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El legado de Cristo Figueroa: Cartografías críticas y enseñanza literaria
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Libro electrónico470 páginas6 horas

El legado de Cristo Figueroa: Cartografías críticas y enseñanza literaria

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En este libro se lleva a cabo un homenaje a la trayectoria vital y académica de Cristo Figueroa, quien a lo largo de su carrera en el campo de los Estudios Literarios se ha destacado como profesor, crítico, teórico de la literatura, cartógrafo y lector agudo y sensible. A través de los trabajos aquí reunidos, escritos por colegas y exestudiantes suyos, se hace evidente que el trabajo de Cristo Figueroa no solo nos habla sobre problemas literarios o textos, periodos o autores, sino sobre la constitución de una personalidad intelectual, la confluencia de centros, afectos y experiencias de vida, la sensibilidad crítica, la pasión por leer y escribir.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 nov 2019
ISBN9789587814248
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    El legado de Cristo Figueroa - María Piedad Quevedo Alvarado

    ALVARADO

    Primera parte

    El trazado

    Cartografía de un lector en filigrana

    Clemencia Ardila-Jaramillo

    En el año 2015, en su participación como conferencista central del XIX Congreso de la Asociación de Colombianistas, Cristo Rafael Figueroa Sánchez se presentó como docente, investigador, crítico y divulgador de la literatura. Esta enumeración da cuenta de los diferentes ámbitos de su desempeño: como pedagogo, a través de cursos y seminarios; como conferencista, en simposios y congresos nacionales e internacionales; como lector crítico de la literatura hispanoamericana y, muy especialmente, de la colombiana, y como escritor, reseñista y promotor de escritores del país, en revistas, coloquios y entrevistas. La voz del profesor, del investigador, del crítico y del divulgador la han escuchado no solo quienes viven en Bogotá, su sede desde hace muchos años, sino también quienes hacemos parte de otras regiones. En una suerte de movimiento de descentramiento –quizá a tono con los movimientos de la cultura y la literatura en los últimos tiempos, como bien lo señala Cristo Rafael–, sus clases, sus conferencias y sus textos han hecho presencia en otras instituciones del territorio, como la Universidad de Antioquia, la Universidad eafit, la Universidad Pontificia Bolivariana, la Universidad del Valle, la Universidad Tecnológica de Pereira, la Universidad del Norte, la Universidad de Cartagena y muchas otras situadas más allá de los límites de la República, en Estados Unidos y en México, por ejemplo.

    Sin embargo, lo que interesa destacar en este momento es que dicha enumeración desliga, por razones prácticas y culturales, actividades estrechamente relacionadas, por cuanto involucran siempre –y en el caso de Cristo Rafael de una manera decidida, rigurosa y comprometida– la lectura y la escritura. Es del lector y del escritor, quienes se visten con el ropaje del profesor, del investigador, del crítico y del divulgador, según las exigencias de nuestra cultura, de quien se quiere seguir su rastro en este texto, y aventurarnos entonces a validar la afirmación del escritor argentino Ricardo Piglia, quien anota: La crítica es una forma moderna de la autobiografía. Uno escribe su vida cuando cree escribir sus lecturas. ¿No es a la inversa del Quijote? El crítico es aquel que encuentra su vida al interior de los textos que lee (13).

    Son diversos los formatos –ensayos críticos, conferencias, coloquios, sesiones de clase, libros– y múltiples los textos en los que, en cada trazo de su escritura, Cristo Rafael deja algo de sí mismo, de su pasión por la literatura, de su mirada emotiva y crítica, apasionada y analítica sobre las obras literarias, sobre los movimientos estéticos.

    Asumimos, pues, las sesiones de clase que como estudiantes vivimos, las conferencias y coloquios que como discípulos y amigos escuchamos, y los ensayos que como colegas leemos, subrayamos y discutimos, como el material por medio del cual se puede reconstruir una vida intelectual, como el insumo para trazar una cartografía con algunos de los rasgos que identifican su propuesta de lectura, explicación e interpretación de una obra literaria. Volver sobre algunas notas de clase en las que se destacan rasgos del barroco y del planteamiento estético de sor Juana –que conservo desde hace más de veinticinco años en mi reducido archivo de inolvidables experiencias de lectura–; releer algunos de los artículos sobre la obra de Domínguez Camargo, Germán Espinosa, Roberto Burgos Cantor, Andrés Elías Flórez, Albalucía Ángel, Luis Fayad, Parra Sandoval, Julio Cortázar, Fernando del Paso, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez, entre otros; y, en fin, revisar las reflexiones acerca de la literatura, su estatuto y su lectura que, desde los años ochenta hasta el presente, forman parte de las preocupaciones de Cristo Rafael significa revisitar una propuesta de lectura crítica de obras, autores, teorías literarias, valoraciones estéticas y presupuestos históricos, culturales y sociales.

