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Las caras y las arcas (Trilogía)
Las caras y las arcas (Trilogía)
Las caras y las arcas (Trilogía)
Libro electrónico131 páginas46 minutos

Las caras y las arcas (Trilogía)

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Las caras y las arcas, de Sergio Infante, es una trilogía compuesta por “Epifanía y trastienda”, “Alameda almenada” y “Oculto en el doble fondo”, poemarios que Catalonia edita en un solo volumen. Los recorre el Gran Rasca, cuyo paso deja las engañosas huellas de las relaciones de poder a toda escala. El Gran Rasca –a quien ya habíamos divisado en otros libros de Infante– ahora copa los escenarios encarnándose en quien estime conveniente, tanto en un luminoso palacio, en un patio escolar o en un abyecto cuchitril como mediatizado por una pantalla o por una zarza ardiente. Aparezca donde aparezca, El Gran Rasca trata de encubrir con aires de megalómano las notorias chapucerías de su quehacer, actitud que termina por revelar nuestra puesta en el mundo y el actual relegamiento de la ética. Al mismo tiempo, revive la vieja pregunta de quién es imagen y semejanza de quién, enigma animado por el contrapunto de la creación y de la muerte.

Como en otras obras de este autor, en Las caras y las arcas se aprecian las alusiones literarias y míticas, clásicas y populares, y una buena dosis de humor que no impide la profundidad de los
poemas.

ACERCA DEL AUTOR:

SERGIO INFANTE (Santiago de Chile, 1947) ha publicado los siguientes libros de poemas: Abismos Grises (1967), Sobre Exilios/Om Exilen (1979), Retrato de época (1982), El amor de los parias (1990), La del alba sería (2002) y Las aguas bisiestas (Catalonia, 2012). Su poesía también se ha dado a conocer en antologías, revistas y periódicos de América y Europa, tanto en castellano como traducida a otras lenguas. En 2008 publicó la novela Los rebaños del cíclope (Catalonia). Es autor de la tesis doctoral El estigma de la falsedad. Un estudio sobre “Yo el Supremo” de Augusto Roa Bastos (1991) y de un número significativo de artículos sobre crítica literaria. Desde 1975 reside en Suecia, donde, por más de veinte años, se desempeñó como profesor de literaturas hispánicas en la Universidad de Estocolmo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 ago 2017
ISBN9789563245134
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    Las caras y las arcas (Trilogía) - Sergio Infante

    cariño.

    EL LLAMADO

    ¿Dónde se habrá metido el poeta?

    Susurros en el sótano,

    la pregunta de un divo

    que se rasca en la tumba.

    Es el Gran Rasca,

    rasca que te rasca

    la guitarra

    Warlock Widow

    tatuada entre viejas mataduras.

    Así abre paso a su emergencia,

    el cepo de citarme y retenerme

    cuando él, sin cara precisa,

    en mi voz precisa encaramarse.

    Y que yo soporte su última larva

    atravesada en mi lengua

    como un micrófono

    en la corbata de un animador.

    ETERNOS PRELIMINARES

    1

    El encargo escurre alevosía,

    nunca me atreví a hablar

    por los que no tienen voz

    ni mucho menos hablar

    por los que fingen no tenerla.

    Lo digo sin asegurarme

    si ya estoy hablando por esa voz

    o si mis años de cazafantasmas

    me dispensan de cantervilles

    y otros viles chocarreros.

    Al final nunca quedará claro

    si suplanté esa voz

    o si ante ella me rendí

    menos siervo que zombi,

    un número primo del poder.

    2

    No quiero llegar y despeñarme

    en el esbozo del Gran Rasca,

    demanda precipicios velados

    por el vaho de su boca incierta.

    Recurro a textos venerables:

    Tropiezo y veo estelas mayas,

    o seres de escafandra y piedra

    que las arenas del desierto vuelven

    a sepultar cuando se agitan

    con el paso del Rally Dakar

    y yo no alcanzo a percatarme

    si aparece el Gran Rasca en esa piedra.

    Tropiezo, de puro encandilado,

    en papiros, en vitelos y en muros,

    con plagas y plagios de profecías

    y pendencias entre amos de lo alto,

    que derraman el terror sobre la tierra

    y meten fuego al inframundo:

    sótanos, cloacas, catacumbas,

    cavernas, desfiladeros umbríos

    donde resisten los vencidos,

    se reponen, preparan la revancha.

    Repto y dejo rastros de pupila

    en esas verdades de afán perenne,

    añadidas la pasión y la pulsación

    hesitada de escribas y grafiteros.

    Sea cual sea la era y su guarismo,

    el granito ancestral de unos pilares,

    o la polilla en la pluma de los atrapasueños,

    siempre hallo indicios del Gran Rasca.

    Parece que se mete en nuestras mentes

    y le da lo mismo ser héroe o villano.

    Tropiezo en meteoros. Cuentan que un diluvio

    los lavó y disimuló en los pastizales.

    Algunos cayeron cuando aún no existían

    ojos terrestres hechos para aterrarse

    con tan duros arcanos del Universo.

    Esos siguen hundiéndose, humus adentro,

    por la carga creciente de todas mis preguntas.

    Tropiezo en la cuerda que me tienden

    poetas, politólogos, filósofos,

    hombres de ciencia, chamanes,

    sibilas con posgrados en Harvard,

    pontífices-todo-terreno varados

    en las marismas de un misterio

    que el mar de fondo se ha engullido.

    3

    Al salir de la Corte –donde apelé

    contra una rigurosa sentencia

    por remedo y suplantación de persona–

    me cruzo con dos extintos camaradas,

    llevan años reciclados de lobistas.

    Se dirigen al palacio de Gobierno

    (allí, muy a tono con la sombra del trono,

    los lobistas suelen quedarse traspuestos,

    empeñados en soñar con los minutos

    en que invisibles ocupan ese trono).

    A nuestras zalemas de buena crianza

    se incorpora sin aviso un chaparrón.

    ¡Qué expeditos los paraguas de lobista!

    Dos bóvedas de ligera obsidiana sepultan

    mi cuerpo todavía dudoso y vertical,

    escucho: —Vente con nosotros, viejito—

    la invitación destila una amabilidad

    fogueada, travestida de fogosa.

    —¡Vente! Y antes de morir tendrás

    tus diez minutos de Gran Rasca.

    —Alguien debe quedar para contarlo—

    replico, sin conseguir esconder

    el recelo tembleque del gato escaldado.

    4

    Adonde usted se empecine en llegar,

    lugares o edades, revelaciones macabras

    o esplendorosas, estampadas en códices

    o transmitidas en directo si así lo desea,

    siempre hallará, usted, perfiles testaferros.

    Nunca esa silueta fugaz y a contraluz

    cuyo borrón esboza una espera.

    Rasca anagrama de Caras.

    Aquí se queda corto Jano

    y sus dos perfiles. Ni siquiera

    alcanza la medida Lon Chaney,

    el hombre de las mil caras.

    No me basta con un mito

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