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Quien haya visto la serie Emily en París, en la que Lily Collins encarna a una norteamericana que vive innumerables aventuras en la capital francesa, puede imaginar, salvando las distancias, lo que debió de ser la estancia de Jacqueline Kennedy (1929-1994) antes de convertirse en tal. Jackie estaba vinculada, por nacimiento, a la cultura europea. Sus antepasados eran franceses, y de ellos había heredado su apellido de soltera, Bouvier.
A la familia le encantaba fantasear con unos orígenes muy antiguos que se remontaban, supuestamente, hasta 1086. Decían que uno de sus ancestros había sido secretario de Carlos V de Francia en el siglo xiv. En realidad, estas veleidades aristocráticas no tenían sustento. Todo había empezado en 1815, cuando Michel, un simple ebanista, emigró a América, porque, como antiguo soldado de Napoleón, estaba en el punto de mira de la represión borbónica protagonizada por los partidarios de Luis XVIII.
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Jackie, de clase alta, tuvo la educación refinada que