He aplastado a niños bajo los cascos de los caballos, asesinado a mujeres… que no podrán criar ya más bandidos. No tengo un solo prisionero que reprocharme, los he exterminado a todos… Los caminos están cubiertos de cadáveres. No hacemos prisioneros, habría que alimentarlos con el pan de la libertad, y la piedad no es revolucionaria». Estas palabras del general Westermann, pronunciadas tras aplastar el levantamiento campesino-monárquico de La Vendée contra el gobierno revolucionario, podrían igualmente aplicarse a la Guerra de la Independencia española. El largo, sangriento, despiadado y confuso conflicto que sacudió la península Ibérica de 1808 a 1814 podría considerarse, en realidad, como dos confrontaciones en una. De un lado, la llamada Guerra Peninsular, que enfrentó a Inglaterra y Francia desde 1807 con españoles y portugueses como aliados. Y, de otro, la que vino a sumarse al año siguiente, la verdadera Guerra de la Independencia, iniciada tras los levantamientos populares de 1808.
Episodios de ambas se entrecruzan sin que sea posible trazar una línea que los separe, pero baste señalar que en una de ellas son posibles las treguas, oficiales o no; los trueques de alimentos, alcohol, tabaco y ropa entre los bandos enfrentados; la asistencia a los heridos; el alto el fuego para la retirada de bajas, y hasta el casi cortesano tratamiento entre la oficialidad francesa y la británica. Incluso, se llega al extremo de que un alto oficial francés recibe puntualmente los periódicos de Londres desde las líneas inglesas, para poder seguir así las cotizaciones de sus inversiones en los bonos del Gobierno británico. Una guerra todavía librada entre gentlemen.
LA GUERRA DEL PUEBLO
Frente a tanta cortesía y caballerosidad, hubo también otra guerra, disputada entre el pueblo y el ejército francés, salpicada de emboscadas, matanzas, fusilamientos de civiles, violaciones, degüellos, heridos asesinados, saqueos, pillaje y destrucción. de Goya, la guerra total sin piedad, ni revolucionaria ni cristiana, ni de un bando ni de otro, que implicó a civiles y militares españoles, de una parte, y de la otra, al ejército napoleónico, sin tregua ni cuartel.