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Diccionario De La Democracia: Diccionario Clásico Y Literario De La Democracia Antigua Y Moderna
Diccionario De La Democracia: Diccionario Clásico Y Literario De La Democracia Antigua Y Moderna
Diccionario De La Democracia: Diccionario Clásico Y Literario De La Democracia Antigua Y Moderna
Libro electrónico1347 páginas18 horas

Diccionario De La Democracia: Diccionario Clásico Y Literario De La Democracia Antigua Y Moderna

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El Diccionario de la Democracia contiene la teora y la ideologa de los regmenes democrticos: sus antecedentes; orgenes; principios; modalidades de deliberacin y leyes; sus instituciones clave y variedades, acorde con la clase social que los dirija y el arreglo institucional correlativo. Asimismo compara sus principios, leyes e instituciones con otros regmenes, particularmente con sus opuestos, las oligarquas o gobiernos de pocos, pero tambin con la repblica, la tirana y la realeza; las razones de Estado que permiten su conquista, conservacin y estabilidad; las fuentes internas y externas que los amenazan; las maneras de corromperse y las revoluciones que los afectan. Trata tambin de los usos, costumbres y caracteres democrticos; inventara los rasgos ticos de la vida democrtica, por s mismos y comprobados con los de los ricos, las clases medias y los tiranos, hasta detallar las relaciones que sostienen entre s dirigentes y dirigidos, hombres y mujeres, viejos, jvenes, maestros y alumnos, ciudadanos y animales, por el impacto que la libertad e igualdad popular tienen en la vida pblica y privada de sus pueblos. Parte medular del mismo es la exposicin de las doctrinas, dogmas, leyes e instituciones del modelo liberal moderno de la democracia; un credo que se analiza en calidad de justificacin del nouveau rgime por parte de sus idelogos modernos ms destacados y lcidos, quienes desvan el significado de las palabras democracia y liberal atribuidas sin ms a los Estados modernos.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento18 oct 2012
ISBN9781463307691
Diccionario De La Democracia: Diccionario Clásico Y Literario De La Democracia Antigua Y Moderna
Autor

Patricio Marcos

Patricio Marcos nace en Monterrey, Nuevo Léon, México, el 9 de Enero de 1948. Cursa la Licenciatura en Economía en el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), Campus Monterrey (1966-1970); la Licenciatura en Filosofía en el Instituto Superior de Filosofía (ISPh) de la Universidad Católica de Lovaina (UCL) en Bélgica (1970-1974); Psicoanálisis con estudios facultativos en las facultades de filosofía y psicología de la propia UCL, además seminarios privados, congresos nacionales e internacionales freudianos y lacanianos en Bélgica y México (1972-2004), con experiencia clínica de 22 años. Asimismo ha sido profesor e investigador en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) desde 1974 a la fecha; profesor invitado al Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) en el Doctorado de Administración y Diplomados (1980-1988); profesor invitado de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UNAM, y el Doctorado en Ciencias Políticas y Sociales en el Programa de Posgrado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la misma UNAM (2005-2009). Aparte de artículos en El trimestre político de F.C.E., la Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM, Estudios Políticos del Centro de Estudios Políticos de la U.N.A.M., Nueva Política del F.C.E., la Gaceta de la Comisión Federal Electoral, El Observador Internacional, periodismo en la prensa periódica (El Sol de México) y radiofónico (Radio U.N.A.M.) entre 1974 y 1980, los libros publicados a la fecha son El Estado Político (S.E.P.-Edicol 1975); Cartas mexicanas (Nueva Imagen 1985); El fantasma del liberalismo (U.N.A.M, 1986); Lecciones políticas (Nueva Imagen 1990); Los nombres del imperio. Elevación y caída de los Estados Unidos (Editorial Patria, 1991); La política de Aristóteles (SUA-FCPyS 1991); Psicoanálisis antiguo y moderno (Siglo XXI Editores 1993); ¿Qué es democracia? (S.E.P.-Publicaciones Cruz O. 1997); El espejo de Fox. La ilusión parlamentaria (Publicaciones Cruz O., 2004); Libro blanco del sistema electoral mexicano. La transición democrática en México: ¿Una estrategia equivocada? Ed. Cuadrivio, 2004; El Procrastinador, Libros de Ariel 2005; Diccionario de la Democracia. Diccionario clásico y literario de la democracia antigua y moderna en dos volúmenes, Miguel Ángel Porrúa, 2010; La vida política en Occidente: Presente, Pasado y Futuro. Ensayo sobre los paradigmas políticos antiguo y moderno, Miguel Ángel Porrúa, 2011. Finalmente ha sido consultor del Gobierno Federal Mexicano en Hacienda (Dirección de Estímulos Fiscales (1980-1982), el Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (1982-1984), en la extinta Secretaría de Programación y Presupuesto (Dirección General de Análisis de Ramas Económicas (1984-1986), en la Secretaría de Gobernación (1976-1979) y Nacional Financiera (1993-2004).

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    Diccionario De La Democracia - Patricio Marcos

    Copyright © 2012 por Patricio Marcos.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:    2012903518

    ISBN:                        Tapa Dura                                              978-1-4633-0771-4

                                       Tapa Blanda                                          978-1-4633-0770-7

                                       Libro Electrónico                                  978-1-4633-0769-1

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Diseño de Portada por: MARCELA MARCOS VAZQUEZ.

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    ventas@palibrio.com

    350706

    Índice general

    Dedicatoria

    Reconocimientos

    Agradecimientos

    Palabras preliminares

    Legado para situar el Diccionario…

    Diccionario de la Democracia: clásico, literario, antiguo y moderno

    ¿Por qué un diccionario?

    ¿Por qué sobre la democracia y no de la política?

    Origen, uso y significado del nombre clásico

    Literario

    Antiguo y moderno: La batalla de los libros

    El esoterismo de la vida política y el apotegma délfico Conócete a ti mismo

    El contenido de la obra

    Voces

    Acerca

    (de la democracia en América del Norte)

    Acrópolis

    (destronada en el alma del hombre democrático)

    Adoración

    (perpetua de la mayoría)

    Aflicción

    (para las oligarquías y plaga de los estados democráticos)

    Alcohólico

    (o sobredosis de libertad)

    Almas

    (reales, nobles, timarcas, oligárquicas, democráticas y tiránicas)

    Amantes

    (suicidas, inspiración de la república socrática)

    Ambición

    (grande y su destino en las democracias)

    Amigo

    (del pueblo)

    Amor

    (destemplado por la riqueza)

    Amos

    (y siervos en la aristocracia y en la democracia)

    Anárquico

    (de temperamento)

    Arbitrariedad

    (de los magistrados en la democracia)

    Aristocracia

    (del dinero)

    Aristócratas

    (sin aristocracia: vino agrio vertido en los odres viejos del vino noble)

    Arte

    (de ser libre versus despotismo)

    Axioma

    (en la ciencia política de nuestros días)

    Banquete

    (eleusino de iniciación democrática)

    Bazar

    (de constituciones y estilos de vida)

    Bestiario

    (del Estado popular)

    Bienestar

    (material: sus efectos sobre las opiniones, las acciones y el juicio)

    Bosque

    (de fieras: la locura de la multitud)

    Brotes

    (y fuentes de la revolución)

    Caballos

    (con derechos y dignidades de los hombres libres)

    Canallesca

    (amistad por lo ajeno)

    Carácter

    (demócrata)

    Ciclos

    (políticos de la historia)

    Ciudades

    (internas y externas)

    Clases

    (del Estado democrático según la metáfora de las abejas de Platón)*

    Cobardía

    (asesina de la muchedumbre)

    Cocktail

    (paradójico de la república y la aristocracia: mezcla de democracia y oligarquía)

    Código

    (de valores trastocado por los dioses de la democracia)

    Comuna

    (¿democrática o republicana? Enmienda y destajo)

    Confusión

    (democrática del lenguaje)

    Consejo

    (para ser animal político y tener una vida activa)

    Cosa nostra

    (versus res publica)

    Definición

    (de la democracia)

    Deliberación

    (o sabiduría práctica en las democracias)

    Deliciosa

    (forma de vida)

