean 144 parejas astrológicas que aportan una gran cantidad de información sobre el carácter de cada uno y su destino. También podrá disponer de toda la información sobre las veintiocho moradas lunares, los hexagramas del I Ching, los Palacios Celestes, el sistema de las Nueve Estrellas, los oráculos curiosos y el cómputo del Destino. Tablas y esquemas le permitirán calcular todos los elementos personales y obtener su propio horóscopo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 jun 2021
ISBN9781646999996
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    Es Extraordinario este libro me gustaría saber más … sobretodo de los diez dioses

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Curso de astrología china - Laura Tuan

PRÓLOGO

Oriente y Occidente, misticismo y racionalidad: dos concepciones diferentes del cosmos y de la vida, dos interpretaciones distintas del destino, pero, paradójicamente, el encuentro casi impensable entre hombres y teorías tan enfrentadas se lleva a cabo de forma espontánea en el plano celeste. Los dictados de la astrología occidental, centrada en el aparente recorrido del Sol a lo largo de la franja del Zodiaco, se confrontan, en la lejana China, con una astrología completamente regulada por las fases de la Luna, auténtica señora del cielo, además de unidad de medida del calendario. A una doctrina racional, rígida y determinista de las estrellas Oriente contrapone una visión «lunar» de las cosas, más intuitiva, contemplativa y mágica, en la que el tiempo y la propia vida del universo no son otra cosa que una sucesión infinita de ciclos. No es por casualidad que en los antiguos documentos astrológicos del Celeste Imperio hayan aparecido dos maneras diferentes de decir «no»; la primera, para afirmar que una cosa no sucederá y la segunda, para disuadir de actuar en un determinado momento o en cierta dirección, con la certeza de que basta con cambiar el tiempo o la orientación para modificar la suerte. Sin embargo, los resultados que ambos sistemas astrológicos, el oriental y el occidental, prevén acaban inevitablemente coincidiendo, aunque se utilicen procedimientos tan diferentes. La razón es muy simple: independientemente de la latitud desde la cual sean observadas, las estrellas son siempre lo que son, centros de energía, fuerzas o, cuando menos, símbolos, señales que pueden funcionar como indicadores de un camino. En definitiva, el cielo es uno solo, como uno solo es el tiempo, aunque puedan existir infinitos sistemas de lectura, códigos de clasificación y de interpretación, de los cuales al menos una decena surgieron a lo largo de un periodo de la cultura china de, como mínimo, cuatro milenios.

Primera parte

UNA VISIÓN GENERAL DE LA ASTROLOGÍA CHINA

Los emperadores y las estrellas: historia y teoría de un Zodiaco lunar

¿Astrología o astrologías? La complejidad del sistema chino

Más que de «astrología china», se debería hablar de «astrologías chinas», aunque de entrada esto pueda desorientar un poco. En efecto, excepto por algunas diferencias en cuanto al cálculo de las doce «casas», la astrología occidental codificada por Claudio Tolomeo en el siglo II d. de C. se presenta como un único corpus de reglas entre las que no resulta demasiado difícil manejarse, una vez se acepta la lógica de la astrología. Sin embargo, esto no parece ser válido para las latitudes de Pekín, donde todavía hoy están en vigor por lo menos una decena de sistemas astrológicos diferentes y aparentemente contradictorios. Y si, como en los tiempos antiguos, alguno de ellos recurre a la observación real del cielo, que hoy en día ha quedado prácticamente sustituida por la consulta de las efemérides (tablas en las que aparecen las posiciones planetarias para cada día del año), la mayoría se ha alejado progresivamente del cielo entendido en sentido físico, para centrarse en el mucho más abstracto simbolismo del ciclo y del número.

Naturalmente, no se trata de un capricho ni de una exigencia cultural. En la época del Celeste Imperio, y no sólo en China, toda la nación estaba identificada con su soberano: si el emperador era feliz y gozaba de óptima salud, todo el pueblo se veía favorecido; ahora bien, si, por el contrario, le sucedía alguna desgracia, entonces amenazaban tiempos difíciles para toda la población. Por lo tanto, la astrología era una actividad rigurosamente de Estado y no debía salir de los muros del palacio imperial; hasta tal punto que se amenazaba con la pena capital a todo aquel que osase consultar las estrellas sin el consentimiento del emperador.