    Este recorrido es el que se quiere compartir en este artículo, propósito para el cual se seleccionaron algunos términos convergentes en su escritura,¹ cuya resonancia significativa, dentro del proyecto investigativo, crítico y divulgador de Cristo Rafael, se busca demostrar a continuación. En efecto, dichos términos actúan como puntos de referencia del mapa que se quiere trazar y ayudan a seguir el desarrollo de una propuesta de lectura que se presenta en dos momentos: el primero, Praxis cr ítica, enfatiza en las destrezas del lector crítico y en el papel de los estudios literarios al momento de analizar una obra literaria; el segundo, Diálogo interdisciplinario, señala la necesidad de involucrar saberes y disciplinas diversas por parte del crítico, con el fin de dinamizar las diversas dimensiones significativas del texto. En uno y otro se cifra la propuesta de una lectura en filigrana en la que, paso a paso, el lector teje y desteje los hilos –discursivos, retóricos, diegéticos, culturales– con los cuales un autor configura una propuesta estética y literaria.

    Praxis crítica

    Esta expresión se toma como núcleo central de un recorrido en el que, desde la perspectiva del docente y pedagogo de la literatura, primero, y más tarde, como crítico e investigador, se desarrolla una propuesta de lectura con propósitos críticos. Además de los múltiples ensayos respecto a escritores colombianos e hispanoamericanos en los que es posible inferir un modelo de lectura, cuatro textos de reflexión acerca de la relación entre teoría, crítica e historia literarias, y sobre la enseñanza de la literatura, dan cuenta de algunas de las premisas en las que se sustenta dicha propuesta: La explicación de textos en el Departamento de Literatura: una experiencia a través de los cursos (1979); Necesidad y vigencia de la teoría literaria/debates y reformulaciones contemporáneas en Hispanoamérica y Colombia (2005); la conferencia dictada en el XIX Congreso de la Asociación de Colombianistas en 2015, Horizontes y agendas de los estudios literarios en la actualidad, y el que es quizá el último aporte a esta discusión, La enseñanza de la crítica literaria: entre el concepto y la praxis, conferencia dictada en el I Simposio de Estudios Literarios y publicada en el 2016 como prólogo al libro que recoge las memorias de este evento académico. La experiencia del docente, el ejercicio del crítico literario y la voz del investigador confluyen en estas reflexiones, así como en documentos en los que se encuentran algunas nociones y posiciones de estudiosos de la literatura y de la cultura respecto al ejercicio de la crítica literaria.

    Un interés didáctico y pedagógico motiva las primeras aproximaciones sobre el modo de proceder del crítico literario en el ensayo de 1979, en el que, como su título lo anuncia, se presenta la fundamentación teórica y didáctica del curso Explicación de Textos, del programa de Literatura de la Pontificia Universidad Javeriana. En este escrito, se busca articular una propuesta de lectura consciente y metódica de la obra literaria para, a partir de aquella, proceder después a una valoración crítica. Los calificativos de tal lectura como consciente y metódica establecen, de hecho, una concepción en la que el análisis fundamentado en categorías y un proceso de validación y confirmación constituyen los pilares de una propuesta de explicación de textos constituida por tres etapas: de comienzo, la intuición primigenia –contacto directo, emocional y afectivo con el texto– luego, un proceso de racionalización y conceptualización a través del análisis; finalmente, la valoración del yo del lector, basándose en las verificaciones analíticas (212). Ese primer paso inicial, en el que se promueve el contacto directo, emocional y afectivo con el texto, es quizá uno de los asuntos más singulares de esta propuesta, en tanto significa introducir la emoción y la afectividad en el proceso de lectura y les otorga un espacio y una función de apertura hacia el sentido de la obra. En esa dirección, constituye un movimiento de ruptura respecto a modelos de corte estructuralista –en boga durante los años setenta y ochenta, momento en el que se publica este artículo– y a la rigurosidad de esa analítica descriptiva, que privaba de cualquier intento de aproximación simpatética² al texto por parte del lector.