    Demagogos

    Aristóteles

    Democracia

    (extrema, una monarquía tiránica)

    Demografía

    (y democracia moderna)

    Desdén

    (soberbio por las formas)

    Desleales

    (visiones fantásticas y sin ley que hacen un

    juguete del hombre)

    Despotismo

    (intelectual de la mayoría o contra el pluralismo)*

    Despotismos

    (por la reducción o al aumento excesivo en la libertad popular)

    Desprecio

    (por los derechos individuales)

    Distraída

    (vida de goces, libertad y dicha)

    Distribución

    (debida de honores y deshonores para no traicionar a la patria y poder salvarla de la locura)

    Dos

    (estados y dos hombres divididos por los deseos de ricos y pobres)

    Dulces

    (nombres para disfrazar realidades nuevas)

    Encantadora

    (forma de desgobierno)

    Engendros

    (de los ciclos políticos de la historia)

    Envidia

    (democrática y voto universal)

    Epítome

    (deslumbrante y atractivo de formas de ser)

    Érase

    (una vez…)

    Escanciadores

    (de la libertad democrática)

    Esclavitud

    (moderna en los EE.UU.: dilemas, paradojas y predicciones)

    Esclavos

    (libres y amos igualitarios)

    Escuelas

    (de la crianza oligárquica y de los críos demócratas)

    Espectáculo

    (arbitrario de la tiranía de la mayoría)

    Espíritu

    (desproporcionado de la libertad democrática)

    Estado

    (social democrático de los EE.UU.)

    Estilo

    (antidemocrático de defensa penal)

    Excelencias

    (versus acumulación de riquezas externas)

    Fábrica

    (del Estado)

    Fábula

    (sobre la justicia: las liebres democráticas y los leones oligárquicos)

    Facciones

    (del alma)

    Famélicos

    (de poder o desgobierno de famélicos)

    Familias

    (y sus modelos constitucionales)

    Fantasía

    (pot-pourri de la libertad democrática)

    Formas

    (de gobierno: clasificación política de las constituciones)

    Frecuencia

    (de las elecciones)

    Fuentes

    (poéticas de la democracia moderna)

    Galantería

    (más temible que la prostitución)

    Galería

    (de las almas oligárquica y democrática)

    Genealogía

    (de las naturalezas superiores e inferiores)

    Gimnasia

    (y gobierno)

    Gobierno

    (mixto y la democracia tocquevilana)

    Goces

    (permitidos y prohibidos)

    Grotesco

    (espectáculo de las ciudades dormidas)

    Guerra

    (intestina del alma y sus fases)

    Gusto

    (depravado por la igualdad)

    Bibliografía de las autoridades del diccionario

    Diccionarios de autoridades

    Bibliografía general

    Dedicatoria

    La biblioteca era el cuarto que más me agradaba de la casa de mi padre. Ocupaba una esquina de ella y tenía vista al jardín sobre las dos paredes que colindaban con él. Nada tenía de particular excepto una cosa. De espacio rectangular, con libreros que daban hasta el techo, un sofá que se extendía de un lado al otro de la pared más larga, seguido de dos cómodos sillones individuales, pero eso sí, sin escritorio, detalle que la definía, pues era una estancia dedicada con exclusividad a leer.

    Debido a su trabajo constante y a sus compromisos sociales, mi padre entraba a su biblioteca únicamente los domingos por la mañana, salvo cuando iba a dejar o sacar libros entre semana. Pero el primer día de todas las semanas ingresaba desde muy temprano en ella. Se encerraba hasta la hora de la comida, porque entonces nos llevaba religiosamente a algún restaurante. Cuando se amurallaba entre el silencio de los libros, nada ni nadie lo interrumpía, un ritual consagrado que despertó en mí desde niño una viva curiosidad. El gusto de mi padre por la música hizo que un tocadiscos pasara a integrarse a lo que hasta entonces fue solo contenía libros. A partir de ese momento el silencio que reinaba se volvió recuerdo. Después la ópera inundó la casa. Poco a poco esta faceta que conjugaba la figura del lector con la del melómano acabó por fascinarme, contrapunto del ocio educativo frente al carácter productivo de sus negocios. De los muchos intereses que él tenía entonces fueron los que elegí, quizás porque intuí que su amor al saber y a lo bello superaba con mucho a los otros. Comenzó de esta manera mi afición a los libros y a la música. Mis primeras lecturas fueron obras de teatro, a la que siguieron los cuentos y posteriormente las novelas.

    Hasta los cien años ocho meses bien cumplidos, mi padre nunca abandonó el trabajo, porque decía que trabajar ahuyentaba la muerte. Los últimos treinta años de su vida dedicó la mayor parte de su tiempo a la lectura, sólo que ahora una persona se encargaba de leerle sus libros. Su vista no era la de antes pero su perseverancia siguió intacta. Siempre escuchaba sentado frente a una mesa con vista al jardín, en el que tenía un cuadernillo donde hacía anotaciones de fechas, palabras, autores y pasajes.

    A su memoria destino con gratitud esta obra por mostrarme el camino de las letras, con la discreción que lo caracterizó, origen del amor al saber y a la belleza de los que proviene toda gracia y dulzura, los alimentos más reales del espíritu humano.

    [Akumal, Q. Roo,1 de septiembre de 2011]

    …un hombre dormido no es de más valía que un cadáver…

    Platón, Leyes, VII, 808 b 5 y 6.

    …los impotentes poseen una disposición semejante a la de un dormido,

    un loco o un ebrio… justo la condición de los hombres

    bajo el influjo de las pasiones, porque los estallidos de cólera

    y los apetitos sexuales alteran nuestra condición corporal,

    y en algunos inclusive produce ataques de locura…

    De modo que es de suponer se parecen a los actores

    de teatro sobre el escenario, quienes recitan parlamentos

    aprendidos de memoria sin saber lo que dicen.

    Aristóteles, Ética Nicomaquea, VII, 3, 1147a 13-24.

    No sólo todo el mundo se sirve de las mismas palabras, sino que uno

    se habitúa a emplear indiferentemente cada una de ellas. Las reglas

    que habían creado el estilo están casi destruidas. Apenas se encuentran expresiones que, por su naturaleza, parezcan vulgares, y otras que

    parezcan distinguidas. Los individuos salidos de rangos sociales diversos,

    habiendo llevado consigo, por doquiera que hayan arribado,

    las expresiones y los términos de los que hacían uso, han perdido

    el origen de las palabras, lo mismo que el de los hombres, y el resultado

    es una confusión en el lenguaje, igual que en la sociedad.

    Alexis de Tocqueville

    Acerca de la democracia en América del Norte, 1992, p. 68.

    La filosofía occidental es una nota

    al pie de página de los escritos de Platón.

    A.N. Whitehead, Wikipedia.

    Somos enanos encaramados en hombros de gigantes.

    B. de Chartres en G. Highet.

    La tradición clásica, 1996.

    Los grandes sistemas de pensamiento, las obras de arte

    realizadas con profundidad y destreza, no perecen a menos

    que su vehículo material haya sido destruido enteramente.

    No quedan convertidas en fósiles –pues el fósil no tiene vida

    y es incapaz de reproducirse–, ya que dondequiera encuentran

    un espíritu que los reciba, resucitan y los hacen vivir más

    plenamente en él… En el terreno de la filosofía…

    gran parte de lo que escribimos, pensamos o hacemos,

    es adaptación de lo creado por griegos y romanos. No hay nada vergonzoso en ello. Por el contrario, lo vergonzoso es desconocerlo y olvidarlo…

    G. Highet, La tradición clásica, 1996.

    A la memoria de mis queridos padres, Carmen y Emilio

    A mis hermanos Guillermo y Ernesto, los mayores, y a Emilio, Carmen, Mónica y Liliana, los menores.

    A mis hermosas princesas Marcela y Sofía.

    A Patricio, mi noble príncipe.

    Reconocimientos

    A Jean Ladrière y Alphonse De Wallens, de quienes Sartre decía: "Le grand Ladrière dans la petite Louvain y Le grand Monsieur de Louvain"; al implacable Jacques Taminaux; al compositor Joseph Dopp miembro del Círculo de Viena; a Leopoldo Solís, Fernando Solana, Luis Villoro, Alejandro Rossi y Fernando Salmerón, contemporáneos con más influjo en mi destino intelectual.