El fragmento de los catorce caracteres representa uno de los primeros «boletines astrológicos» de la historia

Pero como el deseo de saber lo que sucederá mañana y la necesidad de intervenir en la medida de lo posible en el curso del destino han acompañado desde siempre a los hombres de todas las culturas, también los tranquilos y reflexivos chinos se inventaron una vía alternativa: una astrología o, mejor dicho, varias astrologías, todas ellas bajo un mismo signo, el de funcionar según el ciclo y el número, sin consultar directamente las tablas planetarias. Esto ha sido posible por el hecho de que todos los planetas recorren una órbita alrededor del Sol con ritmos regulares y, por lo tanto, emplean siempre, con algunas pequeñas variaciones de velocidad, el mismo número de años (o de días, en el caso de la Luna alrededor de la Tierra) en realizar un giro completo. Sustituyendo los movimientos planetarios reales por ciclos numéricos regulares que los reproducen de forma aproximada ha sido posible matar dos pájaros de un tiro: nada de efemérides y, por lo tanto, ningún riesgo de ejecuciones y, además, un sistema de adivinación fácil, directamente accesible, en sus formas más simples, incluso para los campesinos, la mayoría de la población china.

Lo que ha llegado hasta Occidente de la astrología china de la mano de Buda, la serie de los doce animales en la que siempre se piensa, tiene muy poco que ver con la verdadera astrología, es decir, con aquella basada en la observación del cielo y en los movimientos de los astros. Al contrario, se trata de un sistema cíclico y, además, relativamente tardío, que llegó a China en los siglos IX y X d. de C., cuando la astrología había celebrado ya por lo menos tres mil años de vida, probablemente importado de Turquía —la similitud fonética que presenta constituye una prueba—, donde ya se practicaba un sistema de adivinación análogo desde mucho tiempo atrás.

Página de un almanaque chino

Cuatro mil años de astrología

El sistema astrológico chino es muy antiguo, tiene entre cuatro mil y cuatro mil quinientos años. Los primeros vestigios en los que aparece una clara alusión a la predicción mediante los ciclos son los signos grabados en omoplatos de corderos, búfalos y cerdos que se remontan a la dinastía Shang Yin, con la que comienza, a finales del segundo milenio, el periodo histórico de la civilización china. Obviamente, se trata de textos más bien lacónicos y fragmentarios, como, por ejemplo, uno de catorce caracteres cuyo significado es, aproximadamente, el siguiente: «El séptimo día del mes, siendo un día número seis del ciclo sexagesimal, en la noche de transición al día número siete, apareció una gran estrella en las cercanías de la Estrella de Fuego (Antares)». El dato más interesante desde el punto de vista astrológico es la mención de los ciclos sexagesimales, es decir, la estructura de calendario típicamente china, basada en el cruce del número doce y del cinco, que permaneció en vigor hasta 1911.

Tampoco faltan entre los textos clásicos buena cantidad de referencias, empezando por el texto oracular del I Ching (1100 a. de C.), actualmente muy conocido en Occidente, junto con el Libro de los Ritos, que contiene un prototipo de los almanaques de entonces, y los Anales de la Primavera y el Otoño, un registro de los acontecimientos históricos de los siglos VIII a V a. de C. en el que aparecen comentarios de carácter astrológico, como las observaciones del cometa Halley. También el Shih Ching, el Libro de la Poesía, reviste cierta importancia desde el punto de vista de la observación del cielo porque en él aparecen catalogados los nombres de las estrellas y de las constelaciones, cosa que en Occidente se inició en época mucho más tardía. Entre las fuentes clásicas, cabe recordar el Registro Histórico y el Libro de los Príncipes de Huai Nan, escritos en el siglo II a. de C., pero inspirados en fuentes más antiguas. El Registro Histórico, obra del astrólogo Shu Ma Chien, contiene, junto a la crónica de las dinastías imperiales, algunos capítulos importantes sobre la adivinación, la astronomía y la formación del calendario.

En los siguientes siglos, aparecieron una buena cantidad de estudios sobre estos temas y, especialmente, sobre la escritura del horóscopo, definido en China como «cálculo del Hado». En Occidente estamos aprendiendo los primeros rudimentos de estos cálculos, basados en las ramas terrestres (los doce animales) y en los troncos celestes (los cinco elementos en su doble aspecto masculino, yang, y femenino, yin) relativos al año, al mes, al día y a la hora de nacimiento. Entre estos textos se pueden citar el I Shu Tien de Chang Kuo, de la dinastía Tang (siglo VIII d. de C.), y el tratado de astrología de Cheng el Sabio (1350 d. de C.).

