Lo que puede la aprehensión
Por Agustín Moreto
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Lo que puede la aprehensión - Agustín Moreto
inmediaciones.
Jornada I
Jardín en el palacio del DUQUE.
Escena I
FENISA, LAURA; aquella con una vihuela en la mano.
FENISA Toma, Laura, ese instrumento;
que el intentar divertirme
sólo sirve de afligirme;
mejor me está mi tormento:
que cuando de un mal cruel 5
defiende un pecho la ofensa,
mal lograda la defensa,
atormentan ella y él.
LAURA Fenisa, señora mía,
¿qué pesar puedes temer, 10
que te llegue a entristecer
con tan pesada porfía?
¿Para tan grande rigor,
no dispensa en tu beldad
ni el estado ni la edad? 15
FENISA No hay edad para el amor,
porque la voluntad es
la potencia que primero
usa el hombre, y más entero
usa el discurso después. 20
Y corno haya en tierna edad
voluntad, esta pasión,
cuando es poca la razón,
lleva más la voluntad.
LAURA Si es del Duque ese cuidado, 25
¿por qué nunca esta afición
pasó en ti de inclinación?
FENISA ¡Ay afecto mal logrado!
LAURA Pues, Señora, ¿tú conmigo
recatas ese rigor? 30
FENISA Quiero tanto a mi dolor,
que no le parto contigo.
LAURA Pues si de tus gustos antes
parte me dabas igual,
¿por qué la niegas del mal? 35
FENISA Eso tienen los amantes,
y es una cosa bien rara
en que he hecho ponderación;
pues en cualquiera ocasión,
si tu atención lo repara, 40
verás que cuenta más bien
el que está herido de amor
la ventura y el favor
que la pena y el desdén;
y de acción tan desigual 45
buscar la causa he querido,
y en mi propria he conocido
que es efeto natural.
El favor, la suerte buena
ensanchan el corazón, 50
y con esta inflamación
de gusto el pecho se llena.
El que se halla satisfecho
de aquel bien que amor le aplica,
el gusto que comunica 55
es lo que sobra del pecho.
Y al contrario, una aflicción,
un dolor que el pecho inquieta,
tanto le oprime y le aprieta,
que se encoge el corazón, 60
viniéndole a restringir.
Por grande que sea un pesar,
deja en el alma lugar
a otro que pueda venir;
que esta interior galería 65
del alma, con sus lugares,
no la ocupan mil pesares,
y la llena una alegría.
Ésta es la causa en quien ama
de que uno guarde, otro arroje; 70
que el pesar él se recoge,
y el contento él se derrama.
LAURA Pues si le quieres vencer
publica luego su llama;
que lo que no se derrama 75
es lo que tú has de verter.
FENISA ¿Tendrás secreto?
LAURA ¡Ay de mí!
¿Tal está el crédito mío?
FENISA De tu silencio lo fío.
LAURA Acaba pues.
FENISA Oye.
LAURA Di. 80
FENISA Muriendo Francisco Esforcia,
Duque de Milán, su hijo
dejó en tutela a su hermano,
que es hoy mi padre y su tío.
Gobernando sus acciones 85
siempre mi padre ha vivido
en su palacio, y de suerte,
que el Duque nunca me ha visto;
porque como me crió
de una aldea en el retiro, 90
cuando me trajo a Milán,
que él me viese nunca quiso.
Fue siempre muy obediente
a su gobierno mi primo
mientras sus años no dieron 95
posesión a su albedrío;
pero entrando ya en la edad
de los juveniles bríos,
fue su elección desmintiendo
las obediencias de niño. 100
Conoció mi padre en él
un tan violento capricho
de genio voluntarioso,
que se arrastra de sí mismo.
(Que hay hombres que usan tan mal 105
de lo libre de su arbitrio,
que parece que en sus obras
fuerza, y no inclina, el destino.)
Para excusar su prudencia
los daños deste peligro. 110
tratar, por darle sosiego,
de su casamiento quiso;
que una de muchas virtudes
del matrimonio divino,
es que él sólo poner pudo 115
en las juventudes juicio.
Yo, sin ser vista del Duque,
le he visto en los ejercicios
de caballero, de donde
mi inclinación ha nacido. 120
Una de las gracias mías
es mi voz, en quien yo libro
de las fatigas del ocio
tal vez el descanso mío;
que en el ocio hay diferencia, 125
si es buscado o si es preciso:
que si es preciso, es trabajo;
y si es buscado, es alivio.
Cantando pues en las rejas
de aqueste jardín florido 130
varias veces, una de ellas
me escuchó acaso mi primo.
Arrebatóle mi acento
tanto, que desde allí vino
a repetir cada día 135
la ocasión, la hora y el sitio.
De mi acento enamorado,
solicitó su cariño
saber el dueño, y logró
fácilmente lo que quiso. 140
De esta noticia al deseo
de verme hay poco distrito;
mas cuanto él buscó ocasiones,
las recató mi desvío.
Nunca dél me dejé ver, 145
siendo él de mí tan bien visto.
Y aquí extraño en las mujeres
lo que en todas es estilo:
tan rara naturaleza
la nuestra es, que permitimos 150
los ojos al que nos mira
sin cuidado ni cariño,
y al que amante los desea
luego se los encubrimos,
aunque inclinadas estemos; 155
siendo así que era más digno
de verlos quien los desea;
porque parece delito
darlos cuando no es favor,
negarlos cuando es alivio. 160
Mas cuando el amor lo hace,
es niño y hace lo mismo
que él suele; pues si una cosa
tiene en las manos el niño,
y se la piden, la guarda, 165
avaro del beneficio;
y cuando no se la piden,
convida con ella él mismo.
Creció el oído a los ojos
cada día el apetito; 170