    Agradecimientos

    A la doctora Lourdes Quintanilla, quien me sorprendió gratamente con un largo telefonema a Akumal, Quintana Roo, donde me encerré para revisar las galeras del Diccionario de la democracia para decirme, con la firmeza que la caracteriza, que había leído todas y cada una de las entradas de un tratado de política ofrecido en forma de dicionario por orden alfabético, donde quedaba claro que las categorías políticas clásicas seguían vigentes y son las más aplicables a las realidades del mundo contemporáneo.

    Al doctor Roger Bartra, quien generosamente acompañó la hechura del diccionario con sugerencias, sobre todo literarias, las cuales vinieron a imprimir un giro diferente al estilo original y balbuciente del mismo, sin duda basado en su formación multidisciplinaria, en particular la rica experiencia para elaborar un diccionario marxista en sus tiempos de estudiante en Francia.

    Al doctor José María Calderón, amigo a quien profeso un afecto especial debido a su sangre liviana y a su jovialidad, pero sobre todo debido a su perspicacia y agudeza para captar el razonar fino, las sutilezas y entresijos del saber político de los grandes, materia de la que dice Cicerón que es asunto reservado a los dioses.

    Al doctor Ambrosio Velasco Gómez, el de nietzschano bigote, ex director de la Facultad de Filosofía y Letras, quien provisto de una genuina pasión republicana, ha disertado sobre las posturas de Hannah Arendt, Sir Isaiah Berlin respecto de la filosofía clásica, incluyendo a Leo Strauss, cuya posición coincide con la de este diccionario, no obstante que mientras para mí dicha postura es un punto de partida natural, para ellos es un punto de llegada epistemológico, quizás orientado por el célebre dicho de A. N. Withehead sobre los escritos de Platón. Por eso aquí he ensayado no sólo discurrir sobre eso que los modernos llaman equivocadamente filosofía política, cuando no es otra cosa que la ciencia política universal. Para demostrar este estatuto me he esmerado en aplicar dicho conocimiento a realidades diversas, las cuales he tomado de la maestra de la vida que es la historia, la antigua, la remota, la medieval, la moderna, la actual y la porvenir. Por eso resulta lamentable y quizás sin remedio, que la que por razones pasadas más que comprensibles se mantiene todavía en una suerte de apartheid bajo el nombre de filosofía política, se considere un animal sobreviviente de un pasado superado e inservible, a pesar de que como se insiste, no es otra cosa que la teoría y el arte mismo de la política, ésos cuya conjugación son la vida política que el Éxodo llama despierta o activa, en contraste con la pasiva o dormida de los animales de poder.

    A mi hija Marcela Marcos, diseñadora y museóloga, por la elegancia, sobriedad y sencillez de las portadas de las dos ediciones de este diccionario. A los ex alumnos Iván Vizcaíno, Laura Corona, Fausto Delgadillo, Manuel Santín y Yolanda Santín, quienes con su entusiasmo y esfuerzos desinteresados contribuyeron a la realización material y moral de este trabajo. A Isabel Silva, quien realizó los índices onomástico, analítico y de referencias cruzadas para esta edición electrónica, así como a Selene Casaux, por su comedimiento y aglidad para pasar en limpio las últimas correcciones del manuscrito original.

    Palabras preliminares

    Legado para situar el Diccionario…

    Por ser un diccionario de la lengua, el confeccionado por la Real Academia Española no podía dejar de definir la voz misma de su título. Acorde con ella, diccionario es un catálogo de noticias importantes de un mismo género dadas a conocer en orden alfabético.¹ A su vez, el diccionario francés Larousse² advierte sobre la etimología latina de la palabra medieval dictionarium, compuesta por dictio y onis: la acción de decir.³ Añade que este discurso tiene fines didácticos⁴ destinados a la enseñanza, y se integra por un conjunto de artículos en los que las entradas a las palabras, ordenadas por letras, se arreglan según la secuencia del abecedario, sean signos fenicios o de cualquier otro lenguaje formal o sistema de comunicación.

    La imprenta china, la industria moderna y la tecnología informática de nuestros días han permitido superar los antiguos pergaminos, pieles de res tratadas para rasgarlas con voces escritas, cuyo nombre proviene del de la antigua ciudad de Pérgamo en Asia Menor, situada a 30 kilómetros de la costa del Mar Egeo frente a la isla de Lesbos. Los libros hechos de pergaminos son el antecedente de los libros de papel, voz ésta que a su vez proviene del nombre de una planta lacustre muy común en la cuenca del Nilo, llamada perperaâ en egipcio antiguo, vocablo que significa flor del rey. De ella se forma la palabra griega papiros y la latina papyrus. El papel se confecciona de múltiples materiales, por ejemplo, de pulpa vegetal, celulosa de madera, pasta de trapos, paja y otros. La combinación del papel y la imprenta produce una revolución en la cultura de los pueblos, a comenzar con la escrita, cuyos efectos de difusión masiva llegan hasta nuestros días. Sin ella sería inexplicable el grado de conocimientos y de civilización alcanzados por la especie humana actual.

    Sin embargo, hoy los libros pueden prescindir del papel debido a la invención y uso de plásticos, tan delgados y flexibles como las mismas hojas, amén de lavables, que tienen el inconveniente enorme de no ser productos biodegradables por ser tributarios del petróleo. Ésta modalidad de libro parece así condenada al fracaso antes de nacer comercialmente. Empero la razón más importante de ello no son tanto sus desventajas ecológicas como que desde finales del siglo pasado se encuentra ya superada, debido a los libros de las computadoras hechos de letras de luz, visibles en el palimpsesto de múltiples pantallas.⁵ El futuro del libro y también de los diccionarios, parece pertenecer por entero al redescubrimiento de la antigua realidad virtual a través de la más sofisticada tecnología informática conocida.⁶ Un caso ejemplar es el de Wikipedia, enciclopedia en línea cambiante y en crecimiento perpetuo, la cual registra en reporte reciente una cifra superior a los siete millones de entradas en más de doscientas lenguas.

    El estadio de desarrollo alcanzado por los diccionarios contemporáneos con su riqueza y variada gama de posibilidades, tiene sus orígenes en los diccionarios de las lenguas de los pueblos, catálogos maestros de todos los inventarios posteriores.

    Hoy, además de estas obras tradicionales existen diccionarios de todos los géneros, clases y materias imaginables. Sus editores han adoptado un arco iris de nombres subrogados a la voz diccionario, desde el de vocabulario, pasando por los de léxico, glosario, tesauro (del griego tesoro), ciclopedia y enciclopedia hasta el coloquial tumba-burros, puesto que la conseja popular declara que los diccionarios están destinados a desasnar a quien quiera y pueda desasnarse. Los diccionarios de la lengua suelen ser mayoritariamente monolingües, a los que les siguen los bilingües (lineales, sean para uso de filólogos o no) y los multilingües, éstos últimos facilitados por la tecnología de la información que permite tener desplegadas tantas ventanas mágicas de consulta como se antoje.

    De los diccionarios idiomáticos de autoridades derivan los ortográficos, analógicos, de antónimos, homónimos, parónimos y sinónimos; también los de jerga, argot⁷ o lunfardo; de nombres propios, apellidos, toponímicos, críticos, conceptuales, temáticos y de dificultades.⁸ Esta enumeración parcial y meramente ilustrativa deja fuera muchos otros, por ejemplo los diccionarios de rimas, fábulas, cuentos, de autores, prejuicios, biográficos, de grupos exclusivos y directorios llamados who is who, bibliográficos, filológicos, lingüísticos, de locuciones, refranes populares, trabalenguas, etcétera.

    Por si no bastara, en los albores del siglo xviii y con la pretensión de ofrecer el ciclo de la instrucción científica definitiva, se concibe la difusión del saber y la educación misma a través de las enciclopedias. Toca a París ver nacer la más famosa y publicitada de todas las que existen en el mundo de las lenguas romances, la célebre Enciclopedia o Diccionario razonado de las ciencias, artes y oficios dirigida por Denis Diderot y Jean le Rond d’Alembert, un himno del orgulloso saber moderno en el que colaboran, entre otros, Voltaire, Rousseau y Condillac. Este suceso iniciado en 1751 ocurre en el apogeo de la Ilustración francesa, treinta años antes del comienzo de la Revolución Industrial inglesa y una centuria después del fin del Siglo de Oro de la literatura española.