De este modo, en la antigüedad, y con el beneplácito imperial, estaban vigentes dos tipos de presagios: uno basado en los eventos extraordinarios, que se realizaba como en Occidente, mediante la observación directa del cielo y de todos sus fenómenos, la luminosidad de los planetas, los cometas, las novas y los eclipses, considerados siempre como admoniciones divinas; el otro, sintetizado en los ciclos regulares del Sol, de la Luna y de Júpiter, que marcan la sucesión ordenada de los acontecimientos en la Tierra. Cuando todo en el cielo aparecía ordenado y armonioso significaba que también el régimen imperial estaba en sintonía con la voluntad superior. Pero si este orden bien regulado sufría una variación imprevista, era signo de que los hombres habían cometido un error que se podría haber pagado con cualquier tipo de desastre natural, guerras o pestes.

Representación de los eclipses de un antiguo almanaque chino

Volviendo a la observación astronómica, se puede afirmar con muchas posibilidades de acertar que Oriente y Occidente han recorrido caminos diferentes y no se han influenciado recíprocamente. Para comprobarlo basta con examinar los nombres de las constelaciones, que en Occidente recurren a menudo a la terminología marina, mientras que en China, aparte del Gran Carro, se reagrupan según esquemas y representaciones diversas. También las coordenadas de referencia son muy diferentes: la llamada Eclíptica en Occidente, es decir, el aparente recorrido del Sol alrededor de la Tierra, con una inclinación de 23º con respecto al eje, es denominada por los chinos Sendero Amarillo; el ecuador celeste es el Sendero Rojo de la tradición oriental. Se trata de dos modos diferentes de observación astronómica de los que surgen dos formas de interpretación astrológica distintas. Es el caso, por ejemplo, de la Osa Mayor, poco relevante para los astrólogos occidentales, pero fundamental en China, donde ha sido objeto de veneración, además de constituir la base de uno de los sistemas de predicción más difundidos, el de los Nueve Palacios. Ocurre lo mismo con las tres últimas estrellas de la Osa, conocida en China como Cazo o Chistera, las que señalaban con la dirección de sus aparentes rotaciones el avanzar de las estaciones y, algo mucho más significativo, alojaban a los tres seres divinos reguladores de los actos y del destino humano.

Pero la diferencia más notable entre ambos sistemas astrológicos reside en el simbolismo de los cinco planetas (Wu pi, «los cinco caminantes») y en su influencia sobre la Tierra. Pongamos el ejemplo de Venus, que, de astro femenino de la belleza y el amor en Occidente, se transforma en China en planeta masculino del Metal y de las armas, el Gran Blanco, asociado por analogía a las virtudes guerreras y viriles. Por su parte, Júpiter, entre nosotros benéfico rey de los dioses, promesa de autoridad y fortuna, adopta en China una fisonomía femenina al convertirse en la Estrella de los años, asociada al elemento Madera y, por tanto, a la primavera, al nacimiento y al crecimiento.

Página de un almanaque chino

Sin embargo, los significados simbólicos del resto de los planetas no varían: Marte, «Aquel que brilla inconstante», se relaciona con el elemento Fuego y con la acción; Saturno el Exorcista, planeta de la Tierra y de la estabilidad, y Mercurio, la Estrella del Ahora, que preside la comunicación, pero que, mientras que en Occidente está ligado al elemento Aire, en China se relaciona con el Agua.

