Rebelde de Dios: Christian Feldmann
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Rebelde de Dios - Christian Feldmann
REBELDE DE DIOS
Rebelde de Dios
Feldmann, Christian
Traducción: Sergio Danilo Acosta
© EDITORIAL PATRIS argentina
M. Larra 3633
X5009APY - Córdoba - Argentina
Tel/Fax: 0351 - 4817414
patrisargentina@gmail.com
editorialpatris@arnet.com.ar
ISBN: 978-950-9579-79-8
Diseño: Margarita Navarrete M.
Christian Feldmann
REBELDE
DE DIOS
José Kentenich
y su visión de un
mundo nuevo
Índice
Prólogo
Capítulo I: La crisis. No se puede amar una idea de Dios
Desde ahora olvídate de mí
Breschnev y la procesión de la Ascensión del Señor
La Virgen y el pequeño fugitivo
Una iniciativa ciudadana
para trabajar como misionero
Estuvo a punto de no ser ordenado sacerdote
Autoaniquilación
como programa, y la gran crisis
Ayunadores en el campo del amor
La fe tiene que estar arraigada en el corazón
Capítulo II: La idea. Que una alianza de amor
transforme los corazones
No somos meros números
Clases de latín y misas en la cárcel
Ser personas libres
Un grupo de alumnos y una plática aburrida
Capítulo III: La obra. Formar al hombre nuevo trabajando en lo pequeño y pequeñísimo
Hemos recibido una misión
Una joven Madre admirable
Necesitamos nuevos santos
No con temor, pero sí con sensatez
: El P. Kentenich y las mujeres
Capítulo IV: El sueño. Una época nueva necesita formas nuevas de iglesia
La Iglesia tiene que convertirse en el alma del mundo de hoy
La santidad de la vida diaria
: Encontrar a Dios en la vida cotidiana
Una nueva imagen de Iglesia
Oasis
como anticipos de un mundo nuevo
Capítulo V: El hombre. Ante Dios sólo hay hermanos
No olvides amarte a ti mismo
Cómo se sale airoso del campo de concentración
Apelaba a trucos sin ruborizarse
De pronto era como un joven
Un Papá Noel en Milwaukee
Dirigente capaz de aprender
Capítulo VI: La visión. El Cristianismo, alma de una nueva cultura universal
El amor es la gran ley fundamental del mundo
Un mundo viejo está en llamas
Derribar con coraje los bastiones exteriores
Soy una ocupación predilecta de Dios
La fe exige un salto mortal
Terminología bancaria en torno del santuario… y la poesía de un enamorado
La Santísima Virgen, un tú concreto
Capítulo VII: La prueba. Cómoel infierno de Dachau se hace un cielo
Ejercitémonos en el morir
Fundaciones en cadena
No se puede bautizar a Hitler
No quiero escabullirme
Prisionero Nº 29392
Un poco de dignidad humana en el infierno
La Internacional de Schoenstatt
: Nuestro corazón pertenece a todas la naciones
Un pastel lleno de cartas y un poema de 5.870 estrofas
Capítulo VIII: El exilio. Fue desterrado porque no se le comprendió
No queremos vivir al margen de la Iglesia
Dios y el capitalismo norteamericano
Quiero ´desafiar´ a los obispos
La sentencia de destierro estaba ya firme
Como si hubiese conocido personalmente a Dios
Sin el Concilio usted jamás habría sido comprendido
Iglesia en la crisis de la adolescencia
Capítulo IX: La Herencia. Cien pequeños Schoenstatt
para servir a la Iglesia y al mundo
Todos los sueños de nuestra vida son sueños del paraíso
El anhelo de infinito
Prólogo
No soy schoenstatiano.
Cuando escribí libros sobre figuras de nuestro tiempo que fueron señeras en la espiritualidad: Frère Roger, Madeleine Delbrêl, Edith Stein o Juan Pablo II, topé una y otra vez con el P. Kentenich, pero no me interesó particularmente.
Un amable anciano de copiosa barba blanca, que habla con un lenguaje terriblemente pasado de moda y tiene curiosas ideas: La Sma. Virgen como la que aplasta la serpiente
, a quien hay que llevarle un capital de gracias
de oraciones y obras de piedad, a fin de que ella erija su trono
en una capillita junto al Rin, y desde allí vuelva a poner en la buena senda a un mundo descarriado… ¿Qué se puede hacer hoy con todo eso?
Entonces el P. Rudolf Ammann, de la editorial Patris, trató de entusiasmarme para que escribiese una biografía del fundador de Schoenstatt. A fin de rechazar la invitación con fundamentos convincentes, me ocupé por primera vez de José Kentenich… y fui quedando más y más fascinado.
