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El 6 de junio soplaba un fuerte viento del noroeste. Mientras nos dirigíamos hacia la costa en la luz gris del amanecer, las lanchas de acero de diez metros con forma de ataúdes recibían enormes choques de agua verde que golpeaban los cascos de los soldados, muy apretados y tensos, hombro con hombro, a la vez unidos y separados por el sentimiento de soledad del hombre que va hacia el combate». Así comenzaba el escritor Ernest Hemingway su reportaje del desembarco de Normandía, la operación anfibia más importante de todos los tiempos.
A primera hora de la madrugada de aquel 6 de junio de 1944, antes de que comenzaran a salir de Inglaterra los primeros bombarderos destinados a «ablandar» el terreno sobre la costa normanda, el Alto Mando alemán en Francia había recibido ya la información. Sus servicios secretos habían descifrado el código lanzado por la BBC («Los largos sollozos de los violines de otoño…», primeros versos de un poema de Verlaine) y lanzaron un urgente: «Atención, ¡desembarco inminente!», que sus superiores no creyeron. Para los mandos del ejército germano, que esperaban la operación desde hacía más de un mes, la cosa estaba muy clara: «El general Eisenhower no va a encargar a la BBC que anuncie el desembarco, imposible».
EN DEFENSA DE LA REPÚBLICA
El combate más importante de la historia comenzó en una hermosa noche de luna, con