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La Ecología en la Biblia: Y en otras creencias religiosas
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La Ecología en la Biblia: Y en otras creencias religiosas
Libro electrónico306 páginas7 horas

La Ecología en la Biblia: Y en otras creencias religiosas

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Información de este libro electrónico

La Biblia es un libro fundante, piedra angular de nuestra civilización, iniciador y referente de un modo de pensar y de sentir. Su influencia sobre nosotros va mucho más allá que la de una mera colección de creencias. No le preguntamos al texto bíblico cuál es la verdad, cuál la realidad última, inequívoca, del mundo. Lo que nos interesa es su forma de aproximarse a la ecología. Histórica, como todas las miradas de los hombres, incluyendo la nuestra.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 ene 2017
ISBN9789873615696
La Ecología en la Biblia: Y en otras creencias religiosas
Autor

Antonio Elio Brailovsky

Antonio Elio Brailovsky Licenciado en Economía Política. Es Profesor Titular de Introducción al Conocimiento de la Sociedad y el Estado (CBC-UBA) y Profesor Titular de Ecología (UB). Ha sido Convencional Constituyente de la Ciudad de Buenos Aires y Defensor del Pueblo Adjunto de la Ciudad de Buenos Aires. Ha publicado centenares de notas periodísticas sobre temas de su especialidad. Es entrevistado diariamente por la prensa. Algunos de sus libros sobre temas de ecología y medio ambiente son: “Introducción al estudio de los recursos naturales”, texto para la enseñanza universitaria. “El negocio de envenenar”, ensayo sobre sustancias toxicas e industrias peligrosas. “Memoria verde: historia Ecológica de la Argentina”, investigación sobre historia ambiental. “Agua y medio ambiente en Buenos Aires” texto de divulgación sobre ambiente urbano, reeditado bajo el título: “Buenos Aires y sus Ríos”. También ha publicado "La Ecología en la Biblia y en otras creencias religiosas" "Ésta, nuestra única tierra" , para Editorial Maipue

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    La Ecología en la Biblia - Antonio Elio Brailovsky

    LA ECOLOGÍA EN LA BIBLIA

    Y EN OTRAS CREENCIAS RELIGIOSAS

    Antonio Elio Brailovsky

    LA ECOLOGÍA EN LA BIBLIA Y EN OTRAS CREENCIAS RELIGIOSAS

    Antonio Elio Brailovsky

    © 2016 Editorial Maipue

    Zufriategui 1153 (1714) Ituzaingó, Prov. de Buenos Aires

    Tel./Fax 54-011-4458-0259

    Contacto: promocion@maipue.com.ar / ventas@maipue.com.ar

    www.maipue.com.ar

    Facebook: Editorial Maipue

    ISBN: 978-987-3615-69-6

    Cuadro de tapa: Pascua, acrílico sobre tela, 200 x 200 cm. 2013.

    Diseño de tapa: Disegnobrass

    Diagramación: Paihuen

    Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723.

    Libro de edición argentina.

    No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por otro cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el consentimiento previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

    Índice

    Advertencia

    Introducción

    La ecología y la torre de papel

    Capítulo l: Qué serán para nosotros los textos religiosos

    El mito, el libro y la ecología

    Una ciencia más viva

    ¿Cuántas Biblias existen?

    Capítulo 2: Este mundo maravilloso

    ¿Qué significa ser el rey de la creación?

    Una larga discusión sobre la naturaleza

    La naturaleza como obra de Dios

    ¿Acaso la naturaleza explica la injusticia?

    El mantenimiento del equilibrio ecológico

    Señales del futuro

    Capítulo 3: El primer ecologista

    El mandato de Noé

    Los mitos del diluvio

    La ecología y el diluvio

    Los abismos del cielo

    Llenad la tierra

    Capítulo 4: La tierra prometida

    Cada dios en su tierra

    Una buena tierra

    Los ecosistemas del mediterráneo

    Plantas y animales de la tierra prometida

    Capítulo 5: Los ciclos climáticos y el surgimiento de las ciudades

    ¿Prefiere Dios a Abel o a Caín?