Descubrí un sacerdote enamorado apasionadamente de Dios, y a la vez de todos los hombres que están desesperados, decepcionados, que giran en torno de sí mismos. Un sacerdote que con su impetuoso entusiasmo arrolló la desesperanza del cristianismo contemporáneo. Un sacerdote que no se contenta con planes vacilantes para el hoy, sino que sueña con el pasado mañana
, con una Iglesia rejuvenecida, de rostro resplandeciente, con un hombre nuevo y una sociedad humana justa y pacífica.
¿Cómo logró este sacerdote, de complexión no muy robusta, superar sin amargura el campo de concentración, el confinamiento en un calabozo sin luz, el humillante destierro decretado por las autoridades romanas y catorce años de exilio, y sin embargo hablar siempre, con una sonrisa, de la fe en la Divina Providencia
? ¿De dónde sacaba este hombre sus fuerzas?
Esta es la emocionante historia de amor entre Dios y el hombre José Kentenich.
Capítulo I
La crisis
No se puede amar una idea de Dios
Desde ahora olvídate de mí
La vida del sacerdote Kentenich, que para muchos es un modelo de santo moderno, comenzó con un escándalo muy común: Su padre abandonó a su madre cuando ésta quedó embarazada. Según las escasas noticias que tenemos de él, no era una mala persona: sencillo granjero, apicultor, concejal del pueblo y de vida ordenada: en la taberna bebía sólo una copita de aguardiente y a las 21 hs., puntualmente, emprendía el camino a casa.
Pero Matthias Joseph Koep (44) no quiso casarse con Katharina Kentenich (22), quien, como él, provenía de un ambiente modesto. Quizás se sentía (para la mentalidad de aquella época) demasiado viejo para casarse. Katharina dio a luz a su hijito el 16 de noviembre de 1885 en el pueblo renano de Gymnich. En un arranque de ternura le impuso el segundo nombre del papá. Con valentía Katharina se abrió paso sola en la vida, trabajando como empleada doméstica en la zona de Colonia y Estrasburgo. Sus padres se encargaron por el momento del pequeño José Pedro: gente bondadosa que, teniendo ya seis hijos propios, habían adoptado una niña muy pobre. El abuelo falleció cuando José tenía recién tres años de edad.
Breschnev y la procesión de la Ascensión del Señor
El pueblo de Gymnich se halla a unos veinte kilómetros de Colonia, junto al río Erft. Hoy ha sido integrado al municipio de Erfstadt. Por entonces era un pueblo pequeño, pero con una gran historia. Fue fundado en tiempos de los romanos. Su nombre deriva de la Legio Gemina establecida allí. Cuenta entre sus edificios con una bonita iglesia parroquial con su campanario y un palacio renacentista. En éste último, el gobierno de Bonn solía albergar a sus huéspedes de honor. Muy cerca de Gymnich, en Zülpich, el rey merovingio Clodoveo venció en 406 a los alamanos. En prenda de gratitud por la ayuda del cielo, Clodoveo se hizo bautizar y fundó la Francia cristiana.
Cuando en 1978 el jefe del gobierno ruso, Leonid Breschnev, visitó la República Federal de Alemania, y debía alojarse en el palacio de Gymnich, el gobierno alemán le solicitó al concejo deliberante de Gymnich que aplazara la tradicional procesión a caballo que se realiza allí todos los años en la solemnidad de la Ascensión del Señor. Los ciudadanos de Gymnich, conscientes de su propio valor, rechazaron la solicitud alegando que incluso bajo el régimen nazi se había realizado puntualmente la procesión a caballo. Bonn tuvo que rendirse y Breschnev fue acompañado al palacio por una accidentada ruta alternativa.
De Katharina, la madre de José, sólo se conserva una única foto, borrosa. Poco se sabe de ella. Pero para la vida, la espiritualidad y el amor ferviente a la Sma. Virgen de José, la relación con su madre fue decisiva, y no sólo en sentido positivo. Al referirse a su hijo ya sacerdote, Katharina decía que era la felicidad más grande que tenía en este mundo
y le prometió candorosamente: Te ayudo con mi oración y mi buena conducta.
El P. Kentenich le confió a un hermano en religión que su madre tendría ciertamente la mayor participación en mis éxitos pastorales.