    Empero, las raíces inglesas del movimiento enciclopedista francés son mucho menos conocidas si no casi ignoradas.⁹ De hecho este diccionario enciclopédico, obra magna de la Ilustración gala se inspira en dos primos hermanos de su gemela la Ilustración inglesa. Está en primer término el Diccionario Universal de Artes y Ciencias (1728) de Ephraim Chambers titulado Cyclopedia, el cual comienza a ser traducido al francés por John Mills; asignatura en la que será reemplazado por el alemán Gottfried Sellius, luego de que le cuesta al filósofo inglés duros bastonazos del editor parisino André Le Breton por no cumplir la encomienda. El segundo antecedente es el Lexicon Technicum de John Harris con artículos de Sir Henry Wotton, Francis Bacon, John Ray y Sir Isaac Newton, algunos de los personajes que utilizará Jonathan Swift en su célebre cuento The Battle of the Books.¹⁰

    Para que el lector tenga una idea general de la ambición y alcance de estos primeros diccionarios universales no exentos de doctrina, conviene referir a la descripción del contenido de la obra de Chambers. En su portada se anuncia el contenido de la obra justo debajo del título. Ahí se declara ser un tratado del saber con la definición de los términos y las cosas dignificadas por las artes liberales y mecánicas, así como por las ciencias humanas y divinas, de las que se incluye las especies, figuras, propiedades, producción, preparación y uso de las cosas naturales y artificiales. Asimismo declara abordar el surgimiento y estado del arte de las cosas eclesiásticas, civiles, militares y comerciales con las opiniones de filósofos, divinos (teólogos), matemáticos, físicos, anticuarios y críticos.¹¹ Por demás está decir que la vasta progenie de estos ancestros ilustrados franco-ingleses son los diccionarios modernos y contemporáneos de disciplinas científicas, artísticas y técnicas. La variedad de los cuales parece, si no infinita sí innumerable, pues los hay de chicha y de limonada: de geografía, historia, medicina, matemáticas, química, ingeniería, derecho, sociología, psicología, antropología, religión, literatura, escultura, música, pintura, navegación, aviación, teatro, cine, cirugía, industria, finanzas, etcétera.

    Es en esta heredad de la cultura occidental que el presente Diccionario… espera abrirse un camino no antes ensayado.

    Diccionario de la Democracia:

    clásico, literario, antiguo y moderno

    ¿Por qué escribir un diccionario? ¿Con qué criterio se elige la democracia como su objeto, régimen el cual privilegia los principios de la libertad y el de los grandes números frente a otras formas de poder? ¿Qué significado tiene el adjetivo clásico del título, hoy un vocablo de uso indiscriminado; o por decir con exactitud, sometido a tal uso pero sobre todo a abuso hasta el punto de volverse sinónimo de demasiadas cosas, todo menos clásicas, por ejemplo, encuentros tradicionales de futbol soccer? En fin, ¿de dónde proviene su carácter literario? ¿Cómo se justifica la doble referencia temporal de los gobiernos populares a los tiempos antiguos y modernos?

    Sobre la pregunta primera hay una frase de Jean Cocteau por demás sugerente. La obra literaria maestra, dice, no es otra cosa que un diccionario en desorden.¹² De las cosas sugeridas por esta idea sólo se espigan dos. La primera es que el conocimiento no está reñido con la belleza asequible al hombre a través de las letras. La segunda atañe a la forma del discurso, pues cuando su propósito es persuadir, la manera de decir las cosas importa al menos tanto como la verdad. En suma, si el diccionario conjuga arte y saber, la obra literaria maestra juega con el saber a través del bien decir, la belleza y la música del ingenio poético.

    El adjetivo desorden usado por Cocteau no es una crítica a la obra literaria. Por el contrario alaba la literatura si se considera que el arreglo arbitrario de todo diccionario, tratese de la clasificación por letras, palabras, números, temas o símbolos, conlleva un sacrificio cierto de la estética en beneficio de un pragmatismo destinado a privilegiar la consulta sobre la trama de la obra literaria. Mientras el arte dramático, la poesía, la novela o el cuento imponen un orden sucesivo insalvable por más que el relato combine expedientes diferentes, por ejemplo tiempos en secuencia alternante –a excepción del juego literario de la Rayuela inventada por Julio Cortázar–, el orden del diccionario no impone lectura sucesiva alguna de sus partes y páginas. Más bien el arreglo dictado por la lista de las letras se elabora para no ser obedecido, pues si éste se acatara se haría fracasar su cometido, facilitar la búsqueda pronta y aislada de las voces, temas o materias que la curiosidad o el interés mueve a consulta.

    Es cierto, un diccionario podría leerse de la a hasta la z en el colmo de la obsesión por el orden. ¿Por qué no? Tal y como lo sugiere Flaubert, una vez que este soldadito disciplinado del saber lograra acostumbrarse a un orden de lectura que manda de paseo la curiosidad particular del lector, entonces el placer, aunque se le resistiera no conseguiría negársele. Siempre hay de telas a telas y de placeres a placeres. Pero conviene insistir, la finalidad del acomodo de los artículos conforme al abecedario es práctica, volver cierta y expedita la búsqueda de la voz elegida. La sintaxis de los diccionarios en línea se apoya en una organización semejante a la del alfabeto; lo que no ha impedido volver invisible y hasta prescindible tal ordenamiento, ya que basta insertar la palabra o palabras del asunto buscado para que termine la primera parte de la consulta, toda vez que el ordenador localiza el tema, la fecha, el lugar, el personaje, acontecimiento o materia basado en instrucción tan general.

    Si se permite emplear una metáfora ajena a la lingüística pero más cercana a la que aquí se presenta, un diccionario también puede asemejarse a un palacio abierto por todos los costados, independientemente de la figura geométrica adoptada, pues como tal es un libro abierto por todos los costados, ya que en tanto obra arquitectónica cuenta con cientos, miles o millones de entradas y otras tantas salidas.

    Más interesante y atractivo aún: un diccionario puede ser visto como un objeto atravesado en su interior por innumerables puentes, pasadizos secretos y callejuelas conducentes a lugares inesperados, los cuales operan mediante encrucijadas potenciales que la imaginación y el deseo de saber del lector convierten en realidad a través de elecciones y antojos de circunstancia y ocasión. En esto es ejemplar el Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico de Corominas y Pascual, pues cumple con el ideal de diccionario de George Bataille, el bibliotecario excelente, no el escritor. Para él el diccionario auténtico comienza desde el momento en el que, en vez de desgranar el sentido de las palabras se pasa a ofrecer sus besognes, los quehaceres o faenas de sus voces.¹³

    Por contraste, conviene aclarar que estos palacios orientales dotados de un número de puertas de acceso externas e internas mayor que el número de estancias, son la negación más absoluta de las fortalezas estratégicas del ingeniero militar favorito de Luis XIV, Sebastián Le Prestre Vauban, sobre la ruta de una de las cuales se establece la tristemente célebre Línea Maginot en la primera mitad del siglo xx, parapeto frente a la más que previsible invasión alemana del lado de su frontera con la tierra de los antiguos germanos, sus parientes. El Mariscal Vauban construye fortificaciones muy caras para resistir cualquier asedio terrestre. Pero así como sus máquinas son infalibles, pues impiden de modo absoluto todo acceso de las fuerzas enemigas, así también están tan perfectamente aisladas que obstaculizan la salida de quienes combaten desde su interior. De esta suerte, para sus defensores dichas construcciones son a la vez islotes inasequibles y encierros sin vías de escape que impiden pasar de la defensa al ataque en caso de retirada del ejército enemigo. A diferencia de las casamatas inexpugnables de Vauban, monumentos testimoniales de la arquitectura hija de las artes aristocráticas del asedio castrense, ubicadas a ciento ochenta grados de distancia de las campañas bélicas de conquista inauguradas por Napoleón y sus ejércitos, los diccionarios, al situarse en el polo contrario de cualquier estrategia ofensiva o defensiva por ser obras del amor al saber, resultan palacios desembarazados de toda la parafernalia empleada en los combates y guerras: murallas, puentes levadizos, fosas, cocodrilos y hasta dragones anfibios. La disposición de tales castillos de consulta invitan a su conquista desde cualquier frente, rincón, ángulo, costado o esquina.

