Los separaban treinta y seis años y más de dieciséis mil kilómetros de distancia, pero Consuelo Kanaga y David Goldblatt tenían algo en común: ambos eran blancos y ambos crecieron en países donde la opresión a los negros era moneda corriente. Lejos de mirar hacia otro lado, como la mayoría de sus congéneres, decidieron dirigir su lente hacia aquellos seres humanos con los que convivían en flagrante desigualdad y plasmar en imágenes las secuelas del racismo que impregnaba sus respectivas sociedades.
Contradicciones del apartheid
David Goldblatt (Randfontein, 1930-Johannesburgo, 2018) tenía dieciocho años y. Este estricto sistema de segregación racial negaba el derecho al voto a negros, asiáticos o mestizos, que constituían el 80% de la población del país. También prohibía los matrimonios interraciales y establecía servicios separados (y, por supuesto, de distinta calidad) para la minoría blanca y la mayoría racializada. En la década de los cincuenta, se organizaron relocalizaciones forzosas que expulsaron de sus barrios y viviendas a miles de personas y les obligaron a cerrar negocios familiares. Escuelas, hospitales, autobuses, playas e incluso bancos públicos y ambulancias se etiquetaron como “solo para blancos” o “solo para negros”. Las revueltas, aunque numerosas, resultaron inútiles ante este brutal aparato represor.