Pero hay algo más: en Occidente, la importancia de la dirección de la que se proviene o hacia la que se va ha caído en el olvido desde la lejana época de la aruspicina etrusca y latina, que interpretaba como favorable o infausta la dirección de la que provenían los pájaros en vuelo (o los relámpagos, los truenos, etc.). En Oriente, el planteamiento acerca de la dirección es completamente diferente, ya que asume, desde los orígenes de la astrología, una función determinante y casi mágica. El Este es siempre favorable, ya que se trata de la dirección de la fecundidad y del crecimiento, del lugar desde donde sale el Sol, y lo mismo puede decirse del Sur, benéfico, aunque algo más tosco. El Oeste cumple su promesa, pero con retraso; el Norte presagia siempre dificultades y, excepto en algunas ocasiones, es preferible evitarlo. Todo esto revela un carácter particular y operativo de la astrología oriental, que no se limita a predecir acontecimientos o tendencias, sino que, mucho más que la occidental, se articula en una larguísima serie de prohibiciones y consejos, facilitados a partir de la atenta observación de las estaciones, de las fases lunares, de los puntos cardinales, de los elementos cósmicos y de sus influencias sobre la salud y la alimentación. Consejos acerca de cómo moverse, hacia dónde dirigirse, qué comer, qué órganos estimular, qué hacer o qué no hacer, cuándo actuar o cuándo, por el contrario, esperar, según las fases alternantes, lo masculino y lo femenino, el yin y el yang del universo, que hacen que al día siempre le siga la noche, al mal, el bien, a la inactividad, la acción, y al revés. Tampoco están ausentes las fórmulas mágicas especialmente pronunciadas para aplacar o hacer que nos sean propicios los espíritus que habitan las estrellas, especialmente los tres que residen en la Osa y que regulan los actos humanos.

Si la vía occidental, que se identifica con la fuerza y el calor del Sol, es de hecho una vía racional y activa, que tiende a la lucha para conseguir el libre albedrío y al desafío del destino, el camino oriental, más suave y lunar, sigue la indicación taoísta del «doblarse como hace una caña contra el viento», en una búsqueda continua de la armonía con uno mismo y con el entorno, a la que no son ajenas ni la magia ni los rituales.

La medida del tiempo

Ciclos y números en la astrología china: el calendario

Tan antiguo como complejo, el calendario chino es quizás una de las pocas cosas que no han sufrido una simplificación a lo largo del tiempo. Mientras que Occidente suplantó enseguida el primitivo señorío de la Luna en la medida del tiempo por el menos intuitivo pero más regular del Sol, el fin de año chino, como el islámico y el hebreo, sigue siendo regulado por las fases lunares. Se trata de un sistema realmente complejo porque, lejos de limitarse sólo al ciclo lunar (el ciclo sinódico de veintinueve días), pone también en juego el ciclo solar (trescientos sesenta y cinco días y seis horas), el de Júpiter (doce años) y el de Saturno (veintinueve-treinta años), dando vida a maxiciclos que recuerdan, en ciertos aspectos, al complicado Zodiaco de los mayas.

La unidad de medida mayor es la época, un periodo de 3.600 años, y, por lo tanto, múltiplo de 360, el número de grados que constituyen la figura geométrica más perfecta: la circunferencia. La circunferencia de cada época, unidad temporal perfecta y circunscrita, al término de la cual se verifican radicales mutaciones en la Tierra, está compuesta a su vez por sesenta ciclos, llamados Dragones, de sesenta años cada uno; 1984 marcó el inicio del decimoctavo ciclo de la segunda época, a partir del año en que se empieza a registrar la historia china, es decir, el 2637 a. de C., cuando el legendario emperador Huang Ti introdujo el calendario en el año sesenta de su reinado. A su vez, cada ciclo de sesenta años está dividido en cinco Grandes Años, cinco periodos de doce años cada uno, que corresponden grosso modo a un ciclo completo de Júpiter, es decir, al tiempo que emplea el planeta en recorrer completamente el Zodiaco a partir de un punto determinado (doce signos en doce años; por lo tanto, aproximadamente un signo por año). De hecho, cada sesenta años, el planeta Júpiter que en Occidente se asimila a la Gran Fortuna, a la energía planetaria que crece y se extiende, completa por quinta vez el recorrido alrededor del Zodiaco y, en el mismo periodo, Saturno, la Gran Desafortunada, la energía que limita y cristaliza, vuelve por segunda vez a su punto de partida. De este modo, el ciclo de sesenta años puede leerse como el ciclo de Júpiter y Saturno, del Bien y el Mal, que, habiendo partido de un determinado punto del Zodiaco, que corresponde con Antares en el inicio de cada ciclo, vuelven a alcanzar a la vez la misma posición.