    Una vez dicho esto pueden responderse las cuestiones arriba planteadas, a comenzar con la primera.

    ¿Por qué un diccionario?

    Hay un puñado de razones para responder esta pregunta. Una es la valía didáctica inestimable de estos instrumentos de aprendizaje. Cierto, como todo lo que admite comparación, hay de diccionarios a diccionarios; pero los mejores son siempre auténticos tesoros culturales, una reivindicación sabia y eficaz en favor de la invención milagrosa de la escritura frente a la primacía otorgada normalmente al discurso oral.

    Quizás por ello los diccionarios de la lengua nunca decepcionan, no por otra cosa su lectura indagatoria se hace acompañar invariablemente de sentimientos de asombro y gratitud. Basten dos ejemplos de esto. El primero es el ensayo satírico Encomio a la estulticia de Erasmo de Rotterdam, libro que aunque no está organizado como diccionario ofrece un catálogo amplio de las ricas manifestaciones de la tontería humana, no obstante que el título por el que se le conoce comercialmente, Elogio de la locura, desvirtúe su contenido. El ejemplo segundo es contrastante, pues no está escrito por un filósofo sino por un escritor de talla cuyo libro guarda parentesco con el anterior. Se trata del Diccionario de ideas recibidas de Gustave Flaubert –también conocido como Diccionario de prejuicios–, al que el literato, exclamado por su personaje mayor Madame Bouvary, se sintió tentado a bautizar con el título erasmiano Estupidario.¹⁴

    Para responder la pregunta pueden añadirse dos razones últimas, éstas más de índole subjetiva que objetiva, a pesar de lo cual podrían tener tanto o más peso que las objetivas mencionadas. Una es la circunstancia afortunada de la vocación docente del autor. Enseñanza privilegiada porque desde el inicio, debido al lugar que la Universidad Nacional Autónoma de México asigna a la investigación, ha podido cumplir una regla que se propuso desde su ingreso a ella hace ya 35 años: impartir clases sólo y exclusivamente de las cosas investigadas y publicadas. La mancuerna fecunda entre indagación y docencia permite constatar, en el caso presente, la sencillez con la que los alumnos acceden a una materia cuya eminencia y rango no la hace de por sí fácil. Aunque debido a una experiencia docente puntual pero reveladora con niños de primaria, cabe indicar que a pesar de la prominencia y estatura de las cosas políticas, a los alumnos de quinto año de primaria dicho aprendizaje les resultó mucho menos difícil que a los jóvenes universitarios. Es probable que la causa de lo anterior sea sencilla. ¿No sería una buena apuesta pensar que lo ocurrido obedece a lo poco avanzado de la escolarización de los adolescentes púberes, con ojos frescos para ver lo invisible y oídos limpios para entender lo intangible, las dos notas que definen mejor a la verdad cuando ella se produce? Ello coincidiría con el testimonio tan breve como verdadero aportado por Mark Twain sobre la clave de su formación, pues sostenía que nunca permitió que la escuela interfiriera con su educación. Así y todo habría que añadir que los adolescentes se encuentran con cierta desventaja adicional frente a los niños, pero no por la misma causa ni tanto como nos ocurre creer a los adultos, a los que la civilización contemporánea nos vuelve costales repletos de prejuicios ensortijados. ¿Acaso nuestras opiniones no nos asemejan al ambiente sofocante de las selvas húmedas? Mientras las pasiones obstaculizan a los adolescentes y a los jóvenes, edad en la que aquéllas aparecen y se manifiestan con fuerza, a los adultos el carácter adquirido suele condicionar de modo más severo el aprendizaje de cosas nuevas.

    La última razón acerca de la elección del vehículo del diccionario está vinculada a la anterior. Van a ser ya veinte años desde que mi editor de entonces me sorprendió con una invitación para elaborar un diccionario de política, cuando todavía no se traducía ni publicaba en español el Dizionario di politica de Norberto Bobbio.¹⁵ Aparte de agradecer la honrosa iniciativa pedí tempo para pensármelo. El azar generoso hizo que él tardara varios meses en demandar mi respuesta. Cuando en otra ocasión nos encontramos por azar ya había pasado una buena decena de meses. A cambio de aceptar la idea del diccionario le entregué por respuesta el manuscrito de un libro pequeño que titulé Lecciones de política.¹⁶

    Más que una negativa mi respuesta fue un acto elemental de honestidad, motivado por un desafío que, lo confieso con franqueza absoluta, no atiné a resolver entonces. En más de tres lustros de docencia, estudios e investigaciones, en los cuales comencé un itinerario acerca de la política a partir de los ensayistas políticos mexicanos del siglo xix –parvada a la que pertenece Lucas Alamán y Emilio Rabasa, los mayores de todos–; el cual se convirtió después en un mapa de aventuras que me llevó a los autores europeos y angloamericanos más importantes de la modernidad y de la época contemporánea, desde los escritores renacentistas de la razón de Estado hasta la ingeniería de sistemas aplicada a la sociedad y a la política, trípode sostenido sobre Parsons, Easton y Luhmann –cerca de la que se ubica Giddens y su teoría de la estructuración–, quince años después pude descubrir dos cosas que me permitieron atravesar la imposibilidad que antes me había detenido.

    La primera de ellas es la identificación de dos paradigmas del saber político en la cultura occidental que, a pesar de sus traslapes y superposiciones, responden netamente a dos concepciones respectivas de la autoridad y el poder en los tiempos antiguos y en los tiempos modernos; vale decir, dos concepciones de lo que es la ciencia y el arte de la política. Tal cosa me ocurrió en el orden cronológico inverso al que uno y otro modelo aparecen en la historia de Occidente. Primero investigué, conocí y enseñé autores y exponentes del paradigma moderno, desde el que me sumé al coro de críticas dirigidas al modelo antiguo sin que yo lo entendiera, encubriendo así mi propia deficiencia. Después volví a encontrarme con los autores principales del paradigma de saber antiguo gracias a una crisis producida por el ocio educativo de mi tercer año sabático. Este avatar es digno de mención porque el modelo de los antiguos, además de tener prelación sobre el de los modernos, funda y sistematiza al saber de las cosas políticas en Occidente. A pesar de ello, o justamente por eso, dicho paradigma se encuentra hoy deformado casi en su totalidad por los comentarios e interpretaciones de los autores modernos, los cuales repiten prácticamente todos los contemporáneos como un catecismo comercial. El modelo de saber actual nace del paradigma antiguo, con el que se debate desde una postura de intolerancia y dogmatismo, afectada de la infaltable vanidad y su amante la ignorancia.¹⁷

    La otra clave fue crucial:¹⁸ el hallazgo de la distinción entre ciencia e ideología en el paradigma moderno.¹⁹ Los antiguos llaman a la ciencia contemplación, teoría o explicación, mientras lo que los modernos denominan ideología,²⁰ aquéllos la conocen como reclamo o pretensión. Si bien en nuestros días tal distingo no deja de reconocerse implícitamente, su cultivo se hace con otros fines. En efecto, hoy se usa en calidad de condena contra todo lo que huela a saber antiguo, al que se descarta por decreto toda vez que se dice, sin fundamento, que el paradigma antiguo está construido sobre mitos y fábulas; o que se basa en consideraciones valorativas y morales precientíficas, con lo cual se menosprecian empresas de saber científico basadas en investigaciones empíricas portentosas realizadas por las escuelas de sabios que les dan sustento y soporte. Es así que la diferencia de marras se manipula con una dosis cierta de astucia, ignorancia y soberbia, con objeto de dar primacía a la justificación ideológica en detrimento de la explicación teórica, privilegiando de esta manera la pretensión y el reclamo respecto del ver o contemplar, significado literal de la palabra griega theoria.

