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Rebelde de Dios: Christian Feldmann
Rebelde de Dios: Christian Feldmann
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Libro electrónico245 páginas

Rebelde de Dios: Christian Feldmann

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La más reciente y novedosa biografía del P. Kentenich. El autor, periodista alemán, dice: “Rudolf Ammann, intentó convencerme de que escribiese esta biografía. Entonces, a fin de tener argumentos convincentes para rechazar esta propuesta, me acerqué a José Kentenich. Pero mientras más lo conocía, más me entusiasmaba: me encontré con un sacerdote apasionadamente enamorado de Dios y de todas las personas desesperadas y desengañadas que giran en torno a sí mismas; descubrí que con su ardiente entusiasmo arrasó con la cristiandad contemporánea, cansada y enferma. No se daba por satisfecho con tímidos planes a corto plazo sino que soñaba con el “pasado mañana” de la historia, con una Iglesia joven en una sociedad donde reinara la justicia y la paz. Ésta es la increíble historia –capaz de quitarnos el aliento– de la alianza de amor entre Dios y este hombre llamado José Kentenich
IdiomaEspañol
EditorialNueva Patris
Fecha de lanzamiento13 may 2014
Rebelde de Dios: Christian Feldmann

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    Rebelde de Dios - Christian Feldmann

    REBELDE DE DIOS

    Rebelde de Dios

    Feldmann, Christian

    Traducción: Sergio Danilo Acosta

    © EDITORIAL PATRIS argentina

    M. Larra 3633

    X5009APY - Córdoba - Argentina

    Tel/Fax: 0351 - 4817414

    patrisargentina@gmail.com

    editorialpatris@arnet.com.ar

    ISBN: 978-950-9579-79-8

    Diseño: Margarita Navarrete M.

    Christian Feldmann

    REBELDE

    DE DIOS

    José Kentenich

    y su visión de un

    mundo nuevo

    Índice

    Prólogo

    Capítulo I: La crisis. No se puede amar una idea de Dios

    Desde ahora olvídate de mí

    Breschnev y la procesión de la Ascensión del Señor

    La Virgen y el pequeño fugitivo

    Una iniciativa ciudadana para trabajar como misionero

    Estuvo a punto de no ser ordenado sacerdote

    Autoaniquilación como programa, y la gran crisis

    Ayunadores en el campo del amor

    La fe tiene que estar arraigada en el corazón

    Capítulo II: La idea. Que una alianza de amor transforme los corazones

    No somos meros números

    Clases de latín y misas en la cárcel

    Ser personas libres

    Un grupo de alumnos y una plática aburrida

    Capítulo III: La obra. Formar al hombre nuevo trabajando en lo pequeño y pequeñísimo

    Hemos recibido una misión

    Una joven Madre admirable

    Necesitamos nuevos santos

    No con temor, pero sí con sensatez: El P. Kentenich y las mujeres

    Capítulo IV: El sueño. Una época nueva necesita formas nuevas de iglesia

    La Iglesia tiene que convertirse en el alma del mundo de hoy

    La santidad de la vida diaria: Encontrar a Dios en la vida cotidiana

    Una nueva imagen de Iglesia

    Oasis como anticipos de un mundo nuevo

    Capítulo V: El hombre. Ante Dios sólo hay hermanos

    No olvides amarte a ti mismo

    Cómo se sale airoso del campo de concentración

    Apelaba a trucos sin ruborizarse

    De pronto era como un joven

    Un Papá Noel en Milwaukee

    Dirigente capaz de aprender

    Capítulo VI: La visión. El Cristianismo, alma de una nueva cultura universal

    El amor es la gran ley fundamental del mundo

    Un mundo viejo está en llamas

    Derribar con coraje los bastiones exteriores

    Soy una ocupación predilecta de Dios

    La fe exige un salto mortal

    Terminología bancaria en torno del santuario… y la poesía de un enamorado

    La Santísima Virgen, un tú concreto

    Capítulo VII: La prueba. Cómoel infierno de Dachau se hace un cielo

    Ejercitémonos en el morir

    Fundaciones en cadena

    No se puede bautizar a Hitler

    No quiero escabullirme

    Prisionero Nº 29392

    Un poco de dignidad humana en el infierno

    La Internacional de Schoenstatt: Nuestro corazón pertenece a todas la naciones

    Un pastel lleno de cartas y un poema de 5.870 estrofas

    Capítulo VIII: El exilio. Fue desterrado porque no se le comprendió

    No queremos vivir al margen de la Iglesia

    Dios y el capitalismo norteamericano

    Quiero ´desafiar´ a los obispos

    La sentencia de destierro estaba ya firme

    Como si hubiese conocido personalmente a Dios

    Sin el Concilio usted jamás habría sido comprendido

    Iglesia en la crisis de la adolescencia

    Capítulo IX: La Herencia. Cien pequeños Schoenstatt para servir a la Iglesia y al mundo

    Todos los sueños de nuestra vida son sueños del paraíso

    El anhelo de infinito

    Prólogo

    No soy schoenstatiano.