    No se piense, sin embargo, que el análisis de la obra propuesto adolece de la objetividad que reclaman desde sus inicios la teoría y la crítica literaria, puesto que, como bien se señala en el fragmento antes citado, a la emotividad y a la pasión del lector le siguen procesos de análisis y verificación que neutralizan, pero no eliminan, esa carga de subjetividad que señala hacia el lector. No de otra manera se comprende la elección de un autor, una obra o una postura estética, entre el múltiple universo literario, al momento de diseñar un programa curricular o escribir un ensayo crítico, por ejemplo. Esa selección es un asunto absolutamente personal, que habla del gusto, los intereses y los desafíos del estudioso de la literatura. Esa selección, por lo que ella significa en términos de pasión y reto intelectual, garantiza que al momento de hablar, de escribir sobre un autor, sobre una obra, se evidencie el estatuto humanístico de la literatura en todas sus dimensiones, individual, social, cultural y política, por ejemplo, y que el discurso crítico y pedagógico no transforme ese universo vital de la obra literaria en un objeto inerte desprovisto de sentimientos, críticas, contradicciones, visiones del mundo y propuestas de sentido acerca del ser humano y su mundo.

    Esa intuición primigenia, ese contacto directo con el texto, como primer paso del proceso de explicación y punto de partida de una lectura crítica, constituye una de las características presente y constante a través del tiempo en todos y cada uno de los artículos, conferencias y clases de Cristo Rafael. La emoción y la pasión por cada una de las obras y autores que promueve, investiga y valora es quizá una de las lecciones más importantes que imparte.³ Allí, en los juicios críticos, se escuchan los ecos de un compromiso vital con la literatura. Para citar solo un caso y, a manera de ejemplo, Cristo afirma, a propósito de la producción narrativa del escritor colombiano Roberto Burgos Cantor, que sus novelas y cuentos

    sugieren la posibilidad de un rescate imaginario de Cartagena a través del poder regenerador de la memoria colectiva, que si en algunos casos sólo constata ausencias o duda de su mismo poder restablecedor; en otros, logra recuperar memoriosamente esencias de un sujeto colectivo y de un entorno que nos identifica. (Memoria y ciudades 265)

    Su inclusión como analista –a través de ese pronombre personal y plural a la vez– dentro del grupo de a quienes se convoca y se representa en la narrativa del escritor cartagenero va más allá de ser él también un escritor costeño. A quien se escucha es no solo al lector sensible a las propuestas y resonancias críticas de una obra, es también al ciudadano del siglo XXI que se sabe un ser global y a quien le cabe la responsabilidad de contribuir activamente en la construcción de una sociedad.

    Esta participación del analista y la puesta en escena de su subjetividad, no solo como parte del proceso de lectura analítica de una obra, sino también como responsable de una valoración, resonará en algunas de las premisas que, a manera de recomendación para los actuales y futuros estudiosos de la literatura, enuncia en varios de sus artículos de la primera década del siglo XXI, momento en el cual la expresión praxis crítica se privilegia para referir procesos de lectura y análisis literario. En esa dirección, la noción de crítica se define como un ejercicio valorativo y contextualizado de los textos, se concibe como espacio de preguntas, problematizaciones y búsquedas (Figueroa, La enseñanza de la crítica 12). La importancia del contexto social, histórico y político que el texto literario convoca y la eficacia de la naturaleza propositiva –pues los juicios interpretativos no cierran el texto a futuras interpretaciones y valoraciones; no constituyen una verdad inamovible– se destacan como rasgos que definen el quehacer del crítico literario.