    Todavía más: en el paradigma moderno la separación de teoría e ideología es deliberadamente difusa, puesto que utiliza indiscriminadamente elementos de una y otra, algo que no ocurre con en el paradigma antiguo, porque en éste la diferencia entre ambos está trazada por una frontera muy clara que no es sólo nominal sino real, claridad y realidad ésta de la que repugna la cultura moderna en Occidente.²¹

    Al contrastar y poner en juego uno y otro paradigma, las nociones de teoría e ideología toman el lugar que corresponde a cada una. Así, en tanto la teoría clásica permite obtener una explicación cabal de cualquier reivindicación ideológica moderna, sobre todo si se disfraza de científica y no axiológica, lo inverso resulta imposible, puesto que desde la ideología moderna la teoría de los antiguos no puede ser explicada ni reducida. Esta es la causa última para entender por qué el paradigma moderno, cuando sus exponentes lo comparan con el antiguo, no puede hacer otra cosa sino recurrir a la descalificación, el desprestigio y al empleo de verdades a medias, utilizando generalmente todo tipo de divisas que contribuyan a mantener sepultadas las amenazas que encierra el paradigma antiguo para el moderno. Como podrá comprobar cualquier lector de este Diccionario…, el saber moderno de la política aparece edificado sobre premisas confusas y precarias, si no absurdas, sobre las cuales se elaboran razonamientos especiosos y contradictorios; razón esta que da cuenta del sentimiento de zozobra e intolerancia que sobrecoge a sus líderes y expositores frente a las categorías empleadas por el paradigma antiguo. Baste decir que la cábala del paradigma moderno sostiene que el ideal y modelo de poder es la denominada democracia liberal, frente a lo cual el paradigma antiguo demuestra que entre los regímenes actuales no hay uno solo democrático y liberal; antes al contrario, los que simulan pasar por tales, ni son democráticos menos todavía liberales, sino oligarquías iliberales, regímenes de pocos ricos con severos problemas tanto para dar como para tomar libremente!²²

    Con estos breves antecedentes objetivos y subjetivos, el amable lector podrá entender las circunstancias en las que se me planteó el desafío para elaborar un diccionario de política hace veinte años. ¿Cómo justificar el deslinde entre los autores políticos antiguos y los ideólogos modernos, sobre todo teniendo en cuenta que desde la época moderna son excepción los escritores que discurren sobre las cosas políticas desinteresadamente, sin jalar agua a su molino, con capacidad para abstenerse de tomar partido por las pretensiones que sostienen a los regímenes actuales?

    Podría decirse más: las observaciones más agudas sobre el tema no han venido necesariamente de escritores políticos, sino de poetas, literatos y críticos, desembarazados de los prejuicios sembrados maliciosamente por el paradigma moderno. Nuestra negativa para elaborar un diccionario de política hace ya cerca de veinte años, fue la negativa para mezclar el agua con el aceite: el paradigma teórico clásico de los tiempos antiguos con el ideológico moderno. Con ello no cedí a meter en el mismo saco a animales de poder, animales políticos y a sabios, confusión semejante a la denunciada por la letra del tango Cambalache de Enrique Santos Discépolo.

    Tampoco está de más decir que de la superación de dicho rechazo surge la idea del diccionario actual en calidad de ocurrencia. Comenté entonces a mi editor que la iniciativa de un diccionario de política debía resolver una cuestión cuantitativa insoluble, pues una sola palabra, precisamente la voz democracia, la cual debía incluirse forzosamente en la letra d de dedo de su índice alfabético, podía formar un diccionario dentro del diccionario, algo que no garantizaría el esclarecimiento de la noción de democracia misma. Si se hubiese hecho tal cosa, con seguridad se habría magnificado la confusión reinante acerca de la democracia, como de hecho sucede con los dos volúmenes de Giovanni Sartori dedicados a la teoría democrática.²³ Según me lo imaginaba yo entonces, en la sola palabra democracia del diccionario de política aparecerían las mil y una definiciones que circulan sobre los regímenes populares, no todas necesariamente académicas, de las que poquísimas y por excepción tendrían algún gramo de verdad. Lo reitero, dichas excepciones se deben casi totalmente a personas extrañas a los que pasan, ganan y viven como estudiosos de la política y políticos; quiero decir a literatos, dramaturgos, periodistas, antropólogos, pintores, músicos, poetas, etcétera. Otras definiciones responderían al estatuto de las medias verdades, mientras que el resto, la enorme mayoría, serían mentiras flagrantes, el todo devorado por la charlatanería que se ha enseñoreado sobre la materia en nuestro tiempo.

    Pensado como una reseña de lo dicho en Occidente acerca de la democracia, sin discriminar democráticamente a alguno de los que se hubieran referido al tema, en ella prevalecerían los ideólogos modernos con toga y birrete, reforzados por una abrumadora masa de animales de poder que se hacen pasar por lo que no son, la fauna depredadora que prácticamente tiene en peligro de extinción a los verdaderos animales políticos, tal el exilado Dalai Lama o el joven Rey de Bután.

    El amable lector podrá comprender que tal proyecto de diccionario habría sido, antes que un discurso didáctico y útil, la reedición en libro de la bíblica Torre de Babel, pero hecha de una argamasa de papel, tinta y letras. Tal desorden habría contribuido a consagrar la confusión que caracteriza la actual y globalizada cultura de poder, es decir, una ideología mundialmente ortodoxa, la cual equipara sin discernimiento ni concierto a los escasísimos teóricos y artistas de la política, con el contingente avasallante de los ideólogos y los técnicos de poder actuales. A no dudarlo, este atropello habría producido en los lectores otro ruido más que, junto al resto, además de ensordecedor hubiese resultado horrísono, en vez de un espacio para el silencio y la meditación ponderada sobre una materia tan grave e importante para el presente y futuro de la especie. Se trata de aclarar, no de añadir más confusión a la que hoy reina impasible sobre el planeta.²⁴

    ¿Por qué sobre la democracia y no de la política?

    ¿Por qué la resolución del desafío se ensaya veinte años después con la hechura de un diccionario dedicado a la democracia, en vez de seguir el camino más pretencioso hecho por otros, elaborar un diccionario de política donde se incluya la voz democracia? Parte de la respuesta a esta interrogante viene de darse en el acápite anterior. Sin embargo, a ello puede añadirse un hecho sumamente revelador pero poco conocido por los legos.

    Durante los tiempos antiguos –excepción hecha de la centuria cuarta antes de nuestra era, al menos en Grecia–, así como a lo largo de las primeras dieciocho centurias del milenio pasado de nuestra era, la voz democracia aparece de manera ocasional, episódica, incidental en libros y discursos. Este hecho masivo, más que asombroso para nuestros prejuicios contemporáneos, ha sido notado por autores renombrados; tal el caso del mismo Sartori arriba mencionado, quien a pesar de ello y aunque de forma extraña pero consistente con el propósito de su obra, elude cualquier investigación o reflexión acerca del mismo no obstante su relevancia evidente. Ésta omisión silenciosa sobre la desaparición de la palabra democracia le confiere valor de enigma. Sea lo que sea, el hecho es cierto sobre todo si se contrasta la desaparición de los regímenes populares y la del nombre democracia que los designa, con el monopolio que cobrará la voz desde la centuria dieciocho hasta nuestros días.²⁵

    Sartori, florentino especialista en política comparada, afirma no sólo con razón, sino de manera aguda y a la francesa, que si la historia de la lengua refleja la historia a secas, entonces la ausencia casi absoluta de la democracia y su nombre, tanto en la historia de Occidente como en el discurso escrito desde fines del siglo iv a.n.e. hasta el siglo xviii de nuestra era, más de dos largos milenio, hablaría del fracaso²⁶ enorme de la democracia y su principio durante la mayor parte de la historia humana conocida.

