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ambién en Inglaterra, a partir del reinado de Eduardo III Plantagenet, se introdujeron en la ceremonia nuevos objetos que el pueblo consideró igualmente sagrados: los o anillos medicinales. Durante el ceremonial del Buen Viernes –como se conoce el Viernes Santo en el Reino Unido–, el rey, tras adorar la cruz, se acercaba al altar y depositaba allí una ofrenda que consistía en varios florines o esterlinas de oro y plata de gran belleza. A continuación, cuando ya habían sido consagradas, las recogía de nuevo y depositaba en su lugar una cantidad similar en valor de monedas corrientes y ordenaba fabricar anillos con las de oro y plata, los citados . Se consideraba que estos anillos eran capaces de curar ciertas enfermedades a quienes los portaban, como dolores o espasmos musculares y principalmente la epilepsia; creencias que estaban relacionadas con las leyendas del ciclo griálico, la figura de José de Arimatea y con varios secretos tomados del llamado . Pero la creencia en las virtudes sobrenaturales de los anillos se remonta a la más lejana Antigüedad, y fueron los instrumentos preferidos por la magia, aunque en muchas ocasiones se relacionaron también con la brujería. Así, los mismos anillos inofensivos que llevaba Juana de Arco durante el proceso abierto contra ella preocuparon mucho a los jueces, y esta tuvo que protestar, según señaló el historiador y político francés Pierre Champion en el ensayo en dos volúmenes (1920), afirmando que «nunca había pretendido curar a nadie».