    En términos operativos, se precisa que la praxis crítica, en vez de fijar el objeto de estudio ‘en un locus preciso de indagación epistemológica’, debe desestabilizarlo a través de una mirada centrífuga, capaz de insertar la producción literaria en las complejas redes locales/globales de la cultura contemporánea (Figueroa, La enseñanza de la crítica 15). Tres asuntos deben destacarse en esta premisa rectora: el primero, la reiteración del rechazo hacia modelos fijos que predeterminan la aproximación a una obra literaria y, por tanto, restringen la libertad, la imaginación y la creatividad del lector;⁴ el segundo, la inclusión de la literatura en el circuito cultural, y, por último, la caracterización de un modelo de lector cuya visión plural del texto responda a los nuevos desarrollos y concepciones de la cultura y la literatura. Asuntos los tres que confluyen en una propuesta en la que, a cambio de la aplicación de modelos sistematizados, descriptivos y predeterminados, se postula una praxis crítica que, por una parte, implica un quehacer del lector, en el que participan la imaginación y el análisis, la afectividad y la razón, la creatividad y el rigor científico; y, por otra, concita al menos tres disciplinas: la teoría, la crítica y la historia literarias. En el primer caso, ese haz de categorías dicotómicas sintetiza la colaboración que el texto literario reclama de sus lectores, en términos de las competencias necesarias para desplegar las propuestas de sentido cifradas en el texto literario. En el segundo, se postula que la sumatoria y el intercambio de nociones, categorías y procedimientos al interior de los estudios literarios favorece nuevos desarrollos, renueva las categorías⁵ y proyecta la literatura en la sociedad en un movimiento continuo,⁶ ya que

    la praxis crítica confrontada con categorías conceptuales hace crecer el espectro teórico, que, enriquecido a su vez, ilumina nuevamente el ejercicio valorativo de textos, autores y circuitos; este doble movimiento nutre los fundamentos propios de la historia literaria, cuyos procesos remueven continuamente criterios, establecen trayectos o perciben intersecciones, de acuerdo con los descubrimientos críticos y con las categorías teóricas, cada vez más renovadas. (Figueroa, Necesidad y vigencia 162)

    De este modo, se establecen los dominios de cada una de estas disciplinas; se llama la atención sobre el hecho de que comparten un mismo objeto de estudio y, lo más importante para nuestros fines, se señala una ruta, un proceder por parte del crítico literario. A las teorías y metodologías de análisis literario las precede una praxis crítica, esto es, la puesta en acto de un ejercicio valorativo por parte de un sujeto lector, fruto de ese primer contacto directo y afectivo con el texto, en el que las conjeturas, las indagaciones y el riesgo se hacen presentes. En esa dirección, anota Cristo Rafael que:

    No se trata hoy de fijar modelos analíticos para proceder luego a su aplicación per se, desconociendo muchas veces la singularidad de los textos, sino, y sobre todo, de adiestrar al estudiante en el conocimiento y utilización de conocimientos y estrategias que vinculen teoría y praxis durante el proceso de lectura de los textos, sin perder de vista la complejidad de los lugares de enunciación de los mismos. (La enseñanza de la crítica 13)

    Así, se reitera cómo en un segundo momento se deben confrontar esos primeros juicios, producto de una visión plural acerca del texto, con categorías de análisis diversas, cuya función en términos de legitimación de las valoraciones e intuiciones del lector y de potenciación del significado del texto no deben perderse de vista, a riesgo de caer en ejercicios obtusos. Dicho de otra manera, se trata de reconocer la supremacía de la praxis crítica, sin la cual [la intervención teórica] desembocaría en abstracción hermenéutica (Figueroa, Necesidad y vigencia 163). Igualmente, se reclama la experticia del lector en el manejo de las herramientas que la teoría literaria le provee y se enfatiza en la importancia de un uso pertinente y relevante de estas, de acuerdo con las características del texto literario en cuestión. Estas son acciones en las que tanto la imaginación, la creatividad y la pasión como la razón, el análisis y el rigor científico actúan como catalizadores que atraen, refuerzan y agrupan sentimientos, ideologías, visiones del mundo y, en fin, todos aquellos elementos que conforman el universo ficcional.