    Antes de proseguir conviene matizar esta observación de Sartori con dos comentarios. Uno es que así como la democracia ateniense fracasa en el siglo iv de los tiempos antiguos, fracaso que ocurre al término de la Guerra del Peloponeso como resultado de la derrota militar infligida a Atenas por Esparta a finales del siglo v a.n.e.; así puede decirse que todas las formas de gobierno que le anteceden en el Ática, la realeza heroica de los orígenes, la aristocracia, la plutocracia, la tiranía pisistrátida y la república de la centuria quinta, generalmente confundida por los modernos con democracia, fracasan igualmente por la misma causa natural y universal por la que sucumbe la democracia, a saber, porque todo lo que nace muere una vez que cumple su ciclo de vida.²⁷ En política este fenómeno se explica por el axioma según el cual las causas de ascenso y caída de cualquier Estado son siempre contrarias. Acorde con ello se desprende que no puede achacarse a este fracaso de la democracia griega la razón de su larga desaparición en la historia de Occidente.

    El comentario segundo consiste en observar que las democracias antiguas solían ser mayoritariamente agrícolas o campesinas, si no es que de cazadores o pastoriles, y sólo por excepción citadinas, de artesanos, comerciantes al menudeo y marineros, las cuales se presentaban en los pueblos pobres al término de los ciclos políticos de la historia de las ciudades, una vez agotadas las formas de gobierno anteriores.²⁸ Esta visibilidad tan baja de las democracias antiguas debido a su naturaleza mayormente campirana, contrasta con la visibilidad grande de las formas de gobierno citadinas, pero sobre todo de los imperios, como el caso del Imperio Romano, el cual domina gran parte de Europa durante muchas centurias, puesto que reencarna en Bizancio, en Francia, en Alemania y España luego de la Edad Oscura que sigue a las invasiones de los bárbaros.

    Se comprende entonces fácilmente que no puede decirse en forma tan tajante que la democracia haya fracasado, y debido a dicho fracaso, que haya desaparecido por completo de la historia occidental, pues hay muchas experiencias del régimen popular en pueblos y regiones en los que tiene vigencia a pesar de Roma y de los grandes estados y ciudades. En el caso particular de Roma y como es común a todos los pueblos, el ciclo de la historia política romana inicia con los siete reyes de fundación de las realezas primitivas; después se entroniza la aristocracia, seguida por la república hasta llegar al imperialismo plutocrático de los césares, sin llegar nunca al régimen democrático.²⁹ Asimismo, cuando la civilización europea se recupera de la invasión de los extranjeros (bárbaros), resurgen las realezas que transitan hacia aristocracias dirigidas por reyes puestos por los nobles de la tierra, luego de lo cual se produce el periodo absolutista, que no es sino el llamado canto de los cisnes³⁰ del antiguo régimen, transición hacia los estados nacionales modernos. Se trata de un proceso que dura toda la Edad Media –la Alta y la Baja– hasta el Renacimiento, cuando como ocurre en Italia y el resto de Europa, las ciudades se vuelven repúblicas y tiranías, o como dice Maquiavelo, principados y repúblicas (pueblos libres).

    Además, a las cuentas de Sartori que dan poco más de dos milenios, habría que agregar probablemente otro milenio más, pero no hacia delante sino hacia atrás. Si se volviera a partir del siglo iv o inclusive el siglo v a.n.e, tendría que computarse cerca de mil años de cara al pasado más remoto, lo que podríamos llamar la antigüedad de los tiempos antiguos, la cual se abisma en las profundidades pantanosas de la historia no escrita, como dice bien Plutarco, entreverada con mitos y leyendas. Por más que quisiéramos retroceder a los tiempos más alejados, hasta el Diluvio Universal del que Platón habla bellamente, sólo se encontrarían pocas menciones escritas sobre la democracia. Una de ellas, solitaria y por eso célebre, se debe a Herodoto, datada del republicano siglo v griego. El padre de la historiografía occidental narra en sus Historias –la ciencia de las cosas vistas–, una conversación entre el sucesor de Cambices al trono del Imperio Persa, Darío, con Otanes y Megabyzo acerca de las tres formas de gobierno. De hecho Norberto Bobbio parte de ella en el libro que dedica a La teoría de las formas de gobierno en la historia del pensamiento político.³¹ Los personajes de marras abordan en este pasaje breve la monarquía, la aristocracia y la democracia, sin mencionar a los regímenes opuestos, no considerados formas de gobierno sino de desgobierno. Ahora bien, lo que el oriundo de Halicarnaso designa con la expresión compuesta democraciademos que es barrio o pueblo y cratos que significa poder–, es el gobierno de muchos que es diverso a la monarquía o gobierno de uno –monos significa uno y arjé principio o gobierno–, y al gobierno de pocos –aristocracia– aristos, los pocos mejores y cratos, gobierno.

    Conviene hacer notar de inmediato que la clasificación antigua de los estados que usa Herodoto para deslindar estas tres constituciones, recibida y perfeccionada por Platón y Aristóteles, resulta puramente cuantitativa, pues el criterio que emplea es el del número de gobernantes en cada una de esas formas de gobierno. Por esta razón los escolarcas de la Academia y el Liceo, después de enriquecer dicho catálogo mediante las aportaciones de sus investigaciones históricas, lo refundan y perfeccionan al través de criterios cualitativos más profundos. Dirán en consecuencia que esa democracia de la que habla Herodoto es la democracia según los antiguos.

    Platón designa a dicho gobierno de muchos con el nombre de timocracia, porque está cifrado en la justicia y en la libertad verdadera; en tanto Aristóteles lo denomina politeía, expresión que puede traducirse por comunidad política o gobierno constitucional. Se trata entonces de un Estado gobernado por los muchos libres y justos (la clase media), ése que los latinos habrán de bautizar con la expresión compuesta res publica por ser el gobierno de los muchos en la cosa pública, la cosa de todos.³² Desde entonces tiene carta de ciudadanía la distinción que separa la república –la democracia de los antiguos–, del régimen popular o democrático. No es sino hasta las centurias dieciocho y diecinueve, después de dos milenios y cien años, que los ideólogos e intelectuales del Siglo de las Luces, a veces por un desconocimiento causado por la confusión y la ignorancia, otras, las más, por el afán interesado de encubrir realidades vergonzosas con nombres diferentes, realizan una maniobra perversa. Tal alquimia consigue una transmutación milagrosa. Ofrecen a la democracia cual si fuese república, una forma recta y justa de ver por el bien común, con lo cual se amalgama la salud con la enfermedad, la libertad y el libertinaje, la justicia y la injusticia. Pero cualquiera sea el motivo de esta aleación injustificable, un hecho indiscutible es el papel determinante que juega la manipulación ideológica de la explosión demográfica de la era moderna en este embrollo, en realidad un auténtico y deshonesto coup d’État intelectual contra la clasificación clásica de las formas de gobierno legada por los sabios de la Antigüedad.³³

    La otra referencia a las democracias antiguas aparece hacia el final de la Ética Nicomaquea. En ella se habla de una colección de historias políticas constitucionales de pueblos diversos llevada a cabo por la Escuela del Liceo –algo confirmado por Diógenes Laercio en su Vida de los filósofos más ilustres–,³⁴ de las cuales Aristóteles hace un uso amplio y sistemático con objeto de ilustrar prácticamente todo acerca de la democracia y los otros regímenes políticos: su definición, principios, causas de su generación y corrupción, las variedades de regímenes populares según las clases sociales, las características de los tipos diversos de relaciones entre gobernantes y gobernados, sus leyes, instituciones, usos, costumbres, caracteres y vicisitudes.

    Lo anterior es particularmente notable en el Libro V destinado a las revoluciones políticas, en el que toman inspiración los escritores escolásticos de la razón de Estado, sin excluir a Maquiavelo. Precisamente los libros V y VI del Tratado de las cosas políticas contienen las referencias a la subclasificación de las variedades distintas de constituciones democráticas, análisis basado en 158 monografías colosales debidas al trabajo de investigación historiográfica de los sabios del Liceo ateniense.