    El oficio de pastor

    Del sueño a la abundancia

    Capítulo 6: Babilonia o el fin de las ciudades

    Ecosistemas bajo riego

    Las metrópolis del mundo antiguo

    La sal de la tierra

    Grandeza y caída del sistema de riego

    La maldición bíblica

    Capítulo 7: Testimonios de la deforestación

    La historia de los cedros del líbano

    Los cedros en el reinado de salomón

    El fin de los cedros y la ruina del ecosistema

    El rey de los árboles

    Los árboles y la religión

    Capítulo 8: Nuestros hermanos, los animales

    La protección de la fauna

    La fauna en la metáfora

    La mirada sobre la naturaleza

    Dios ama a los animales

    El buen pastor

    Liberarás los pájaros

    Hermano lobo

    Capítulo 9: Las catástrofes ecológicas

    Moisés y las plagas de Egipto

    La lógica de las catástrofes

    La ecología del Nilo: la hipótesis de una gran inundación

    La ecología del nilo: la hipótesis de una gran sequía

    Un dios volcánico

    La plaga de langostas

    Epidemias de hombres y animales

    Capítulo 10: El agua en la religión

    Dejó de llover, quizás para siempre

    El agua y los hombres del desierto

    Para que beban los cobardes

    El Jordán

    Aguas amargas, contaminadas o escasas

    Las condiciones ambientales del gueto

    Paraísos húmedos

    Capítulo 11: La conservación de la tierra prometida

    La utopía de los pequeños pastores

    El sábado de la tierra

    La diversidad como una forma de depravación

    La vida agraria en la Biblia

    Capítulo 12: La población como tema ambiental

    La simiente de Abraham

    No cuentes a tu pueblo

    La sexualidad bíblica

    Capítulo 13: Alimentación y ambiente

    No comerás carne de cerdo

    Ni cocerás al cabrito con la leche de su madre

    De lo que no tiene aletas ni escamas

    Capítulo 14: Ecosistemas del infierno

    La geografía infernal

    Un infierno contaminado

    Advertencia

    El cuerpo principal de este libro es mi obra La ecología en la Biblia, una investigación sobre historia ambiental en la tradición judeocristiana, que fue publicada en Buenos Aires por Editorial Planeta en 1993, y reeditada por Editorial Milá, en forma conjunta con la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) y la Fundación Vida Silvestre Argentina (FVSA), en 2005.

    Para esta edición de Editorial Maipue se agregó una serie de miradas sobre naturaleza y religión desarrolladas en otras culturas. Esto nos permite una visión facetada del conjunto, con similitudes y diferencias entre unos y otros.

    En definitiva, la visión religiosa es una síntesis de la cultura que la produce. Y uno de los aspectos más significativos de esa cultura es su relación con el medio natural que la sustenta.

    Introducción

    La ecología y la torre de papel

    Hace muchos años, un grupo de pastores de ovejas cruzó el desierto y se asentó junto a un río. En ese lugar, los hombres se dijeron unos a otros: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una Torre, cuya cúspide llegue al cielo, y hagámonos un nombre, por si fuéramos esparcidos sobre la faz de toda la tierra¹.

    De manera que los pastores se pusieron a construir una Torre de ladrillos; la hicieron de ese material porque en los suelos aluvionales próximos al Tigris y al Éufrates escaseaban las grandes piedras. La comenzaron para que pudiera llegar al cielo, y quizás lo hubieran logrado, si su Dios no hubiera descendido sobre ellos y confundido sus lenguas, para que ninguno entendiera el habla de su compañero. Así fueron esparcidos por toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad.

    Pensemos en esa Torre y en esos pastores, porque si la Biblia es para nosotros un punto de encuentro, la Torre de Babel es un punto de partida. Porque, ¿qué clase de Torre es ésta que no puede ser construida por señas? ¿Por qué los albañiles tienen que hablar todos el mismo idioma? ¿Qué obstáculo hay, si de ladrillos se trata, en señalar con el dedo: aquí va una pared, allá va una columna?

    Entonces, la Biblia se refiere a otra clase de Torre, que sólo puede ser construida cuando los hombres son capaces de hablar una misma lengua y unas mismas palabras. No está construida con ladrillos, sino que está edificada con palabras. Se trata, en definitiva, de una Torre de papel que comenzaron a levantar y que constituye su monumento más perdurable. Porque mientras otros pueblos decidieron hacer obras de piedra o de madera, de ladrillo o de sangre, estos pastores alzaron una Torre de palabras, al mismo tiempo que se daban un nombre, por si fuesen esparcidos por toda la tierra.