    Cuando escribí libros sobre figuras de nuestro tiempo que fueron señeras en la espiritualidad: Frère Roger, Madeleine Delbrêl, Edith Stein o Juan Pablo II, topé una y otra vez con el P. Kentenich, pero no me interesó particularmente.

    Un amable anciano de copiosa barba blanca, que habla con un lenguaje terriblemente pasado de moda y tiene curiosas ideas: La Sma. Virgen como la que aplasta la serpiente, a quien hay que llevarle un capital de gracias de oraciones y obras de piedad, a fin de que ella erija su trono en una capillita junto al Rin, y desde allí vuelva a poner en la buena senda a un mundo descarriado… ¿Qué se puede hacer hoy con todo eso?

    Entonces el P. Rudolf Ammann, de la editorial Patris, trató de entusiasmarme para que escribiese una biografía del fundador de Schoenstatt. A fin de rechazar la invitación con fundamentos convincentes, me ocupé por primera vez de José Kentenich… y fui quedando más y más fascinado.

    Descubrí un sacerdote enamorado apasionadamente de Dios, y a la vez de todos los hombres que están desesperados, decepcionados, que giran en torno de sí mismos. Un sacerdote que con su impetuoso entusiasmo arrolló la desesperanza del cristianismo contemporáneo. Un sacerdote que no se contenta con planes vacilantes para el hoy, sino que sueña con el pasado mañana, con una Iglesia rejuvenecida, de rostro resplandeciente, con un hombre nuevo y una sociedad humana justa y pacífica.

    ¿Cómo logró este sacerdote, de complexión no muy robusta, superar sin amargura el campo de concentración, el confinamiento en un calabozo sin luz, el humillante destierro decretado por las autoridades romanas y catorce años de exilio, y sin embargo hablar siempre, con una sonrisa, de la fe en la Divina Providencia? ¿De dónde sacaba este hombre sus fuerzas?

    Esta es la emocionante historia de amor entre Dios y el hombre José Kentenich.

    Capítulo I

    La crisis

    No se puede amar una idea de Dios

    Desde ahora olvídate de mí

    La vida del sacerdote Kentenich, que para muchos es un modelo de santo moderno, comenzó con un escándalo muy común: Su padre abandonó a su madre cuando ésta quedó embarazada. Según las escasas noticias que tenemos de él, no era una mala persona: sencillo granjero, apicultor, concejal del pueblo y de vida ordenada: en la taberna bebía sólo una copita de aguardiente y a las 21 hs., puntualmente, emprendía el camino a casa.

    Pero Matthias Joseph Koep (44) no quiso casarse con Katharina Kentenich (22), quien, como él, provenía de un ambiente modesto. Quizás se sentía (para la mentalidad de aquella época) demasiado viejo para casarse. Katharina dio a luz a su hijito el 16 de noviembre de 1885 en el pueblo renano de Gymnich. En un arranque de ternura le impuso el segundo nombre del papá. Con valentía Katharina se abrió paso sola en la vida, trabajando como empleada doméstica en la zona de Colonia y Estrasburgo. Sus padres se encargaron por el momento del pequeño José Pedro: gente bondadosa que, teniendo ya seis hijos propios, habían adoptado una niña muy pobre. El abuelo falleció cuando José tenía recién tres años de edad.

    Breschnev y la procesión de la Ascensión del Señor

    El pueblo de Gymnich se halla a unos veinte kilómetros de Colonia, junto al río Erft. Hoy ha sido integrado al municipio de Erfstadt. Por entonces era un pueblo pequeño, pero con una gran historia. Fue fundado en tiempos de los romanos. Su nombre deriva de la Legio Gemina establecida allí. Cuenta entre sus edificios con una bonita iglesia parroquial con su campanario y un palacio renacentista. En éste último, el gobierno de Bonn solía albergar a sus huéspedes de honor. Muy cerca de Gymnich, en Zülpich, el rey merovingio Clodoveo venció en 406 a los alamanos. En prenda de gratitud por la ayuda del cielo, Clodoveo se hizo bautizar y fundó la Francia cristiana.

    Cuando en 1978 el jefe del gobierno ruso, Leonid Breschnev, visitó la República Federal de Alemania, y debía alojarse en el palacio de Gymnich, el gobierno alemán le solicitó al concejo deliberante de Gymnich que aplazara la tradicional procesión a caballo que se realiza allí todos los años en la solemnidad de la Ascensión del Señor. Los ciudadanos de Gymnich, conscientes de su propio valor, rechazaron la solicitud alegando que incluso bajo el régimen nazi se había realizado puntualmente la procesión a caballo. Bonn tuvo que rendirse y Breschnev fue acompañado al palacio por una accidentada ruta alternativa.

    De Katharina, la madre de José, sólo se conserva una única foto, borrosa. Poco se sabe de ella. Pero para la vida, la espiritualidad y el amor ferviente a la Sma. Virgen de José, la relación con su madre fue decisiva, y no sólo en sentido positivo. Al referirse a su hijo ya sacerdote, Katharina decía que era la felicidad más grande que tenía en este mundo y le prometió candorosamente: Te ayudo con mi oración y mi buena conducta. El P. Kentenich le confió a un hermano en religión que su madre tendría ciertamente la mayor participación en mis éxitos pastorales.