Ilustración de un lunario chino del siglo XIX

Las doce ramas o animales del Zodiaco

Los doce años que componen el ciclo de Júpiter, o Gran Año, se numeran según una secuencia de caracteres llamados Chih, ramas, cuyo origen, bastante oscuro, parece estar relacionado con ritos arcaicos que acompañaban el ritmo de las horas ya desde el 2000-1500 a. de C. En torno a los siglos IX y X a. de C. aparecieron los famosos doce animales, sustituyendo las antiguas denominaciones, y dieron un aspecto más simple y simpático a la astrología china, que ha llegado hasta nuestros días sin demasiadas complicaciones, seguramente gracias a estas dos preciosas virtudes. La primera referencia a estos doce animales la realiza Buda, que, cuando estaba próximo a entrar en el nirvana, había querido tenerlos a todos a su alrededor; los animales recibieron como premio a su fidelidad al Santo el señorío sobre cada uno de los doce años del ciclo. El ciclo empieza con la Rata, que, siempre según la leyenda, se presentó la primera, y sigue con el Búfalo, el Tigre, la Liebre, el Dragón, la Serpiente, el Caballo, la Cabra, el Mono, el Gallo, el Perro y, para finalizar, el Cerdo, que fue el que se presentó en último lugar al lado del Maestro. Según la voluntad de Buda, cada animal del ciclo tiñe con sus propias cualidades y defectos todo el año que gobierna, entre un fin de año y el siguiente. Todos los nacidos en el mismo año chino, cuyo principio no coincide con el día 1 de enero occidental, sino que se sitúa en una fecha variable entre enero y febrero, comparten ciertos rasgos de carácter, ciertas tendencias que se van especificando cada vez más según el mes, el día y la hora de nacimiento; estos siempre se establecen a partir del ciclo de sesenta años, bajo la jurisdicción de uno de los doce animales. Cuantos más animales de los que concurren a formar la personalidad vivan entre sí relaciones amistosas, es decir, tal y como sucede en la astrología occidental, formando recíprocamente ángulos o aspectos armoniosos, tanto más gozará el individuo de un estado de serenidad interior que le permita afrontar cualquier acontecimiento con la compostura necesaria. Sus energías internas, lejos de enfrentarse entre sí, se ponen siempre al servicio de un mismo objetivo, permitiéndole alcanzar en breve tiempo y sin demasiado esfuerzo la mejor realización posible de su potencial.

El ciclo de sesenta: las combinaciones rama-tronco según el modelo arcaico

Un proceso similar se verifica también en la esfera de las relaciones personales, que son fáciles y armoniosas cuando los animales o, mejor dicho, las ramas terrestres de uno armonizan con las del otro, y, por el contrario, serán tensas y tormentosas en el caso de que los animales de cada uno se relacionen con hostilidad.

Lo mismo se puede decir de las previsiones anuales: todo irá bien, sin tropiezos ni dificultades, cuando el propio animal de nacimiento sea amigo del que gobierna el año en curso, mientras que las frustraciones y las adversidades aparecerán por todas partes cuando las enemistades entre estos animales sean evidentes.

Se trata exactamente del mismo procedimiento que se utiliza en la astrología occidental, que, cuando se acerca el fin de año, suele realizar predicciones del tipo: «Este año será el año de Libra; también serán afortunados los Acuario y los Géminis; tendrán problemas los Capricornio, los Aries y los Cáncer». El secreto está en la posición de Júpiter, el más prometedor y afortunado de los planetas: cuando Júpiter se encuentra en Libra, se dice que es el año de Libra; cuando está en Escorpio, se dice que es el año de Escorpio, y así sucesivamente. Pero sabemos que también el ciclo chino de doce años está conectado, en cierto modo, con el recorrido de Júpiter (en chino Sui Hing, la estrella del año), y, consecuentemente, cada año lunar chino, marcado por un animal diferente, en Occidente corresponde aproximadamente al tiempo de permanencia del planeta en un determinado signo zodiacal. En efecto, exceptuando ligeras variaciones que se deben tanto al diferente punto de referencia para la observación astronómica (la Eclíptica entre nosotros y el ecuador celeste en China) como a la velocidad del planeta, que no es siempre constante cuando se observa desde la Tierra, sino que parece pararse o incluso moverse hacia atrás, Júpiter se encuentra siempre en el signo occidental que tradicionalmente se ha hecho corresponder con el animal chino; es decir: el Dragón con Aries, la Serpiente con Tauro, el Caballo con Géminis, la Cabra con Cáncer, el Mono con Leo, el Gallo con Virgo, el Perro con Libra, el Cerdo con Escorpio, la Rata con Sagitario, el Búfalo con Capricornio, el Tigre con Acuario y la Liebre con Piscis.

