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Existe una mística de internet. Como toda religión o creencia, internet posee su santoral, sus rituales, sus modos de invocar al dios tutelar, a la divinidad. Hay quien porta su pen colgado del cuello como un crucifijo, quien palpa su móvil a través de la tela del pantalón como quien acaricia un talismán. La conexión cae sobre nosotros y nos bendice al igual que ese halo luz que pintó Fray Angelico en su Anunciación. La información fluye hacia nuestros dispositivos rasgando el velo de la nube con la sublimidad de un rompimiento de gloria.
Tiende el ser humano, tal vez por razones antropológicas, a la espiritualidad, a suponer inmaterial aquello que está conformado, al fin y al cabo, por la más burda de las materias. Es posible que la