    Sabemos que los pastores no llegaron al cielo y que su Torre está sin terminar. Por eso nos dejaron el mandato de continuarla, y por eso cada una de nuestras obras es un intento de agregarle más palabras, con la esperanza de que alguna vez su cúspide llegue al cielo. Parábola del esfuerzo humano, de la necesidad de alcanzar lo imposible, cada generación aporta sus libros a esta Torre de papel. También el Islam se constituye como un pueblo del Libro. De allí proviene este bellísimo proverbio árabe: ¡Bendita sea la pluma, que bebe negrura y escupe luz!.

    El mío habla del modo en que esos pastores veían la naturaleza. En qué cosas su mirada se parece a la nuestra, porque culturalmente descendemos de ellos o porque su mensaje es universal. Y en qué nos diferenciamos, porque la actitud ante la naturaleza es, también, un signo de los tiempos. Pero los pastores no estaban solos en el mundo. Infinidad de culturas incorporaron a sus creencias su percepción de la naturaleza, lo que nos da un mosaico extraordinariamente rico y variado. En este libro se presenta una pequeña parte de esa inmensa diversidad.

    Es sugestivo el paralelo con la cultura guaraní, cuyo Dios crea las palabras antes de crear el mundo y la luz. Esto equivale a decir que las palabras son la materia prima de la que estamos hechos los seres humanos y que el Dios Guaraní tenía que crearlas antes de crear al hombre. Aquí, la imagen y semejanza entre el hombre y su Dios es porque ambos son capaces de hablar: Habiéndose erguido (asumido la forma humana), de la sabiduría contenida en su propia divinidad, y en virtud de su sabiduría creadora, concibió el origen del lenguaje humano. De la sabiduría contenida en su propia divinidad, y en virtud de su sabiduría creadora creó nuestro Padre el fundamento del lenguaje humano e hizo que formara parte de su propia divinidad.

    Antes de existir la tierra, en medio de las tinieblas primigenias, antes de tenerse conocimiento de las cosas, creó aquello que sería el fundamento del futuro lenguaje humano e hizo el verdadero Primer Padre Ñamandú que formara parte de su propia divinidad².

    Hablar de la ecología en las creencias religiosas es retomar de otro modo el más antiguo de los temas que interesan a la humanidad. El de nuestro lugar en el mundo, el del vínculo con la tierra que nos nutre y a la que volveremos alguna vez.

    Hablaremos sobre qué significa para la Biblia ubicar al hombre como el rey de la creación. ¿Era ecologista el mandato recibido por Noé? ¿Por qué un pastor de ovejas tiene que salvar a los lobos? ¿Cómo era la tierra de Canaán y cuál era su relación con los ecosistemas del Mediterráneo? ¿Cómo muestra la Biblia las razones ecológicas del nacimiento y la muerte de las ciudades? Allí leemos los testimonios de la deforestación y las catástrofes ecológicas, una mirada particular sobre animales domésticos y salvajes, la relación con el agua y el suelo, las normas sobre población y alimentos. También nos preguntamos de qué manera la Biblia influye sobre la imagen que hoy tenemos de los ecosistemas del Infierno y del Paraíso.

    En este libro no estamos buscando verdades. No le preguntamos al texto bíblico cuál es la verdad, cuál la realidad última, inequívoca, del mundo. Lo que nos interesa es su forma de aproximarse a la ecología. Histórica, como todas las miradas de los hombres, incluyendo la nuestra. En tanto cada época y cada grupo social tienen una relación particular con la naturaleza, es precisamente sobre esa historicidad que nos interesa reflexionar aquí.

    Pero, esa visión, ¿en qué se parece, en qué se diferencia de la de otras culturas? ¿En qué medida los ecosistemas que habitan los hombres inciden sobre las características de los dioses que construyen? ¿O la mirada religiosa es solamente social y los seres humanos reconstruyen en lo alto la sociedad que habitan?

    1 Génesis, 11; 4.

    2 Literatura guaraní del Paraguay, Biblioteca Ayacucho, Caracas, s/f.

    Capítulo l

    Qué serán para nosotros los textos religiosos

    El mito, el libro y la ecología

    Como en una caja china, éste es un libro que habla de otro libro. Hay un buen motivo para hacerlo: la Biblia es un libro fundante, piedra angular de nuestra civilización, iniciador y referente de un modo de pensar y de sentir. Su influencia sobre nosotros va mucho más allá que la de una mera colección de creencias. Pocos creemos realmente en la materialidad de los mitos bíblicos. Casi nadie está convencido de que el mundo fue creado en seis días, ni de que el sol se detuvo para que los israelitas pudieran ganar una batalla³.