Existe la teoría de que antaño las buenas madres católicas solían empujar a sus hijos idolatrados a la vocación sacerdotal, para no perder el control sobre el vástago amado y seguir siendo (junto con la lejana Virgen María) la única mujer en su vida. Quizás sea así… pero en el caso de Kentenich la cuestión no es tan sencilla. Porque ya con catorce años de edad lucha contra la resistencia de la madre
, tal como se aprecia en unos versos de adolescente que escribió por entonces:
"Guía los pensamientos de mi madre,
a quien no quiero disgustar,
para que ella me conceda su permiso…"
Única fotografía en que José Kentenich aparece junto a su madre
La Virgen y el pequeño fugitivo
Toda su vida estará marcada por el consolador amparo en el amor de la madre que experimentó siendo niño, y la dolorosa búsqueda de la cercanía del padre perdido. En 1894 Katharina confía a su amado hijo de ocho años al Orfanato de San Vicente, en Oberhausen. Sencillamente su trabajo no le permite más cuidar de él, y la abuela está ya muy anciana y cansada. El día en que ingresa al orfanato, José tiene una vivencia clave delante de la estatua de la Sma. Virgen que está en la capilla de esa casa:
De entre sus pobres pertenencias, la madre ha escogido y traído una cadenita de oro con una pequeña cruz, regalo de su madrina cuando ella tomó la primera comunión. Katharina coloca la cadenita en torno del cuello de la estatua de la Sma. Virgen. Ésta tiene un rostro lozano de jovencita campesina y presenta a un Niño Jesús que extiende amablemente sus brazos. Katharina le pide entonces que se encargue de la educación de su hijo. La Madre Celestial y la madre terrenal se unen en la preocupación por ese hombrecito que en aquella hora tuvo que haberse sentido muy importante, infinitamente amado y doblemente cuidado, y sentido a la vez el terrible dolor de la separación: Mi padre no quiere saber nada de mí, y ahora también mi madre me abandona…
El orfanato gozaba de prestigio. Uno de sus fundadores había sido el P. August Savels, párroco en Colonia y confesor de la Sra. Kentenich. Albergaba alrededor de doscientos niños. Allí cursaban estudios primarios. La casa era limpia, las costumbres austeras, pero no inhumanas. Zapatos se usaba sólo los domingos, para cuidarlos; y se comía carne también sólo los domingos, como en muchas familias que tienen que ahorrar.
José se escapa dos veces. No se sabe si por afán de libertad o por nostalgia. En una oportunidad un policía lo reconoce por su uniforme y lo devuelve al orfanato; naturalmente se avergonzó mucho. Parece haber sido un niño con la frescura y las travesuras de cualquier niño normal. Le gustaba estudiar, le resultaba fácil (en el certificado analítico de estudios primarios aparece nueve veces el predicado sobresaliente
y cuatro veces bueno
), pero odiaba el régimen rigorista de entonces, con la memorización y el tener que permanecer continuamente sentado y quieto.
De su infancia en Gymnich se cuenta la siguiente historia: A escondidas subió un día con unos amigos a la torre de la iglesia parroquial, hasta la armazón de las campanas. El párroco observó esos huéspedes no deseados en el campanario y echó llave a la puerta de la torre, para reprenderlos cuando bajasen. Pero cuando los chicos encontraron la puerta cerrada, con rápida decisión se deslizaron por el entretecho del templo hasta el presbiterio. Allí había una abertura que daba al altar. Pasaron por ella y se deslizaron por las columnas del altar, al estilo de los bomberos, hasta la mesa del altar. Desde allí lograron abandonar el templo sin ser notados.
Tales historias suenan más convincentes que las inevitables leyendas pías del angelito que una monja castigó encerrándolo por diez minutos en el baño: cuando abrió la puerta habría hallado al niño inmóvil, de rodillas, sumergido en la oración. Naturalmente Josecito sobrevivió a todos los accidentes posibles, tales como caerse en un pozo o ser atacado por una vaca embravecida sin sufrir lesiones serias.
Sea como fuere, José Pedro Kentenich sabía ya a los once años que quería ser sacerdote. Habla por primera vez de ello en 1897, al tomar la primera comunión en el orfanato. Para saber algo así no hay que ser ningún ángel. Pero en la foto de la primera comunión lo vemos con el cabello corto y sosteniendo sobre el pecho un ramillete, con aspecto de gran señor. La mirada está dirigida hacia adentro, donde cavila sobre su futuro. El P. Savels le habló sobre los palotinos y él se interesó en ellos.
Una iniciativa ciudadana
para trabajar como misionero
Vicente Pallotti era un sacerdote romano, una tranquila mezcla de místico, asistente social y pionero de la pastoral. En los años treinta del s. XIX procuró entusiasmar a laicos por la labor misionera. Lo hizo nada más ni nada menos que en la vecindad del Vaticano. Así pues tuvo problemas con