    Así, por ejemplo, Todorov y su noción de discurso polivalente apoyan la lectura de la novela Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón, de la escritora colombiana Albalucía Ángel, en la que se postula que la disposición del discurso narrativo se basa en una múltiple confluencia de voces (Figueroa, "Estaba la pájara 26), las cuales, en términos semánticos y significativos, constituyen una alegoría del terrible periodo de la historia nacional en que se enmarcan" (35). Posteriormente, para dar cuenta de la naturaleza plural de las voces de la novela neobarroca, serán Bajtín y las nociones de dialogismo y polifonía, entre otras, las que se siguen cuando afirma que El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez, introduce voces y pensamientos plurales y su permanente oposición dialógica enfrenta distintos horizontes ideológicos, verbales y sociales (Figueroa, Barroco y neobarroco 217). Así mismo, la propuesta bajtiniana acerca del carnaval se toma como referente para demostrar cómo en Rayuela su autor, Julio Cortázar, enuncia una nueva teoría de la novela, en la que carnaval y libertad conforman las actitudes básicas del novelar y de la novela. Carnaval como manera de percibir el mundo. Libertad como posibilidad de afirmación (Figueroa y Valderrama 29). Por otro lado, Genette y sus estudios sobre las anacronías temporales contribuyen a explicar cómo se genera el sugestivo efecto de un tiempo-espacio resistido a descongelarse (Figueroa, Memoria y ciudades 266) en El vuelo de la paloma, novela de Roberto Burgos Cantor. Como estos, se pueden citar muchos ejemplos en los que se observa cómo la teoría aporta categorías y nociones a una lectura crítica; cómo se establece un diálogo entre las apuestas interpretativas del lector y la teoría; cómo, en fin, hay una fecundación mutua, puesto que las nociones y categorías, al ser puestas en escena, adquieren un nuevo estatuto por efecto de la comprobación, tanto de su validez como de sus alcances, y lo que en principio podría tomarse como una conjetura de sentido se transforma en un juicio interpretativo, cuya fuerza y vigencia se ponen a prueba en el circuito crítico.

    Esta manera de proceder resuena en la siguiente afirmación acerca de la praxis crítica: significa un ‘continuum’ de contaminaciones y tránsitos teórico-críticos, el cual combina aproximaciones experimentales y eclécticas en productos literarios (Figueroa, La enseñanza de la crítica 15). Así, por los múltiples artículos y conferencias de su fructífera vida académica desfilan autores y nociones de teorías literarias como el formalismo ruso, el posestructuralismo, la narratología, la poética sociológica, la semiótica, por citar los más sobresalientes. Este movimiento continuo de una noción a otra, de una teoría a otra, habla no solamente de un profesional inquieto, siempre a la caza de nuevos conocimientos que nutran su quehacer investigativo y docente; también confirma el lugar privilegiado del texto literario⁷ en el ejercicio de una crítica contextualizada y el rechazo a un único modelo y a la sujeción del crítico y del estudioso de la literatura a una forma de proceder estandarizada. Esta es otra de las lecciones que, entre muchas otras, imparte Cristo Rafael: la libertad del crítico, su independencia respecto tanto a teorías como a modas y presiones académicas.

    Diálogo interdisciplinario

    El examen, la explicación y la valoración de una obra reclaman no solo diferentes herramientas teóricas enunciadas desde la teoría y la crítica literaria, sino que también convocan diversidad de disciplinas de las ciencias sociales. Así, la praxis crítica exige confluencia y diálogo interdisciplinario de saberes historiográficos, sociológicos, antropológicos, estéticos y de teoría y crítica literarias (Figueroa, "El vuelo" 91). Pero esta cooperación interdisciplinaria no termina ahí y se invita a franquear los límites de los estudios literarios para adentrarse en el espacio de los estudios culturales, toda vez que

    los aportes [de los estudios culturales] han hecho posible superar formalismos estrechos o inmanentismos ensimismados de los segundos [los estudios literarios]: las miradas interdisciplinarias en los estudios literarios hacen converger categorías provenientes de disciplinas afines, convirtiendo la literatura en objeto privilegiado del análisis cultural.⁸ (Figueroa, Necesidad y vigencia 170)

    Entre muchos casos, puede citarse el análisis de la reconstrucción literaria de Cartagena por parte de los escritores Germán Espinosa y Roberto Burgos Cantor, en el que se conjugan diferentes propuestas interdisciplinarias sobre la memoria, con el fin de demostrar las resonancias significativas de algunas de sus novelas en el contexto cultural colombiano. La ciudad en la obra del primero se

    reconstruye con sus sedimentos y persistencias coloniales, invocando una memoria histórica y enciclopédica de estirpe manierista, con el objeto de evidenciar crisis irresolutas de un pasado que se creía concluido; el segundo, la refunda imaginariamente, invocando una memoria colectiva y regenerativa de estirpe barroca, con el objeto de sacar a flote las asimetrías y desigualdades de los procesos de modernización y urbanización ocurridos desde la segunda mitad del siglo XX. (Figueroa, Memoria y ciudades 259)