    En cambio, quizás necesitemos creer que David efectivamente acabó con Goliat, y la esperanza de que es posible hacerlo es el sustento de todas nuestras utopías. También nos importa creer que un hombre como Salomón fue capaz de agotar todo el conocimiento de su tiempo, y quizás nuestra concepción de la ciencia como un camino de omnipotencia tenga que ver con la imagen que tenemos de este hombre, como conocedor de todo lo imaginable en su época.

    Hoy no podemos creer en la literalidad de Noé, pero en algún lugar muy profundo nos resuena el relato del hombre que salvó por sí solo al mundo y a la vida; un tema que el cine norteamericano nos recuerda todos los días en su apología de los héroes individuales.

    Y aún a aquellos que no creen en la divinidad de Jesús, los conmueve profundamente la historia de este hombre que hablaba del amor a los semejantes en un mundo de guerras e imperios, y que era capaz de decir que, a los ojos de Dios, los esclavos eran iguales a los reyes. Hay un episodio de la Última Cena que a menudo se suele olvidar, tal vez por presión de los sectores más poderosos. Están acondicionando la mesa y, por los nervios del momento, los discípulos comienzan a discutir entre ellos por los lugares que ocuparán. Está claro que el Maestro se ubicará en el sitio más destacado, pero, ¿quién se sentará a su derecha, quién a su izquierda? ¿El más sabio, el más viejo? ¿Con qué criterio se asignarán los puestos en ese acontecimiento que todos intuyen será muy importante? Y Jesús les dice que los reyes gobiernan y dominan a los pueblos como señores absolutos, pero que entre ellos el mayor sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve⁴.

    El valor de los mitos no radica en su certeza científica, sino en que narran historias que necesitamos escuchar. Los pueblos encuentran su identidad a partir de relatos comunes sobre sus antepasados míticos, y el valor de los mitos no está en su precisión histórica, sino en su carácter de relato compartido. Dicho en términos del poeta norteamericano Wallace Stevens⁵:

    Hubo un centro de barro antes de respirar nosotros.

    Hubo un mito antes de que se iniciara el mito...

    De esto dimana la poesía.

    En coherencia con esto, el momento histórico en que dichos relatos suceden forma parte del misterio que los envuelve. Podemos datar la fecha de la Crucifixión, estimar la del reinado de Salomón, intuir la del Éxodo protagonizado por Moisés, y no podemos en absoluto ubicar cronológicamente a Adán. Ninguno de nosotros puede tomarse en serio los esfuerzos de aquel teólogo que lo situó en el 4004 a. C. –contando los años correspondientes a las generaciones detalladas en el Génesis– para poder rebatir a Darwin.

    El mito se diferencia de la historia en que, en un cierto lugar de la imaginación colectiva, todos estos hechos son simultáneos. Transcurre siempre en el momento actual. Estaba ocurriendo en el preciso instante en que leía a mis hijos la historia de David y Goliat, y mi propia voz la traía al presente y le daba su carácter real. También cuando jugaba de niño al Arca de Noé y subía al barco de este pastor de ovejas a mi pequeño lobo de plomo. Innumerables procesiones muestran que Jesús muere y resucita en cada una de las Semanas Santas de la historia. Los hechos de la Biblia estaban ocurriendo en el momento en que velaba el lecho de muerte de mi padre y tomaba los primeros apuntes de lo que sería este libro.

    Ocurren también en este mismo momento, cuando yo escribo este texto y usted lo lee, porque los mitos necesitan ser narrados una y otra vez, pero no de un modo idéntico, sino según las vivencias y el pensamiento de cada quien que habla y escucha. Necesitamos de ellos en el momento presente, pero tenemos que modificarlos para poder reconocerlos.

    Este libro forma parte de la tarea incesante de reescribir el mito. Leído desde la actualidad, es inevitable que nos hable de ecología, ya que ése es el gran tema de nuestro tiempo. Porque los mitos nos cuentan una y otra vez la misma historia, los mismos gigantes vencidos por Ulises o David, el mismo Diluvio navegado por Gilgamesh y por Noé, el mismo misterio sobre el origen de Edipo y de Moisés.