    Existe la teoría de que antaño las buenas madres católicas solían empujar a sus hijos idolatrados a la vocación sacerdotal, para no perder el control sobre el vástago amado y seguir siendo (junto con la lejana Virgen María) la única mujer en su vida. Quizás sea así… pero en el caso de Kentenich la cuestión no es tan sencilla. Porque ya con catorce años de edad lucha contra la resistencia de la madre, tal como se aprecia en unos versos de adolescente que escribió por entonces:

    "Guía los pensamientos de mi madre,

    a quien no quiero disgustar,

    para que ella me conceda su permiso…"

    Única fotografía en que José Kentenich aparece junto a su madre

    La Virgen y el pequeño fugitivo

    Toda su vida estará marcada por el consolador amparo en el amor de la madre que experimentó siendo niño, y la dolorosa búsqueda de la cercanía del padre perdido. En 1894 Katharina confía a su amado hijo de ocho años al Orfanato de San Vicente, en Oberhausen. Sencillamente su trabajo no le permite más cuidar de él, y la abuela está ya muy anciana y cansada. El día en que ingresa al orfanato, José tiene una vivencia clave delante de la estatua de la Sma. Virgen que está en la capilla de esa casa:

    De entre sus pobres pertenencias, la madre ha escogido y traído una cadenita de oro con una pequeña cruz, regalo de su madrina cuando ella tomó la primera comunión. Katharina coloca la cadenita en torno del cuello de la estatua de la Sma. Virgen. Ésta tiene un rostro lozano de jovencita campesina y presenta a un Niño Jesús que extiende amablemente sus brazos. Katharina le pide entonces que se encargue de la educación de su hijo. La Madre Celestial y la madre terrenal se unen en la preocupación por ese hombrecito que en aquella hora tuvo que haberse sentido muy importante, infinitamente amado y doblemente cuidado, y sentido a la vez el terrible dolor de la separación: Mi padre no quiere saber nada de mí, y ahora también mi madre me abandona…

    El orfanato gozaba de prestigio. Uno de sus fundadores había sido el P. August Savels, párroco en Colonia y confesor de la Sra. Kentenich. Albergaba alrededor de doscientos niños. Allí cursaban estudios primarios. La casa era limpia, las costumbres austeras, pero no inhumanas. Zapatos se usaba sólo los domingos, para cuidarlos; y se comía carne también sólo los domingos, como en muchas familias que tienen que ahorrar.

    José se escapa dos veces. No se sabe si por afán de libertad o por nostalgia. En una oportunidad un policía lo reconoce por su uniforme y lo devuelve al orfanato; naturalmente se avergonzó mucho. Parece haber sido un niño con la frescura y las travesuras de cualquier niño normal. Le gustaba estudiar, le resultaba fácil (en el certificado analítico de estudios primarios aparece nueve veces el predicado sobresaliente y cuatro veces bueno), pero odiaba el régimen rigorista de entonces, con la memorización y el tener que permanecer continuamente sentado y quieto.

    De su infancia en Gymnich se cuenta la siguiente historia: A escondidas subió un día con unos amigos a la torre de la iglesia parroquial, hasta la armazón de las campanas. El párroco observó esos huéspedes no deseados en el campanario y echó llave a la puerta de la torre, para reprenderlos cuando bajasen. Pero cuando los chicos encontraron la puerta cerrada, con rápida decisión se deslizaron por el entretecho del templo hasta el presbiterio. Allí había una abertura que daba al altar. Pasaron por ella y se deslizaron por las columnas del altar, al estilo de los bomberos, hasta la mesa del altar. Desde allí lograron abandonar el templo sin ser notados.

    Tales historias suenan más convincentes que las inevitables leyendas pías del angelito que una monja castigó encerrándolo por diez minutos en el baño: cuando abrió la puerta habría hallado al niño inmóvil, de rodillas, sumergido en la oración. Naturalmente Josecito sobrevivió a todos los accidentes posibles, tales como caerse en un pozo o ser atacado por una vaca embravecida sin sufrir lesiones serias.

    Sea como fuere, José Pedro Kentenich sabía ya a los once años que quería ser sacerdote. Habla por primera vez de ello en 1897, al tomar la primera comunión en el orfanato. Para saber algo así no hay que ser ningún ángel. Pero en la foto de la primera comunión lo vemos con el cabello corto y sosteniendo sobre el pecho un ramillete, con aspecto de gran señor. La mirada está dirigida hacia adentro, donde cavila sobre su futuro. El P. Savels le habló sobre los palotinos y él se interesó en ellos.

    Una iniciativa ciudadana para trabajar como misionero

    Vicente Pallotti era un sacerdote romano, una tranquila mezcla de místico, asistente social y pionero de la pastoral. En los años treinta del s. XIX procuró entusiasmar a laicos por la labor misionera. Lo hizo nada más ni nada menos que en la vecindad del Vaticano. Así pues tuvo problemas con

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