    Como puede observarse, el diálogo entre estudios urbanos, la historia literaria y las derivas interpretativas del crítico se conjugan para postular una hipótesis de sentido, por lo cual las obras en cuestión se presentan como respuesta a situaciones sociales y culturales objeto de preocupación en un contexto y situación histórico determinado.⁹ La cooperación entre los estudios literarios y los estudios de la cultura se precisa aún más en el siguiente fragmento de la conferencia Horizontes y agendas de los estudios literarios en la actualidad, que bien puede considerarse como una declaración de principios:

    Como genealogista de los estudios literarios de las dos últimas décadas del siglo XX y de los efectos de la primera del siglo XXI, insisto en ascendencias, en genes recesivos y dominantes que tiene la denominada crítica literaria/cultural latinoamericana, cuyo código genético muta cada determinado tiempo; como cartógrafo trazo mapas, encuentro puentes visibles y otros invisibles, me sorprendo al descubrir intersecciones y atajos en los caminos de los estudios literarios que no conocía, encuentro salidas y el trazado que emprendo no siempre se corresponde con lo que intento caracterizar, pero usualmente lo circunscribe y hasta lo potencia en insospechados horizontes y vínculos interdisciplinarios. (2)

    Así, se expresa que, en una propuesta de lectura con fines críticos, corresponde al genealogista precisar los rasgos de una postura estética que se actualizan, se renuevan o se transforman en una obra literaria. El cartógrafo, por su parte, determina, mediante el análisis, los puntos nucleares, formales y de sentido de ese mundo posible que propone una obra literaria. El trabajo del genealogista se justifica toda vez que, si bien es cierto que la historia literaria se pronuncia sobre posturas y movimientos estéticos en general y, en esa medida, aporta un marco teórico y descriptivo amplio, también es indudable, como bien lo señala Cristo Rafael (Barroco criollo, México y Colombia, Barroco y neobarroco), que el análisis particular de obras y autores permite detectar singularidades, rupturas o continuidades de un autor a otro, de una región a otra y en diferentes momentos históricos. Ejemplos ineludibles de este papel del genealogista son sus trabajos sobre el barroco y el neobarroco, que dan cuenta, además, de la elección, el desarrollo y la persistencia en el tiempo, de un interés, intelectual y pasional por un tema. Es desde esta perspectiva que en su libro Barroco y neobarroco en la narrativa hispanoamericana: cartografías literarias de la segunda mitad del siglo XX se propone demostrar cómo una serie de obras, más allá de recrear fórmulas y procedimientos del barroco del siglo XVII, rehabilitan tradiciones propias, multiplican identidades, contemporanizan pasado y presente o instauran espacios heterogéneos (21-22). La cartografía resultante de esta investigación constituye un aporte importante a la historia y a la crítica literaria de América Latina, en general, y, de manera muy particular, a la colombiana, toda vez que ofrece nuevas categorías, fundamentadas en un análisis riguroso y serio, para nombrar los cambios e innovaciones de la literatura de la nación. Autores como Rafael Humberto Moreno Durán y Germán Espinosa, para nombrar los dos casos más sobresalientes, son exponentes, el primero, de neobarroquismos paródicos y carnavalescos que desestabilizan la modernidad ideológica del país, relativizando sus órdenes; y el segundo, de neomanierismos saturados de erudición y artificios centrados en enunciar imaginariamente la historia (261).

    Pero los resultados de esta investigación son interesantes también por lo que representan en términos de un llamado a los estudiosos de la literatura, para que la investigación y la crítica literaria dirijan sus esfuerzos hacia la generación de nuevos conocimientos que impacten y renueven la historia literaria, de forma tal que –es otra de las propuestas que se destacan– aquella se construya desde el espacio inestable de las lecturas y no desde periodizaciones estáticas o estrechos marcos generacionales (Figueroa, Necesidad y vigencia 167).¹⁰

    En cuanto al propósito cartográfico, que se asume como uno de los objetivos de la lectura con aspiraciones críticas, vale anotar que la cartografía se toma como modelo de análisis cultural que pone en crisis la legitimidad de los discursos centralizadores, al involucrar en su quehacer las experiencias cambiantes del conocimiento y las permanentes mutaciones de la percepción (Barroco y neobarroco 20) y, en tanto tal, requiere de la experticia analítica del crítico. Y es en este punto donde nuevamente desempeña un papel importante la teoría literaria, en tanto provee, para seguir con la metáfora geográfica, una ruta metodológica y determina los elementos y aspectos a considerar al momento del análisis.