    Quizás los hombres no puedan escuchar historias diferentes, sino variantes de la misma historia, la del origen y el destino de los hombres, la de la vida y la muerte. ¿Qué otro tema, entonces, que el ecológico, es decir, el que se refiere a la vida en su conjunto? ¿Qué otras reflexiones hacen más a nuestro tiempo que las que tienen que ver con la supervivencia misma de la especie humana? ¿Qué otra inquietud que ver de qué modo el tema apareció en los albores de nuestra cultura?

    Pero, si bien la ecología es el tema más importante de nuestro tiempo, no se acaba de originar entre nosotros. El vínculo con la naturaleza es un tema que deben plantearse todas las sociedades humanas, y a menudo su supervivencia depende de la forma en que lo resuelvan. El Apocalipsis ecológico no es exclusivo del tiempo de la energía atómica y la contaminación industrial.

    Cada cultura tiene una aproximación ecológica particular, y ese vínculo con la naturaleza tiñe de un cierto modo sus mitos y sus dioses, sus relaciones sociales y su vida cotidiana. Releer los relatos sagrados de distintas culturas desde el punto de vista de sus relaciones con la ecología es una forma de volver a poner en su sitio algunas cosas que nuestra cultura tiene descolocadas. Por una parte, el rejuvenecimiento de una tradición, la vinculada con el origen de nuestra cultura. Más allá de que seamos judíos o católicos, protestantes o ateos, la Biblia tiene para nosotros resonancias profundas.

    Simultáneamente, el ubicar en el contexto de esa tradición el tema de la naturaleza nos permite situar la ecología como lo que es: un problema permanente de los seres humanos, y no una moda pasajera.

    Una ciencia más viva

    Por eso estoy contando otra vez la misma historia. Lo estoy haciendo con una mirada que tiene que ver con la del poeta y la del científico. Esto es inusual en nuestra cultura, que sostiene que la ciencia y la poesía son aproximaciones opuestas al mundo. El intento de juntarlas requiere, entonces, de una explicación.

    Hace un siglo, la ciencia había matado la poesía. Un personaje de Dostoievski anuncia que los sentimientos están prohibidos por la ciencia y que la economía política ha hecho desaparecer la compasión. Darwin sufre cada vez que se daña a un pájaro, pero al mismo tiempo acepta como necesarios los estragos de la miseria, y no lamenta la extinción de las poblaciones indígenas ante el avance de su imperio. Para hombres como Darwin, la locomotora y el fusil de repetición aparecen como los símbolos del progreso, ante cuyo feliz avance debían pagarse algunos precios necesarios. No es éste el tipo de ecologismo que deseamos.

    Esa ciencia sin alma entra en crisis con la bomba atómica y, más recientemente, con el avance de la contaminación. Allí descubrimos que el que una cosa sea técnicamente posible, no la hace por eso deseable. Quizás lo supiéramos desde mucho tiempo atrás, pero ahora el requerimiento no es académico, sino que hace a nuestras posibilidades de supervivencia como especie. Humanizar la ciencia es, para nosotros, el desafío de nuestro tiempo.

    Hace medio siglo pensábamos que esta humanización del conocimiento era sólo un cambio de objetivos: podíamos usar fórmulas análogas para la energía atómica o para la solar. El mismo idioma científico iba a servir para formular un ajuste económico recesivo o para un programa de desarrollo con redistribución de la riqueza. Sólo teníamos que cambiar el valor de algunos parámetros.

    Pero por alguna razón fuimos incapaces de ir más allá de los papeles. Indescifrables para sus potenciales beneficiarios, nuestros textos fueron, sin embargo, fácilmente comprendidos por aquellos cuyos intereses afectaban. Si nuestra forma de hacer ciencia era un compromiso social y estábamos inmersos en el conflicto, habíamos hablado para que nos entendieran nuestros adversarios, pero no nuestros amigos. ¿Era necesario, entonces, decir las mismas cosas pero de un modo más sencillo? Nos hicimos adeptos de la divulgación científica hasta que descubrimos que queríamos ser comprendidos, pero no al precio de simplificar nuestro pensamiento.

    Hoy pensamos de otro modo: ya no creemos demasiado en la universalidad del lenguaje científico. Por el contrario, cada vez encontramos más y más indicios que nos llevan a pensar en la falta de neutralidad de aquel que deja afuera lo que no logra sistematizar o reducir a ecuaciones. La humanización de la ciencia incluye, quizás, la construcción de un lenguaje científico que contemple nuestros

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