El Dragón, signo proverbialmente afortunado

Los troncos o los cinco elementos

Pero las complicaciones no acaban aquí. Quedarse con la idea del Búfalo y del Tigre, de la Serpiente y del Mono como signos del año de nacimiento, sin entrar en detalles, equivaldría, en Occidente, a hablar de Tauro, Aries o Géminis olvidando completamente el valor de los planetas, del ascendente y de las casas.

El número de los animales, doce, y el del ciclo completo, sesenta, no aparecen una sola vez, sino cinco. Esto significa que en el interior de un mismo ciclo la serie de animales se repite cinco veces, cada una de ellas ligada a uno de los diferentes elementos constitutivos del cosmos, que en Occidente son cuatro, Aire, Agua, Tierra y Fuego, mientras que en Oriente aparece también el Metal y el Aire se sustituye por la Madera.

Por lo tanto, no basta con ser Gallo o Perro, Cabra o Dragón, ya que cada uno de los animales tiene cinco modos diferentes de ser y de expresar sus propias cualidades. En función del elemento del año en curso, aparecen el Gallo de Metal y el Gallo de Agua, el Perro de Fuego y el Perro de Madera, la Cabra de Tierra y la Cabra de Agua, y así hasta una serie de sesenta combinaciones que se obtiene multiplicando cada uno de los doce animales —o sea, para decirlo al modo chino, de las doce ramas o Chih— por cada uno de los cinco elementos cósmicos, los troncos o Kan, los cuales, como veremos a continuación, también están regulados por relaciones recíprocas de influencia y de armonía o desarmonía.

Imaginemos dos ruedas dentadas, una de las cuales está provista de doce dientes numerados en cifras arábigas del 1 al 12, las ramas, y otra de sólo cinco, numerados en cifras romanas, los troncos, que ruedan simultáneamente sobre un mismo eje; antes de que el diente número 1 de la primera rueda, es decir, la rama n.o 1, vuelva a superponerse al primer diente de la segunda rueda, es decir, al primer tronco, tendrán que pasar sesenta diferentes combinaciones, que son los sesenta años del ciclo chino, que se inicia siempre con la Rata (primera rama) de Madera (primer tronco) y termina con el Cerdo (duodécima rama) de Agua (último tronco). He aquí una lista móvil que cambia cada año según una regla muy simple: los años que terminan en 0 o en 1 (por ejemplo, 1930, 1931, 1940, 1941, 1950, 1951, etc.) = Metal; los años que terminan en 2 o en 3 (por ejemplo, 1932, 1933, 1942, 1943, 1952, 1953, etc.) = Agua; los años que terminan en 4 o en 5 = Madera; los años que terminan en 6 o 7 = Fuego, y los años que terminan en 8 o en 9 = Tierra.

Además, cada animal del Zodiaco está influenciado también por un elemento fijo, intrínseco a su propia naturaleza y que no varía con el paso de los años:

Cerdo y Rata = Agua

Búfalo, Dragón, Cabra y Perro = Tierra

Tigre y Liebre = Madera

Serpiente y Caballo = Fuego

Mono y Gallo = Metal.

El Gallo, otro signo afortunado

El año lunar

Podría ser muy simple, algo parecido a la medida occidental del tiempo, con sus minutos y sus segundos, si los tres mil seiscientos años de una época o los sesenta de un ciclo fuesen completamente regulares, todos ellos de la misma longitud, como sucede en Occidente, donde el calendario está construido a partir de la relación entre la Tierra y el Sol, es decir, del tiempo que emplea la Tierra para completar su órbita alrededor del Sol. Pero, en este caso, entra en juego la Luna, para complicar un poco las cosas. En efecto, el mes chino empieza rigurosamente con el novilunio y termina con el novilunio siguiente, con una duración total de veintinueve días y medio. Por lo tanto, doce meses lunares hacen un total de trescientos cincuenta y cuatro días, es decir, once días menos respecto a los trescientos sesenta y cinco de nuestro año solar, mientras que con trece meses se llega a trescientos ochenta y tres días, sin duda demasiado para un año. La solución, que en Occidente se denomina ciclo de Metón, fue esbozada ya en China en el año 2500 a. de C. Se trata de la que adoptaron casi todas las grandes culturas del pasado, la griega, la latina y la celta, y que consiste en añadir un mes suplementario a determinados años, siete en total sobre un ciclo de diecinueve, para que el calendario vuelva por compensación a su armonía con el cielo y, finalmente, el ciclo del Sol y el ciclo de la Luna vuelvan a concordar.

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