    Entre las múltiples posibilidades de esa amplia gama de perspectivas y teorías acerca del texto literario, varios elementos se destacan por su recurrencia y funcionalidad en los ensayos críticos de Cristo Rafael. Asuntos como la estructura narrativa, los motivos temáticos dominantes, el autor implicado, la visión del mundo, el lenguaje y las estrategias de enunciación, el contexto histórico-cultural, las conexiones intratextuales e intertextuales, la filiación genérica, la recepción del texto por parte de otros críticos y, por supuesto, el valor y la singularidad estética de la obra son objeto de su atención en cada uno de sus ensayos críticos.

    Esa mirada aguda que se detiene en cada detalle, en la funcionalidad y las resonancias significativas de cada uno de los aspectos antes enumerados, no olvida que cada obra de un autor forma parte de un proyecto creativo más amplio y constituye lo que denomina un universo literario, expresión con la que se quiere dar cuenta de cómo un autor configura un mundo ficcional con sus propias leyes y rasgos distintivos. La tarea del crítico es mostrar y demostrar cómo existe una relación entre las obras de un mismo autor y buscar entonces las conexiones, los puntos en común entre ellas, para establecer así una cartografía que contenga los rasgos de esa propuesta estética en particular. Para el caso de Germán Espinosa, autor cercano a sus afectos y a quien dedica muchos de sus trabajos –referentes obligados para los lectores y estudiosos de este autor–, Figueroa hace notar cómo su obra, desde 1954 hasta el 2007,

    instaura una estética propia soportada en estrategias barrocas capaces de hacer visible lo invisible, en estructuras alegóricas de desatan los poderes reveladores de la memoria […] concibe la escritura novelesca como un espacio desde el cual es posible liberar la imaginación histórica, debilitar la oposición ficción/realidad y exorcizar significantes reprimidos de la conciencia colectiva. (El legado novelístico 58)

    En esta suerte de síntesis del legado de Espinosa a la literatura colombiana se destacan, como rasgos comunes de su universo literario, su filiación a una postura estética: el barroco; la inclinación por cierta forma composicional cimentada en la alegoría, y una concepción de la escritura que habla de una visión del mundo por parte de su autor. Estos asuntos pueden pensarse también, por su función y presencia constante, como puntos nucleares de una propuesta de lectura con objetivos críticos, y decir entonces que la contextualización histórica, el examen de la estructura narrativa y, por su mediación, la determinación de la visión del mundo del autor constituyen puntos referenciales de ese mapa que se pretende trazar.

    Cuando se habla de estructura narrativa o del diseño narrativo no se trata de una apuesta por el estructuralismo francés,¹¹ sino del reconocimiento de que toda obra es una composición y, en tanto tal, tiene una particular forma. Se acoge el concepto de forma de Adorno, aquello que […] al inventarse, se constituye en entidad crítica que posibilita que en el espacio de la obra de arte se confronten ideologías y se relacionen de otra manera hechos históricos […] surge de la manera que el autor tiene de situarse ante el mundo (Figueroa, Literatura e historia 125)¹² y, por tanto, es un asunto que trasciende de la técnica narrativa hacia los temas y motivos dominantes de una obra. En esa medida, su determinación hará explícitos tanto las estrategias de las que se sirve un escritor como el valor de ese diseño narrativo, en tanto signo de una visión del mundo. En el caso de Los parientes de Ester, de Luis Fayad, por ejemplo,

    el entramado de diez y seis capítulos conforma sus secuencias ligadas estructuralmente dentro del tejido narrativo, en cuyo centro el autor implícito actúa a través de la voz del narrador [y] genera instancias discursivas donde cobran sentido las dinámicas sociales que ocurren en el seno de la ciudad y las diferentes formas de habitarla, padecerla o conquistarla. (Figueroa, Representaciones literarias 103)

    Se revela, entonces, cómo la disposición de la materia narrativa revela en sí misma un significado (Figueroa, "El vuelo" 246); cómo esta, además de una función semántica, también constituye un rasgo de estilo que señala hacia el autor implicado y su visión del mundo.

