La arquitectura a través del juego
Por Carlos Arruti y Anabel Varona
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Información de este libro electrónico
Carlos Arruti
Es arquitecto. En 2009 creó Maushaus junto a Anabel Varona, un taller-laboratorio de arquitectura para niños donde se diseñan y se proponen contenidos pedagógicos, así como objetos y lugares destinados al aprendizaje lúdico. Además, es editor de Amag! Revista de Arquitectura para Niños.
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La arquitectura a través del juego - Carlos Arruti
López
Agradecimientos
A nuestras madres y padres, que amorosamente dedicasteis muchas horas de nuestra infancia a la enseñanza de la arquitectura y la vida.
A todos nuestros compañeros de correrías, por seguir en las trincheras de la educación en arquitectura y arte, protegiendo con vuestro trabajo este tesoro de la humanidad que es la infancia. Especialmente a Jorge Raedó, Virginia Navarro y Javier Encinas, por sus valiosas aportaciones a este libro y por su fantástico trabajo en el campo de la educación de arquitectura en la infancia y la juventud.
A nuestras hijas Andrea y Erica, por todo su entusiasmo por ilustrar estas páginas a cambio de una sonrisa y un beso.
A la Fundación Arquia y a la editorial Los Libros de la Catarata, que nos brindan esta maravillosa oportunidad. Por publicar sobre este tema en un valle en el que la hierba no es verde aún y existe un vacío importante de literatura.
Y a ti, por asumir las reflexiones que proponemos y lanzarte al juego de esta edición de bolsillo, llena de experimentos y pensamientos divergentes. Gracias.
Presentación
¿POR QUÉ ENSEÑAR ARQUITECTURA EN LA INFANCIA?
Virginia Navarro¹
La vida empieza bien, empieza encerrada, protegida, toda tibia en el regazo de una casa
G. Bachelard, 1957²
LA PECERA
Hace algunos años mi abuelo trajo una pecera a nuestra casa. Era una pecera típica, esférica, de vidrio transparente, igual que la de los dibujos animados. La pecera estuvo en casa mucho tiempo y en nuestro deambular cotidiano la asimilábamos a un jarrón o a cualquier otro objeto decorativo que suele animar estanterías y cómodas. Un sábado por la mañana, papá nos llamó entusiasmado:
—Venid, hijos, ¡mirad lo que he traído!
Dejamos nuestras construcciones para descubrir con asombro que la pecera se había llenado de agua y que en ella cinco maravillosos pececillos de colores nadaban desordenadamente.
—¡Qué bonito, papá! —dijo mi hermana—. No sabía que teníamos una casa para los peces.
—¡Sí! Ahora la decoraremos —dijo feliz—, será nuestra pequeña habitación acuática.
La luz traspasaba la pecera e iluminaba con destellos la cómoda de madera, cuya superficie veteada parecía ondularse bajo el movimiento silencioso.
—¿Y los peces? —pregunté—. Pensarán que toda la casa es también de agua si nos ven desde dentro, ¿no, papá?
—Claro, claro… —respondió. Y añadió sonriendo—. ¿Por qué no dibujáis nuestro salón como si estuvierais en la pecera?
Y así, con un entusiasmo contagioso, pasamos la mañana representando nuestro mundo cotidiano sumergido, intentando sin demasiado éxito que nuestras acuarelas transformaran los objetos rectilíneos en delicadas superficies curvadas por las ondas. Mi hermana y yo nos turnábamos para recorrer la casa con una botella de cristal llena de agua frente a los ojos, que agitábamos de vez en cuando para ver cada espacio con ojos de pez.
Aprendí arquitectura mucho más tarde y aun después leí el relato de García Márquez La luz es como el agua
³. En ella, unos niños, que logran tener en su cuarto un barco de remos, una brújula y un sextante, descubren que la luz derramada por una bombilla se va acumulando sobre el suelo y vuelve el espacio navegable. Fue entonces cuando recordé aquella mañana y ambas historias quedaron cosidas entre sí y a mi propia formación, componiendo una breve lección sobre el aprendizaje de la arquitectura en la