    En términos generales puede afirmarse que esta rica gama de estados populares son contemporáneos, pues surge en las centurias cinco y cuatro de antes de nuestra era en Europa, el Oriente Medio y el Norte de África. Así, algunos de los estados democráticos a los que refiere el estagirita³⁵ son los siguientes: el de la mítica isla de Rodas³⁶ (478-412 y 356-357 a.n.e.); el de la isla griega de Cos³⁷ (siglo iv); el de Heraclea del Ponto, colonia griega de Anatolia en la actual Turquía³⁸ (siglos vi y v a.n.e.); el de la colonia griega de Cirene en Libia,³⁹ de donde el gentilicio cirenaico, en el siglo iv a.n.e.; los estados de Mantinea del siglo v a.n.e. y Argos en el siglo v a.n.e. ubicados en el Peloponeso;⁴⁰ la experiencia popular de la colonia griega de Tarento⁴¹ (Taras o Taranto) en la zona costera de Abulia, situada en el Istmo de la Península Salentina del siglo v a.n.e.; o el caso del puerto griego de Megara ubicado al Oeste de Atenas (siglo v a.n.e.).⁴²

    Sin embargo y como se advierte párrafos más arriba, al llegar a los siglos xvii y xviii de nuestra era se inicia el proceso de formación del paradigma moderno de la política, paradigma que tiene por referente ese movimiento que empieza en Los Países Bajos e Inglaterra, pero que Francia hace famoso en el continente y en el mundo. Este modelo nuevo del saber y el arte políticos se construye en buena medida como ruptura frente al paradigma antiguo de la política, integrado por la filosofía, la ciencia, las artes y la religión, encarnados por valores monárquicos y aristocráticos en decadencia durante esas dos centurias. En dicho periodo se forjan corrientes distintas en los varios campos de la experiencia humana, tales como el neoclasicismo, el racionalismo, el empirismo, el naturalismo, el laicismo y el liberalismo –condensado en lo que se llama aquí el paradigma moderno de la política–, corrientes de pensamiento y acción englobadas bajo el nombre genérico de Ilustración: el Enlightenment inglés, el Siécle de Lumiéres galo o el Aufklärung germano.

    La primer cosa que altera el paradigma moderno del paradigma antiguo es el catálogo de las diferentes constituciones o estados. Es así como a partir de la centuria diecisiete y en contra de la clasificación original la democracia toma el lugar de la república, la plutocracia sustituye a la aristocracia, mientras la tiranía se confunde con la realeza; confusión lograda en buena medida por la homonimia de la voz monarquía, el régimen de un solo hombre o mujer, sin distinguir si es rey o reina, o por el contrario un o una déspota. Por estas artes malevas el desgobierno adquiere carta de ciudadanía entre las formas de gobierno, con lo cual el vicio se vuelve virtud y el desorden producto de la injusticia, pasa a justificarse con la malhadada expresión weberiana monopolio legítimo de la violencia, como si la sangre derramada por la violencia fuese real y no bastarda. Se asocia así la injusticia armada con la buena cuna.

    Pero sin duda son los grandes acontecimientos iniciados a mediados del siglo xvi, los cuales alcanzan su apogeo durante el siglo xviii, los de mayor importancia si se les compara con las mudanzas del registro de las ideas y la cultura, toda vez que aquéllos son causas y éstas efecto de ellas, sucesos en torno a los cuales se urdirá, de manera interesada, el nuevo paradigma para justificarlos y embellecerlos por todos los medios y remedios posibles. A la primera revolución moderna ocurrida en Los Países Bajos en la centuria dieciséis, le siguen la Glorious Revolution de 1688-1689 en Inglaterra –sin la que resulta inexplicable la afamada Revolución Industrial de la centuria diecisiete–, la Revolución de Independencia de Estados Unidos (1776-1781) y la más estelar por su literatura, excesos, dogmatismo y resonancias, la Révolution Française de 1789. Esta serie de cambios llevan a cabo la transición del antiguo al nuevo régimen, con la cual el mundo occidental abandona definitivamente las oligarquías del honor tradicionales para acoger a las oligarquías modernas de la ganancia.

    Sin duda la revolución separatista estadounidense es el acontecimiento de repercusiones mayores para nuestro mundo. Con ella se instaura el primer régimen mixto de la Era Moderna, portador de una combinación de principios que responden a la realidad política, cultural, económica y demográfica de las ex colonias inglesas, hijas éstas del segundo imperio plutocrático moderno, Inglaterra, sucesor del de Los Países Bajos.⁴³ Más importante aún es que la mezcla de principios estadounidenses anticipa la realidad de la mayoría de las sociedades ricas, excepción hecha de casos contados; i.e. el Principado de Mónaco, la Isla Mauricio, etcétera.

    En la composición del nuevo Estado estadounidense está, de una parte, el principio del gobierno oligárquico, expresión compuesta por el adverbio de cantidad oligos que significa pocos y la palabra arjé que quiere decir principio o gobierno, el cual tiene el papel hegemónico en la mezcla que, como viene de decirse, no está más orientado por el honor sino en función del principio de la ganancia económica. De la otra parte, con un rol subordinado y legitimador se encuentra el principio del gobierno de los muchos característico de los regímenes populares, basado en la libertad del gran número y consustancial a las sociedades de masas. De más está decir que dicho acontecimiento cimbra los fundamentos de las viejas oligarquías europeas, proporcionando un empuje poderoso e incontrastable a los nuevos imperios modernos del viejo mundo occidental.⁴⁴

    Este nuevo tipo de regímenes basados en un diseño que es mezcla de la ganancia sin límites y el libertinaje frente al derrumbamiento de las tradicionales oligarquías aristocráticas, se convierte con el transcurso del tiempo en el modelo a imitar por todas las naciones europeas, hasta incluir en nuestros días a los países de Europa Central y Oriental, incluyendo a países de los otros continentes. Con ello se completa una sustitución sólo en apariencia simple que da por resultado el gobierno de los pocos ricos, al que por razones de Estado se incorpora demagógicamente el principio democrático como adminículo de legitimación.⁴⁵

    Una vez que el modelo estadounidense es adoptado por todos los gobiernos de las elites de la riqueza del mundo entero durante las centurias diecinueve y veinte, la voz democracia comienza a circular profusamente hasta el punto de volverse imprescindible, precisamente por ser una arcana razón de Estado para los nuevos estados plutocráticos. El vocablo democracia adquiere así tal preponderancia en los discursos sobre las cosas políticas, en los medios de comunicación masiva y en las conversaciones de todos los días, que hoy ya nadie repara ni cuestiona su poder avasallador sobre la masa literaria de los escritos dedicados al tema, el cual sigue teniendo un papel central en los discursos de los dirigentes y su contraparte, las reivindicaciones de los dirigidos. Esta capacidad del manejo del principio democrático para obnubilar a las masas del mundo por parte de los ideólogos de las oligarquías de la riqueza, no es otra cosa que el fin de la historia proclamado jubilosamente por Fukuyama, fin glorificado hegelianamente por su autor en calidad de último hombre de esa historia.

    El vasallaje de materias eminentes y de mayor respiro que la democrática, ocurre precisamente en demérito de los temas propiamente políticos, los cuales están enunciados en los cinco objetos de toda deliberación sobre los estados antiguos y modernos de cualquier parte del globo. Tales objetos, materia de la ciencia retórica antigua, atañen a la elección de las formas de gobierno y las leyes derivadas de sus principios; a las vías y los medios para conseguir el nivel de vida electo por la comunidad, los cuales se componen por los ingresos, los gastos, las exportaciones y las importaciones; además están la seguridad nacional y la guerra y la paz.⁴⁶

    De los objetos anteriores depende el orden de cualquier sociedad acorde a la noción de justicia o injusticia de su principio político principal, el carácter de los gobernantes y de los pueblos, la amistad y reciprocidad entre las partes y clases sociales, no menos que la discusión capital entre todas: la cuestión atingente a la felicidad humana y al arte de alcanzarla individual y colectivamente para las partes que componen cualquier comunidad. Lo anterior sigue siendo cierto no obstante se piense que la vida feliz consiste, sea en la destemplanza del orden injusto de las tiranías monárquicas, sea en la posibilidad de hacer y decir lo que venga en gana democrática, sea en la loca persecución de la ganancia económica, dedicada a la acumulación ilimitada del dinero con desprecio de su uso en función de la educación para la vida libre, justa, digna, noble y prudente.

    Por lo tanto, hoy es prácticamente imposible hablar o escribir cualquier cosa sobre la política sin el aderezo de la palabra democracia, refiriéndose a ella siempre de manera elogiosa y salvadora, un ideal inagotable, el pozo de la renovación perpetua. Por si fuera poco, este uso

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