    Así, bien puede afirmarse ahora que la lectura con propósitos críticos, que se practica y por la que se aboga, se inscribe en una perspectiva cultural, amplia y plural, acorde con los desplazamientos y descentramientos de las nociones de cultura y literatura que se observan en lo que va del siglo XXI, según los cuales, para el caso específico del texto literario, este es un espacio donde se producen y cruzan significados inestables, se inscriben ideologías, se representa el inconsciente colectivo o se alegoriza un sujeto provisorio y múltiple. Se tiene claro que el texto se construye con sus lectores y es, por tanto, móvil (Figueroa, Necesidad y vigencia 167; La enseñanza de la crítica 12).

    La naturaleza compleja, inestable y, sobre todo, sociocultural de la literatura resalta en esta concepción, que pone en jaque el carácter autónomo de la literatura,¹³ que, como bien se observa en los ensayos críticos de Cristo Rafael, resulta insostenible en el momento actual.

    Como cierre a esta suerte de biografía intelectual, no puede dejarse de lado un término, lectura en filigrana, que parece condensar, en un juego metafórico y sincrético, el quehacer de Cristo Rafael como analista-crítico. Con esta expresión, que acuña Severo Sarduy y que Cristo Rafael acoge en sus estudios sobre el barroco y el neobarroco hispanoamericano, se define el trabajo sobre el lenguaje que caracteriza este movimiento. En el entramado discursivo del texto barroco se conectan, a manera de una red, diferentes textos y voces, de tal suerte que este reclama una lectura en filigrana, en la que, subyacente al texto se esconde otro texto, que aquel revela, descubre o deja descifrar (Figueroa, Barroco criollo 87; Barroco y neobarroco 100). Más allá de las resonancias estéticas, la expresión implica una concepción de la obra literaria como tejido en el que se hilan finamente significaciones, situaciones culturales que no se expresan directamente, a resultas de lo cual en todo texto hay un segundo texto que se oculta, se cifra en el primero. Corresponde al lector, al investigador y al crítico literario dar cuenta de él.

    Decir que se señala así la necesidad de llevar a cabo un proceso de comprensión e interpretación del texto que trascienda su literalidad es ya un lugar común que no dice nada acerca de Cristo Rafael, de esa mirada minuciosa y apasionada del lector, del trabajo analítico y riguroso del crítico, del compromiso vital del docente y la inquietud del investigador y, en fin, de la manera como en sus clases, ensayos e investigaciones se correlacionan disciplinas, se convocan las voces de otros críticos, se entrecruzan modelos de análisis de los estudios literarios y los estudios culturales, se teje y desteje el texto para dar cuenta de su proyección significativa. Su quehacer analítico-crítico es también una red de conexiones que honra la naturaleza plural y compleja de la literatura y le otorga tanto a la obra literaria como al papel del estudioso de la literatura el lugar que les corresponde en el circuito cultural.

    Para concluir, valga reiterar que la emoción y la pasión por cada una de las obras y autores que promueve, investiga o valora Cristo Rafael; la singularidad, pertinencia y relevancia de sus interpretaciones; la presencia en sus ensayos y sesiones de clase de teorías y diversas disciplinas, sin ostentaciones y con la mesura necesaria para honrar el papel protagónico de la obra literaria, son quizá las lecciones más importantes que imparte y que demuestra siempre, sin importar el escenario y la situación en que presenta los resultados de su hacer investigativo y docente.

    Obras citadas

    Figueroa Sánchez, Cristo Rafael. Barroco criollo y neobarroco latinoamericano: encubrimiento y artificio. Universitas Humanística 33 (1991): 78-88.

    ---. Barroco y neobarroco en la narrativa hispanoamericana: cartografías literarias de la segunda mitad del siglo XX. Bogotá: Editorial Universidad de Antioquia y Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2008.

    ---. El legado novelístico de Germán Espinosa. Revista de Estudios Colombianos 37-38 (2011): 54-61. ---.

    ---. El universo literario de Germán Espinosa: un referente indiscutible de la cultura colombiana contemporánea. Estudios de Literatura Colombiana 8 (2001): 9-38.

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